Diálogo con Alex Saum Pascual (tercer intercambio)

Diálogo con Alex Saum Pascual (tercer intercambio)

El tercer intercambio de esta larga conversación con Alex Saum lo ha llevado a cabo Chema Álvarez. En estos enlaces puedes leer los intercambios anteriores (el primero y el segundo), que dirigió Ramón Cañelles.

Pregunta Chema Álvarez

Hola Alex,

Retomo esta conversación recuperando algunas intuiciones que Ramón dejo apuntadas en sus notas sobre tu última intervención. Las he moldeado desde mi prisma pero creo que tiene sentido convocarlas aquí porque se decantan de vuestros intercambios anteriores y en algún caso anudan cabos sueltos aunque sea con lazos provisionales.

Podemos empezar con el comentario sobre algunas limitaciones del editor del club de escritura que te han impedido escribir ejerciendo el dominio pleno de la herramienta, limitaciones de un club en permanente desarrollo -somos ambiciosos e interesados, queremos que desarrolle todas las potencialidades para activar de modo pleno nuestra propia expresión- y que podríamos justificar desde restricciones presupuestarias que han de compatibilizarse con el hecho de tratarse de una herramienta de uso gratuito, pero que, al repensarlas, se combinan también con dos aspectos que me parece de interés traer acá:

-el hecho de que las contribuciones individuales puedan leerse en este espacio como obra común, articulada, lo que ligaría al club con una publicación, ejerciendo como un medio en si, que necesitara de una cierta homogeneidad, de un hipotético libro de estilo ligado a usos editoriales convencionales (tamaño de letra, tipografías, maqueta…) en un medio nuevo. Los nuevos medios (Medium p.e.) parecerían haber heredado los usos editoriales al construir catálogos de obras muy diferentes dentro de una personalidad de criterio, también estético, que aporta un valor mutuo a las obras y al medio.

-el peligro inherente a las producciones en la web (que tu misma has detectado al intentar modificar el código) que hacen de la autoría de cualquier texto el ser susceptible de ser rescrito desde el mal: la acción de un hacker, la introducción de malware en su código, para procurar una lectura infectada. La publicación web ahora implica para el escritor o para el propietario del medio una responsabilidad no solo moral sino legal en cuanto a su interacción con el lector, (no nos referimos a los peligros de las malas novelas de caballerías en las mentes ingenuas, sino a la destrucción del dispositivo de lectura o la infección de su ordenador y destrucción de su identidad o memoria digital. Ese tercero malintencionado en el canal autor-lector supera las atribuciones del viejo censor político o moral. Hacer de la lectura un acto potencialmente criminal es una novedad contemporánea. Y en general la amenaza eléctrica sobre las construcciones digitales de nuestras vidas es inherente a estas nuevas ficciones.


Por otra parte nos gustaría seguir indagando en cómo se esta construyendo la terminología que acompaña la escritura digital. Uno de esos términos sería el concepto de transmedia: esa palabra que hace su fortuna en los departamentos de marketing, del mismo modo que storytelling forma parte del desayuno habitual de los publicistas.

A estas alturas parece complicado rescatar el concepto transmedia de las resonancias que las urgencias de grandes grupos mediáticos le han atribuido, al punto que eran las distintas posibilidades de distribución en distintas plataformas al encuentro de públicos diferenciados (con mayor o menor carga de extensión viral de los contenidos), las que acababan re-definiendo la obra. Algo más allá de contemplar la receptividad de una obra al construirla, y más cerca de agotar las posibilidades de explotación de una hipotética marea de consumos, a la par que serviría para rescatar en algún caso los vetustos departamentos editoriales de confección de CD-ROMs en pro de nuevas narrativas digitales.

Lo cierto es que nuestra experiencia (Ramón Cañelles fue contactado por alguno de estos grupos en crisis) nos indicaba que la mayor parte de estos proyectos tenían que ver más con lanzar a babor y estribor botes salvavidas para estructuras analógicas ineficaces que con una estricta nueva singladura digital.

Por ello y ante el desplazamiento (y apropiación) del concepto transmedia en el ámbito estricto de los medios, decidimos apostar por términos que implicasen la necesidad del creador por transitar un nuevo territorio de lenguajes hibridados, y por hablar, por ejemplo, de escritura multirregistro o multimodal. Palabras que convocasen de ese modo la libertad de creación con herramientas digitales sin la inmediatez de una exigencia comercial que actué como micro-censura al plantearse una distribución estandarizada de la obra.

