Fui al parque con mi bicicleta cuando tenía apenas once años.
Arrugué el poema hasta convertirlo en una pelota de papel.
La lancé por el acantilado y cerré los ojos, la vi convertirse en un pájaro
Y me quedé tranquilo. Pensé:
Mis palabras tienen plumas y huesos frágiles,
Y estómago pequeño, llegarán donde haga falta…
Al cabo de unos días ese pájaro estaba en mi habitación
Dando tumbos contra las paredes,
Mi madre le tiró una sábana encima y la sacamos por la ventana,
la paloma se había cagado de miedo,
Tuve que coger un trapo y limpiar el esperpento.
Podrán imaginar que no fue el único pájaro que volvió.
Todos los putos poemas vuelven a casa, pensé.
Y así me pasé la vida, escribiendo poemas que luego arrugaba
Y construyendo un criadero de pajaritos domésticos.
Podrán entender que la creatividad no cabe en una casa de dos habitaciones
Y un balcón de cinco metros cuadrados. Dejé la poesía.
Las novelas y los cuentos son como los perros, los gatos,
Incluso pueden ser animales salvajes,
y perderse en el tumulto por ir tras un trozo de carne.
La vida me hizo pragmático y hogareño, por lo tanto, prosaico.
Pero un día una mujer me robó las manos con las que escribía
Y tuve que perseguirla por selvas y caribes.
Si vienes a Barcelona, me dijo finalmente, te devuelvo las manos.
Y así lo hizo. Pero todo en la vida tiene su idilio,
Y hace seis años que vivo lejos de casa.
Por eso, a veces vuelvo a escribir una que otra poesía,
Recordando mi paseo al parque, las bolas de papel convirtiéndose en pájaros,
El criadero, el enfado de mis padres por la caca de paloma en las cortinas.
La jaula y la idea de la libertad, entre ambas cosas está la poesía.
Entonces cojo mi bicicleta y me voy a algún lugar alto de la ciudad,
Arrugo el poema y lo lanzo por el acantilado,
y en seguida cierro los ojos. La pelota de papel se vuelve otra vez un pájaro,
un pájaro de colores, de pico alargado, de alas planas y hermosas,
Y se va volando, como si nada le pesara en su pequeño corazón irracional,
Vuela sobre el océano, cruza miles de kilómetros,
Hasta la ventana de esa casa en la que aprendí el oficio de escribir
Y de criar animales.
Imagino entonces a mis padres persiguiéndolo
para que no se cague por todos lados
Y a mi hermano tapándose la cara para evitar sus nerviosos picotazos,
E imagino, entre triste y emocionado,
El día en que escriba un poema que se convierta en
Un loro hablador y educado,
Que se cuelgue amablemente del hombro de mi madre,
Y le cuente de memoria
la historia de estos años.
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