Aunque no lo creas,
sigo sentada en el mismo banco
viéndote jugar.
En ese trocito de madera
que está al lado de la portería,
decorado con pintadas de amor y
firmas sin identidad,
de jóvenes enamorados que quisieron dejar
su pequeña huella en el tiempo.
Su pequeña parcela de eternidad.
Sigo viéndote jugar,
y desde que me marché
no ha habido partido que me perdiera,
no ha habido gol
que no te haya visto marcar.
Aunque no lo creas,
porque no puedes verme.
Si miras bien,
verás mis zapatillas rosas
con flores dibujadas
asomando por debajo,
aquellas de las que tanto te reías
llamándolas horteras
y que a mí tanto me gustaban.
Y todavía sigo sin saber
cómo decirte que lo que más me gustaba
era ver tu sonrisa,
cuando te burlabas
de ellas y sus flores,
verte feliz y con tus bromas,
antes de pasar al campo.
Todo equipado
con tus rodilleras y calcetines,
con tus zapatillas de tacos
y tus ojos brillando
por la ilusión de un nuevo partido,
tan nervioso y entusiasmado.
Sintiendo cada latido,
me abrazabas y entrabas a jugar.
Entonces,
todos los papás y mamás de tus compañeros
se iban colocando en las gradas,
pero tú nunca mirabas hacia ellas,
porque en ellas no me esperabas.
Sabías que yo estaría
observándote desde el mismo banco
al lado de la portería.
Sin que tuvieras que buscarme
entre el público,
viéndote en mis pupilas,
podías sentir mis ojos clavados en ti,
mis palabras en tu cabeza
cuando te caías.
O te robaban el balón.
Porque no importa lo que hicieras,
yo ya había ganado.
Tenía el mayor de los triunfos
cogido de mi mano,
con apenas medio metro de estatura
y una sonrisa arrebatadora.
Te tenía a ti,
dándole sentido a todo lo que había vivido.
Y tenía tu abrazo,
antes de entrar a cada partido.
Aunque ahora me haya ido,
y no puedas verme
sentada en nuestro banco.
Sé que todavía puedes escucharme
hablarte en tus pensamientos,
decirte que me fui de esta vida
sabiendo que había ganado.
Con tu pequeño abrazo,
y tus pequeños besos.
Tú tan pequeño,
y yo tan lejos.
Sabiendo que todavía
puedes sentirme cogida de tu mano.
Porque desde que me fui,
no ha habido un solo partido
que no haya visto,
todos y cada uno de tus goles marcados,
ni una sola de tus sonrisas me he perdido.
Y aunque no puedas verme,
si miras bien verás mis zapatillas rosas
de las que tanto te reías
llamándolas horteras,
y que a mí tanto me gustaba
ver cómo te hacían tan feliz.
Viéndote jugar desde el mismo banco,
me fui sabiendo que había ganado.
Por haber visto esa sonrisa
y haber tenido tu pequeño abrazo.
Tú,
el pequeño sentido de mi vida.
Y yo,
que nunca dejaré de estar a tu lado.
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