Leo en cualquier caso en tu libro Postweb! en esa acertadísima fórmula que utilizas para remedar inicios y finales de insertos con tipografía de etiquetas de código < >, que el propósito del análisis de Jenkins al referirse a transmedia dentro del ecosistema de la cultura de convergencia estaría bien lejos de dar soluciones a las grandes corporaciones. Sería más bien consciente de que con independencia del control de los grandes medios sobre la gran historia, los tiempos revelan una cierta autonomía del lecto-espectador a la hora de re-crear las pequeñas historias que la componen o expanden, incluso a niveles disfuncionales para la planificación de la gran narrativa.

Aquí surge la primera gran acepción de esa hipotética poética futura de la escritura digital que quizás tendría sentido ir explorando, sin afán normativo, solo en tanto pueda servir para generar ficciones que vuelvan a hacer replantearse sus condiciones. Nos referimos, te refieres, a la modularidad, una realidad inherente a la concepción del transmedia, una sinecdoque eficiente que procura una apropiación material del objeto que se consume y del que se puede hacerse un determinado uso más allá de su mera posesión sin olvidar que sirve también a una cierta comunión con la gran historia que lo engloba, esa metropolí del sentido.

Para definir esa poética habría que tener una cierta complicidad no especialmente post-moderna sobre la idea de futuro, dice Constantino Bértolo en un reciente artículo que «futuro y preocupación son conceptos estrechamente unidos… solo una sociedad que se pregunta sobre su futuro es una sociedad sana, inteligente, responsable y prometedora». Quizás sea importante interrogar a la sociedad sobre sus ficciones futuras e invitar a una sociedad democrática a ser co-responsable de la escritura de sus ficciones.

Leo en tu última intervención algunas ideas que convocas y que podrían formar parte de ese listado de características que apunto un poco atropelladamente, consciente de que detenerse a listar en materia de escritura digital es tarea análoga a las dificultades de la crítica académica de esta nueva literatura a la hora de fijar conclusiones sobre un objeto tan variable y esquivo. Pero allá van:

-La modularidad/el fragmento/la serialización

-Lo simultaneo/Lo no-lineal

-Lo efímero/Lo obsoleto

-Lo doméstico/lo precario

-El montaje/el fragmento (de nuevo)

(…)

Efectivamente los préstamos del cine (padre del video arte magnético y del vídeo digital) parecen muy presentes aquí. Apuntaría a propósito de este listado dos ideas sobre las que nos gustaría conocer tu opinión.

Sobre la simultaneidad. Sobre la dificultad de nuestra mente para procesar realidades simultáneas, ¿Y si la revolución digital estuviera del lado de la recepción? Por ejemplo, en el caso de las narrativas simultáneas, ¿qué estamos requiriendo del lector-espectador?, ¿una mutación de su capacidad de atención? ¿Los límites de los sentidos son el límite del sentido? El creador, ¿ya no aspira a agotar el sentido de la obra, ha dejado de dirigir? ¿Cómo acceder a una obra con capas de acción? ¿buscamos una recepción emocional, atmosférica, poética frente a la cognoscitiva, concreta, narrativa?

El montaje. En el diálogo que Ramón mantuvo con César Rendueles, la influencia del cine también fue decisivamente apuntada, me interesa rescatar aquí algunas apreciaciones que hizo sobre el montaje que creo vienen al caso. César, siguiendo a Benjamin, destacaba que el montaje cinematográfico cuestionaba la idea de totalidad. «Una película es siempre alguna otra película posible, es una amalgama de elementos autónomos que adquieren un sentido nuevo al quedar reunidos. Su naturaleza fragmentaria es mucho más evidente que en el caso de producciones “fluidas”, sin junturas, como una novela, un poema o una escultura.»

Ese simulacro de linealidad estandarizado es una creación de los medios de masas audiovisuales contemporáneos. Para Benjamin era una tarea esencial «sacar a la luz esas junturas, romper con la sensación de fluidez de las producciones dominantes». En último termino, tratar de des-montar la apariencia. Y apuntaba César igualmente si la ruptura más radical no estaría tanto del lado de la creación como de la experiencia de lectura-visionado.

