«Dejamos de ser soldados en el ejército de los erguidos. Nos convertimos en desertores» Virginia Woolf
Arrodillada delante de su cama,
termina sus rezos
a un dios del que no comprende
del todo sus deseos.
Se pone en pie.
Acomoda con cierta ternura
sobre el colchón
la muñeca de trapo
con los rizos de lana marrón.
Se quita el pijama,
se enfunda un vestido holgado,
una especie de chilaba
que disimula la faja explosiva.
le da a su madre un abrazo
y sale de casa en dirección a la medina.
Cada mañana las tres niñas
van juntas a la escuela.
Aunque esta es distinta,
van a ir de excursión
y cada una ya tiene pensada
qué oración,
con sujeto, verbo, predicado,
corregida por el profesor
va a escribir en el misil
que contra los niños palestinos
lanzará el ejercito de su país.
Toda generación tiene sus armas,
adoptadas en su vocabulario
de las guerras en las que les tocó participar,
o seguir a través de los diarios.
La ballesta, la catapulta, el ariete,
el trabuco, la bayoneta, el AK47,
la bomba H, el agente naranja, el gas sarín,
el Exocet, el napalm, el fusil.
Cada generación fue añadiendo
a su diccionario un arma distinta.
La mía aprendió a decir:
armas de destrucción masiva,
unas armas que ni siquiera existían.
La ingente cantidad disponible
de películas, novelas,
series, poemas,
cuadros, documentales,
canciones protesta,
obras de teatro y de arte
son la prueba evidente,
el testimonio absurdo,
de todas la veces
que hemos fracasado
intentado cambiar el mundo.
En un albergue para indigentes
a Pietr, en su silla de ruedas
se le vuelve borrosa la TV
cada vez más borrosa
más borrosa
se apagan la luz y su cuerpo
en un último intento
de coger aire para respirar.
23 años ,185 centímetros, 45 kilos
no aguantó más.
Acababa de salir del hospital:
Síntomas: desnutrición y deshidratación
Diagnóstico: “problemática social”.
Nunca un diagnóstico fue tan cruel,
ni tan certero.
Los síntomas los padecía Pietr,
la enfermedad el país entero.
Señales había.
Sé que debí haberlas visto:
independiente, calculador,
agresivo, frío,
manipulador.
No voy a engañarles:
aunque disimule, una madre
lo sabe todo de sus hijos.
Ahora que veo en las noticias
en lo que se ha convertido
incluso lo temo.
Créanme, me da miedo
que sea un político.
Aarón y Moisés discutían de forma azorada.
Aarón no veía claro ese asunto de las plagas.
Moisés creía profundamente
en la justicia de su reivindicación.
Cuando se produjo el exterminio
por suma gracia divina
de todos los primogénitos egipcios
las autoridades faraónicas
iniciaron una campaña internacional
calificando como terroristas
al pueblo de Abraham,
Preocupado porque Yahveh fuera señalado
por el consejo de seguridad internacional
como autor intelectual
y Moisés como cabeza de turco,
Aarón construyó un becerro de oro
y ordenó adorar a esa cortina de humo.
Perdí toda esperanza de recuperarte
cuando al llamarte, tu mirada me devolvió
el odio ocre del último rezo
de un terrorista suicida.
Con la que está cayendo,
(un montón de palabras han huido para
refugiarse dentro de un paréntesis)
La austeridad ha llegado a mi cama:
La almohada me exige
copago por las consultas.
Se ajusta la audioguía
mira al cuadro e intenta seguir
las explicaciones del Reina Sofía.
La Guerra Civil española,
la exposición universal de París,
el simbolismo,
la brutalidad del toro,
la representación cúbica de La Piedad.
Frunce el ceño y ladea la cabeza.
Su hijo pequeño pregunta
Papá, ¿Por qué está todo roto?
Todos deberíamos tener como obligación,
antes de enamorarnos,
una jornada de reflexión.
“Y aún así, era imposible concebir cómo lo hacían»
Aseguraban los analistas en los medios informativos.
Tanques,
drones,
barcos portadrones,
armas de destrucción masiva,
se derretían sin oponer
apenas resistencia
a la fuerza de la invasión alienígena.
No supimos hasta mucho después
que unas armas de tal potencia, tecnología y crueldad,
solo podían haber sido vendidas a los invasores
por empresas a las que,
aún entonces,
llamábamos multinacionales.
«Vivimos tiempos de oscuridad y aquí y allá florecen abadías» George Steiner
Hubo un tiempo
en el que teníamos convicciones
ahora solo tenemos opiniones.
Algo sucedió en el camino,
dormíamos, despertamos,
y aquí y allá, en las plazas,
florecían asambleas.
Pero acabamos entretenidos
en discutir en redes con desconocidos,
buscando tener razón
sin ningún objetivo.
A una generación
sin tragedia
solo le queda
la sobreactuación.
A una generación
sin tragedia
solo le queda
la sobreactuación.
El mundo podría mejorar
si los que tiran el dinero,
tiraran a dar.
Todo empezó a cambiar
cuando dejamos de preocuparnos
por qué planeta íbamos a dejar
a nuestros hijos.
Y comenzamos a pensar
en qué hijos
íbamos a dejar
a nuestro planeta.
No quiero verte más veces preocupado por mi dolor abdominal
No quiero verte más veces preocupado por mi dolor
No quiero verte más veces preocupado por mi
No quiero verte más veces preocupado, ¿por?
No quiero verte más veces preocupado
No quiero verte más veces
No quiero verte más
No quiero verte
No quiero
NO
No fue
No fue él
No fue él, no
No fue él, no sé
No fue el, no sé cómo…
No, fue él. No sé cómo pudo.
No, fue él. No sé cómo pudo atreverse.
No, fue él. No sé cómo pudo atreverse, ¡¡Señor!!
No, fue él. No sé cómo pudo atreverse, señor agente.
Diez despidos,
nueve desahucios,
ocho asambleas,
siete manifestaciones,
seis contenedores quemados,
cinco detenidos,
cuatro gatos,
tres telediarios,
dos partidos en alternancia,
una revolución.
«Al final queda un álbum de fotos, de instantes fijos, jamás el devenir realizándose ante nosotros, el paso del ayer al hoy, la primera aguja del olvido en el recuerdo.» Julio Cortázar, Rayuela
- Compréndelo. No es por ti. Es por mí.
- Ya.
- Lo siento.
- Yo lo siento más, pero no te preocupes por mí. Yo estaré bien.
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