Profunda desciende mi alma,
redonda en volutas, susceptible.
Es cierto, ante semejante
indiferencia, latente,
como un árbol de papel.
No se contenta al oleo,
y se aisla en el espacio,
mi alma en lentos silencios.
Profunda desciende mi alma,
redonda en volutas, susceptible.
¿Cómo distinguir quién vale la pena?
Si hasta la mirada más noble
puede ser la más perversa.
¡Cuánta falsedad, cuánta hipocresía!
¡Qué tiempos modernos!
Cuánta tristeza hecha de luna
que abunda y acosa mi corazón,
y llora, entonces, en silencio.
«Maldición» anuncian
las volutas de mi corazón.
Qué pena, cuánta tristeza.
¿Quién me mandó aquí?
Donde un espejo negro
vale más que un pensamiento.
Y esa es la más brutal realidad.
Profunda desciende mi alma,
redonda en volutas, susceptible.
Quizá sea la poesía
la forma de catarsis más elevada,
para aquellos que,
no pueden ser oídos por nadie.
Más tampoco anhelaría
ser oído por un surco de prejuicios.
Estamos solos, rodeados de muchedumbre.
Solos en la inmensidad ante tanta multitud.
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