Mientras te escribo estoy leyendo un libro de bolsillo del escritor guatemalteco Eduardo Halfon, su Biblioteca bizarra. A partir del punto 3, cuando escribe sobre el simulacro de la linealidad y la fluidez también a un trabajo de re-escritura con la memoria narrativa, discontinua, inconexa…

¿Podemos seguir intentado pergeñar una poética de la escritura digital?

Responde Alex Saum

Hola Chema,

Muchas gracias por retomar la conversación (y mil disculpas por mi parte por haber tardado tantísimo en responder; a veces hablamos de la simultaneidad de la comunicación digital y no tenemos en cuenta ese otro factor que es la acción humana y esa vida que, como se dice en inglés, gets in the way, que nos interrumpe que digamos).

Pero vayamos al grano que justo tiene que ver, precisamente, con los conceptos de «simultaneidad» y «modularidad» o «montaje» porque creo que das en el clavo al identificarlos como esenciales a la poética de lo digital (o al menos, en lo que yo observo como esencial por aquello de que le es esencialmente único al medio o, por lo menos, le es específico). Quizás otras investigadoras o artistas resalten otras características pero, para mí, es cierto que según voy pensando y experimentando con más objetos y prácticas digitales, la teoría se me va reduciendo a una cuestión de experiencia o de, como tú lo llamas, recepción emocional, que devenga del medio en sí y sea inseparable de su contenido construyendo así la poética del objeto. Tienes absoluta razón cuando preguntas (y creo intuir que afirmas) que si lo que se necesitaría entonces para acceder a la obra digital sería un acercamiento poético y no uno narrativo, es decir, un acceso «atmosférico» (me encanta esto que dices) frente a ese otro que llamas «cognoscitivo, concreto, narrativo». Hay algo muy sensorial y emocional en esto que me parece fascinante porque creo que ese marco afectivo (y tan humano) es precisamente lo que nos permitiría definir la poética de lo digital como una atmósfera de lo simultáneo y lo modular donde, en contra de la lógica secuencial y narrativa, la experiencia (del objeto, de la vida, del arte) sea siempre una y muchas a la vez, sea siempre una realidad de variables (en términos matemáticos como decía en el bocadillo de antes) y no de constantes (de ahí que hablemos de tecnología digital y computación cuántica y no analógica, ¿verdad?). La razón ontológica del objeto digital es variable y, por tanto, capaz de cambio simultáneo y esto es incomprensible en términos narrativos e, inenarrable con escritura que no sea digital o (y voy a lanzar una afirmación provocativa y loca): por ende, poética. El medio digital es poético en su naturaleza, Chema, claro que sí. Se puede utilizar para escribir narrativamente y todo lo que tú quieras (este intercambio pseudo-simultáneo nuestro mismamente) pero hacer esto es ir contra natura. Boom.

[Ya me imagino que me van a caer palos por decir esto, pero hay que darle vidilla y polémica a los debates que merecen tenerse para que vaya avanzando la cosa, ¿no crees?]

Ah, un último apunte, para que no se me quede colgando aquello de la memoria y lo digital (y por volver al Benjamin de Rendueles y de Ramón). Decía Walter Benjamin (que como sabemos estaba muy en contra de la narrativización de la memoria y su fosilización en discursos históricos por aquello de su manipulación desde el Poder), que quizás habría que pensar la memoria en sí como medio, no como en algo hacia lo que ir o alcanzar sino como el medio propio de recordar. Pensar la memoria como medio en sí y no hacia algo permite también revisitarla y trabajarla, antecediéndose de alguna manera al looping de la performance digital, otra de las características esenciales de la poética digital, que por cierto casi si nos olvida: la repetición. Esta repetición, el loop de lo digital crea una temporalidad propia en la que el pasado está siempre grabándose en el presente, actualizándose como presente en el caso de la memoria digital donde el nuevo almacenamiento se convierte en memoria propiamente, presentándonos un sistema donde el pasado (ya sí) puede accederse en toda su complejidad. Esto quizás sea un alegoría para lo que Benjamin llamó «legibilidad»: en vez de utilizar el pasado para leer el presente, o el presente para leer el pasado, el pasado recupera toda su subjetividad (y su posibilidad de cambio), algo que resulta imposible en las representaciones actuales de memoria que toman la forma de la Historia. Es decir, si narrativizar la memoria es defraudarla e ir en contra de su verdadera naturaleza de medio y no de objeto, quizás el mejor medio de que dispongamos para lidiar con la memoria sea el digital ¿qué te parece?


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