Autobiografía de otros.

Autobiografía de otros.

Magorayo

17/08/2019

I.-

Abro


la canilla

de los latidos


o quizás

hayan sido tus manos


que escribieron

las palabras

que estrujan

mi corazón


haciendo brotar

la sangre

la sensación


las que abrieron

la canilla


acercando

un teatro

un escenario

un rol protagónico


donde pasear

la desnudez

la humanidad

la confesión

de ser efímero

fugaz sutil


de estar vivo

sensible

enamorado


Empiezo o quizás

me haces empezar


Abres.



II.-

Tus palabras te visten

de fiesta.


En su belleza

desmesurada

hay un signo

una señal

un llamado.


Una carta que pide auxilio.

Otra

que otorga clemencia.


Tus palabras vibran

en las entrañas de tu corazón

trazan un eco

con la coraza

de tu cuerpo


así explican tu derrotero

tus miedos tu infancia

tus deseos

y lo que callas.


Tus palabras persiguen

buscan de algún modo

alzar la voz

se resisten a pasar

desapercibidas


son tan claras a veces en la noche

tan oscuras a pleno mediodía


que te vuelven deidad

presente

constante

relevante.




III.-

Tu existencia

traza

una línea divisoria


teje también, espesa, la bruma

en el tiempo de mi corazón

me acongoja


Porque ya nada será del color

o conservará la forma

que guardaba


no después de haberse

rebelado el sentido

de las cosas


invisible marejada

con que arribó

hasta el contorno del devenir


tu humanidad.




IV.-

Hubo

un instante

donde asumí

que tu nombre

se incrustaba

en la hechura de mi existencia

cuajó en mi vida

el torrente de esa sensación

como un hecho dado

irrefutable inexorable


mientras tanto

vos te mirabas las manos

en la preparación

de un rito mágico

una exquisitez

de frutos y de azúcar

de gusto milagroso


aún recuerdo que llevabas

en los rombos del delantal dibujado

los reflejos de la luz


existe una fotografía

de esa jornada

dentro mío

en la memoria.




V.-

Cruzaste bajo el diluvio

para decirme:


no es verdad que te odio

no es verdad que no quiero

tenerte cerca


morir contigo


golpeaste la puerta

con toda tu fuerza

el puño apretado

las venas hinchadas

roja tu faz por la emoción


bajo la lluvia

bajo el ruido de la lluvia

y el incordioso ladrido

de los perros


pero no me atreví

a abrir la puerta


otra vez el amor

y el destiempo


se abrazaban en sus maldiciones.




VI.

Fue solamente a la sombra

de la más honda tristeza


culminada la sepultura

puesta la lápida


fue solamente entonces

que volvió a su latir el corazón


Como jactándose la existencia

de una broma macabra

consistente en no concederme lo que buscaba

hasta que no me di definitivamente

por vencido.


Y ahora, aquí, así, con la sangre en su flujo

camino los días de la vida

las cornisas que se proponen

los llanos que se dejan.


No recuerdo siquiera donde yace la canilla cerrada.


Cierro.

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