Yo nací con la agonía de los trenes…

Yo nací con la agonía de los trenes…

José Gonzalez

07/07/2019

«(…) y los trenes eran animales mitológicos

que simbolizaban la huida, la fuga, la vida, la libertad.»

Cuando era más joven, (Joaquín Sabina, 1986)


Yo nací con la agonía de los trenes,

cuando estaban tan viejos y demacrados

que moverse les dolía. Dicen

que un día se detuvieron en mitad del campo

y el enojo de los hombres no conseguía moverlos.

Yo había nacido pero aún no estaba

y no recuerdo el calor y el metal, los bancos de madera,

los estrechos pasillos de su vientre tembloroso

que una vez me llevaron sobre la tierra,

y ya estaban entrando en el silencio.

La edad de hierro decayó en penumbras,

atravesó los días del hombre, abandonándolo.

*

Hubo una tarde que lo vio detenerse

jadeante en el campo, y los hombres

tuvieron que ir a socorrerlo, a él,

buey de metal y gloria inmemorable

como un dios domesticado,

como un padre resquebrajado y duro,

imitación industrial del vientre primitivo

y dolorido gigante con los pulmones agotados.

Los hombres te encontraron débil,

muriéndote de pie, como los árboles;

quisieron ampliar tu eternidad,

llevarte de nuevo a la ciudad para tu abrigo.

Pero ya no estabas con ellos, moribundo

cumpliste su pedido y entraste en el silencio.

Yo había nacido, pero aún no estaba

cuando me alzaste y en tu vientre

yo, criatura elaborada en la mañana,

usé de tu crepúsculo un trocito.

Y luego hallé tu cuerpo, solo

en la vereda de los edificios, estabas

descolorido y frío en los museos. De tu mundo

quedaba solo el hierro, como una calavera con tornillos.

*

Cuando te fuiste quedó tan grande el espacio de tu ausencia

que tus huellas eran como pueblecitos

diseminados por los bordes del río y en los escondites de los montes.

En el último día de tu muerte decretada

quedaron sin tu voz deslumbradora las casillas verdes.

Tu imperio de distancias quedó sin dueños,

abandonado, el viento tuvo que hacerse cargo

y llamó al polvo, a las semillas, condujo

el pueblo de la gramilla para esconder tus vías,

costillas enterradas de tu metal ardido.

Quiso la tierra recuperar su espacio,

o cuidar el olvidado resto de tu maravilla,

pero no pudo mantenerte oculto para siempre.

Se sabía, que tu abandono era definitivo,

que tu derrota aún valía, tus vías

fueron arrancadas de los campos una a una

desde el beso de la tierra la madera y el hierro

fueron recobrados a escondidas por manos anónimas.

Entraste a formar parte de los pueblos.

Tus rieles para los techos, sosteniendo

los muros y el espacio renovados;

tus salones quedaron sin resguardo, solo los años

te habitan y ya no te esperaban.

Y tus maderos, arrancados desde la profundidad

del monte antiguo, desde la edad ignota,

tuvieron ellos el destino triste de las hogueras,

de los puentes pequeños cotidianos.

Después de ese silencio y esa muerte,

no pudiste volver a los caminos

y los caminos fueron desguazados.

Yo vi una vez tus huesos arrumbados,

dormidos en el olvido de la mañana,

y ya no eran el tren, ya no eran nada.

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