Isabel era vidente y muy buena según las personas que estaban con nosotras en el café de Oriente. Yo escuchaba sin atreverme a preguntar nada.

Cuando me levanté para despedirme, me asió del brazo:

–Tu padre me dice que tienes que hacer algo con las manos. ¿Qué se te ocurre?

Mi querido padre hacía tiempo que había muerto.

–Antes me gustaba escribir, a él también. –Contesté casi sin voz.

Días después, me apunté a un taller de escritura y ahora estoy aprendiendo a plasmar en palabras mis sueños.

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