Trabajar a los cuarenta

Trabajar a los cuarenta

—Señora García: la espera el licenciado Fariña en la segunda puerta. —dijo Mariana, esbelta asistente.

Ana se sentía nerviosa. Era su quinta entrevista. Tenía once años de no trabajar, rondaba los cuarenta años, y portaba un apellido común. Sin embargo, poseía determinación y conocía como pensaban los hombres. Se arregló rápidamente el pelo. Retocó sus labios. Se acomodó el saco, y buscó asegurar que su camisa quedara lo suficiente abierta del escote para llamar la atención. Se puso de pie, bajó su falda dejando que sus bellas pantorrillas, voltearan miradas a su paso.

Las oficinas de Movisten son del primer mundo. Contrastan con los viejos edificios de la Ciudad. La empresa atractiva para las nuevas generaciones, jóvenes que no conocen una vida sin internet ni celulares.

Caminó hasta la puerta designada. Encontró un muchacho apuesto, inmerso en su computadora. Ana calculó que no tenía más de treinta años. Levantó la mirada, y su gesto evidenció no poseer la menor idea sobre quien tenía enfrente.

—Buenas tardes, señor. Vengo a la entrevista para marketingdijo Ana, aparentando serenidad.

—Usted debe ser Ana García, ¿verdad? Pase, por favor, y tome asiento —dijo Marco, buscando en su ordenador la información sobre la postulante.

Se sentó en un sofá, complicado para su angosta falda. Marco se levantó de su escritorio, y caminó sin disimular en absoluto su mirada a la entrevistada.

—¿Me cuenta sobre usted, señorita García? Yo soy Marco Fariña, gerente general. Tengo cinco años en Móvisten, para esta entrevista tenemos treinta minutos.

—Estoy casada —aclara Ana—. Soy Licenciada en Administración de Empresas. Trabajé para la competencia. Llegué a ocupar la gerencia de ventas. Luego me retiré, hasta ahora.

—Más de una década después está aquí—comentó Marco— ¿Porqué debería contratarla con tan poca experiencia? Si me permite ser franco, está bastante lejos con las nuevas tendencias y tecnologías.

— Va a contratarme por lo qué lograré, no por lo que he dejado de hacer. Mi situación familiar me alejó del mundo laboral, ahora la misma me obliga a regresar. Mi marido tenía una posición económica que me permitió dedicarme al hogar. Pero ha cambiado, tengo necesidad de generar ingresos. Aprenderé más rápido que cualquiera. Es mi quinta entrevista, ninguno de los anteriores vio más allá de mi currículum. Como ha sido franco conmigo, estoy siendo sincera con usted. Pude haber inventado pero qué mejor la verdad, no será con mentiras que lograré su confianza.

Marco la observó en silencio. Miraba reflexivo el papel y jugaba con el bolígrafo. Ana no le quitaba la mirada, buscando penetrar esa barrera que demostraba. Tenía una combinación interesante de juventud con madurez profesional.

—Gracias por su sinceridad. Me gustan las personas que uno puede esperar transparencia. Al final del día tomaremos la decisión.

Era media mañana, esperaría el resultado de la consulta. Regresó a su casa al saber quedado elegida.

—No sabía que las entrevistas ahora duran todo el día. En mis tiempos, duraban solo una hora —dijo Juan.

La casa de Juan podía considerarse una mansión. Contaba de dos pisos con balcón a la calle. Tenía varias habitaciones, salas, jardín, piscina. Para un joven abogado, reflejaba el éxito financiero alcanzado en su corta carrera profesional.

Había crecido fruto de la herencia de su madre. No conoció a su padre, faltó mano dura en su crianza. Siempre le gustó tomar la vía fácil antes que el esfuerzo. Sus amigos fueron siempre mayores. Estudió abogacía, convencido de que era una carrera conectada, para lograr abrirse paso rápidamente. Pronto comprendió el valor de los favores.

Conoció a Ana negociando los contratos de telefonía celular. Se enamoró de inmediato, logrando una cita personal con la ejecutiva. En su primera cena, le regaló un collar de perlas. A los dos meses, Ana se mudó a vivir con Juan. Se casaron en la playa, con una luna de miel soñada. La nueva esposa renunció a su empleo, se adaptó a la vida acaudalada de Juan.

—Me ofrecieron trabajo en Móvisten— Comentó Ana — Quedé seleccionada esta tarde, comienzo el lunes.

Ana — dijo cariñoso — ¿para qué vas a trabajar? Aquí tienes todo lo que necesitas.

—¡No vamos a comenzar esta discusión de nuevo!—exclamó Ana, haciendo un esfuerzo en controlarse— ¡Vos estás en quiebra y alguien necesita traer dinero a casa!

—Tranquila, no te ofendas. Este bache financiero es pasajero. El sol irradiará nuevamente, todo será como antes. Nada me hace más feliz que satisfacer tus deseos —dijo Juan— Amada Ana, debemos brindar por este empleo, aunque será por corto tiempo, demuestra la gran mujer que me entregó el destino.

Se sentía una chiquilla en su primer día. Se cambió de ropa tres veces antes de sentirse cómoda con un traje de pantalón y camisa blanca. Fue cautelosa con el maquillaje y sus joyas fueron modestas. Bebió un café y salió hacia su nuevo empleo.

Marco se tomó tiempo para presentarla y enseñarle las oficinas. Ana dudaba si era amabilidad natural. Mientras avanzaban, le abría puertas con el pretexto de dirigirla a través del laberinto de las oficinas. Observaba como las mujeres le miraban con recelo. Intuía que más de alguna había estado en su lugar.

Pasaron las semanas, y el trabajo de Ana se volvió interesante. Estaba conociendo gente, superando objetivos. Cada día una aventura nueva, una crisis que resolver, un cliente a quien recibir.

Juan, no podía manejar su envidia y sus celos, más que reclamando de forma burda. No podía digerir la situación– Ahora que encontró trabajo, me dejará—pensó.

Una mañana mientras conversaban sobre ventas en un café, sin darse cuenta, se les aproximó Juan enfurecido.

— ¿Por qué me hablas así? Estoy con mi jefe y no quiero me hagas una escena. Es mi trabajo—dijo Ana, soltándose del brazo.

La pareja salió del restaurante. Ana lloraba mientras viajaban, eran lágrimas de cólera, no de tristeza. Avanzaron unos kilómetros, cuando él ofreció su pañuelo y le pidió disculpas, la abrazó fuerte mientras tomó su cara entre manos diciéndole que nada grave había pasado. Sólo celos.

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