La tempestad cedía…

la lluvia se había echado a esconder,

las hojas abatían una a una el suelo áspero,

mientras la luz se escurría entre los agujeros de la persiana;

como aquejando a la muerte por un suicidio que aún vivía…

aún latía,

pero yo soy amante de mi oscura desesperación

y cesó con la luz que aterra mi nido,

y lo esquivo, lo consigo,

triste y adolorido me desplazó sin alivio

e intentó no ceder ante la cordura de lo vivo…

y aún respiro,

conservo este cuerpo

hecho de poesía, más no de huesos,

eso explicaría el aullido

y mi débil aguante a la aguja y el hilo

¿soy solo un descosido? que desvarío,

entre agujeros he sabido de un buen río

una sirena que desnuda te esboza una sonrisa

y pide a gritos un aullido,

ese placer no vale mi angustia,

así que huyó despavorido

como un chucho arrepentido

por el amor que ha nacido

entre un cuervo y un descosido.

II

Ella frena mi huida en el tranvía,

aquellos perdigones no los dimitiría,

me han sonreído media vida…

muy mal cogida,

en solloza sin herida me exigía

“aún podemos hacer fuego” gemía,

yo sólo la veía como leña seca

tratando de volver al infierno

que alguna vez le dije que poseía,

como un amor que no puede vivir

pero tampoco puede morir

y no se encuentra a sí mismo,

pavimentado de una fragancia agridulce

y un corazón que no se acepta a sí mismo,

el amor se fue… se fue para siempre,

quizá

ese beso no nos pertenece

y nunca lo hará,

quizá

la mariposa se confundió de jardín

y la musa de cretino.

III

Y aún deliro,

bebo de la fragilidad invidente

que a su vez con evidencia me carcome,

como el humo intentando expandirse en el cielo

pero a su tiempo la brisa golpea y acierta,

en un impulso de desesperación

mi corazón galopa fuera del nido,

podrido de un amor insensato.

El anochecer invade el cielo

y mi rostro no delinea su recuerdo,

buscó fuerza abusando de su foto

como atrayendo la punta de la lanza,

y huyó de la habitación vertiginosa,

la muerte intenta parlar,

poco pertinente la muy puta

muerte súbita de cristal,

“no existe otro ángel como ella” exclama mi doble.

Ahora los dioses la tendrán en sus brazos

e intentarán hacer de ella una tempestad,

pero aquella pureza nunca será despojada,

esa flor ha sobrevivido el barranco de las pestes,

y a la pesada desesperación

del corredor de un solo lado, además

guardaré conmigo las letras llameantes

que el tiempo no podrá borrar jamás.

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