Detrás de la celosía,
un alzacuellos presta sus oídos a la necedad,
o, con suerte, los regala.
El idiota es, básicamente, idiota.
Y amén.
Detrás del diván,
corbatas o collares atienden, efectivamente, al idiota.
O sea, la idiotez se paga
y el idiota asciende de nivel
abonando su propio idiotismo.
Detrás del poemario,
ni alzacuellos ni corbatas ni collares,
si acaso una soga pendiente de la presunción del idiota supremo,
a fin de que ahorque el delirio de vender
sus alienaciones encajonadas, obsequiosamente, al mundo entero.
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