Un día, cuando éramos muy chicos
un caprichito hiciste,
con la amenaza de irte de casa…
ipso facto mamá te sacó a las escaleritas de la misma
una muda de ropa en una bolsa de plástico,
fue todo cuanto te entregó…
eso sí, sin quitarte el ojo de encima por la pequeña
ventanita lateral a la entrada.
me volví loco de la desesperación, la preocupación
y el dolor. Idéntico sentimiento me embarga ahora que,
por un quítame de ahí esas pajas, te ofendí y lastimé
provocando que dijeras el Kadish judío por mi,
me declaraste muerto en vida en cuanto a tu persona concierne con una versión muy moderna, estilizada y casi casi camuflageada de ese mítico rezo poético cuyos orígenes se remontan a la lengua aramea.
Eso sí…hay que reconocerlo, al César lo que es del César…
de una forma muy elegante,
hasta tierna. Tanto, que ni tú te creerías lo que en realidad me dijiste,
más que a la fregada,
a las tumbas y a las fosas me mandaste.
Tú no sabes lo que es eso, pero ya es la segunda vez en mi vida
que lo siento y preferiría realmente estar muerto, en el departamento 1-B
de la tumba de mamá, con el cuál tantas veces me he soñado…
a continuar con ese martilleo en mi pecho y cabeza, en eso que los budistas
reconocen como mente y espíritu…
así, en una sola entidad que lo abarca todo.
No se si te sirva de algo, o de plano no,
pero cuando menos quería decírtelo hoy, en este momento que todavía puedo…
aunque, en cuanto a las formalidades poéticas y prácticas concierne,
soy un maldito muerto viviente… un alma en pena que deambula por la que creo mi
casa… privilegios de algunos de que habitamos el inframundo y el olvido desdeñoso, aunque eso sí, bien ganado a pulso.
Por más que preferiría levantar mi copa de mezcal minero agusanado y hacer el célebre
brindis judío ¡Por la vida! En este momento la levanto solemnemente y, con el profundo
pesar y amargura de un Patricio romano considerado indeseable por El César y por
tanto condenado a beber la no menos amarga cicuta,
digo ¡Kadish por mí! ¡Que El César ya decretó!
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