El despertar del colibrí
Por Fernando Baena Vejarano
(Todos los derechos reservados)
PRIMERA TERCERA PARTE DE LA NOVELA
La selva es una sola
Un solo gran puñado de perfume
Una sola raíz bajo la tierra
Pablo Neruda
(poema “solo el hombre”)
1
Nunca habíamos sido tan libres a la orilla del mar. Tres aves del paraiso se asomaban a saludarnos por entre los resquicios de la selva espesa, deslumbrándonos con fulgores anaranjados que volvían transparentes las palmeras. A sol pleno, ya nos parecía normal caminar desnudos por un continente declarado por fin como una sola tierra sin fronteras, desde Groenlandia hasta la Patagonia y a partir del 21 de marzo.
Aprovechemos ahora que todo ha pasado para recordar lo que todos ya sabemos. Veámonos de nuevo –sorprendidos como entonces-, por lo que nunca antes nos había regalado una playa del Parque Natural Tayrona : un cielo despejado jugando “twister”, haciendo aparecer al mismo tiempo muchos arcoíris que jugaban a entrecruzarse, titilando, metiéndose primero por encima y luego por debajo de los otros y de nuevo convirtiéndose en aromas florales. Tú, Juanita Colloridi, nos hacías inhalar profundamente para que notáramos que ya los colombianos no tendríamos que escondernos nunca más de los jinetes del apocalipsis.
Un sueño nos había anunciado epidemias de terremotos por todo el país y el estallido de la locura en el medio oriente, así que habíamos salido en estampida de Bogotá rumbo a Santa Marta para luego comprar provisiones y venir a la Sierra. Tú, mamo Elías, nos habías traído, no para que huyéramos de los desastres, sino para hacer con nosotros lo que llamaste “el más avanzado tejido”. Se trataba de cierta metamorfosis para la que todos estábamos dispuestos. Nuestra vocación de batracios nos compelía a refugiarnos como ermitaños en las montañas de la Sierra Nevada de Santa Marta con la complicidad de los indígenas koguis. ¿Puede, de un renacuajo, salir alguna cosa diferente a una rana? Estábamos para averiguarlo. Los biólogos no creen que los sapos puedan hacer algo más que sacar sus lenguas a tiempo para cazar moscas, y todo indica que lo mejor que hace el homo sapiens es la guerra. Y sí: habíamos podido observar desde lo alto de las montañas nevadas las matanzas que se cumplían en el mundo. Nos informábamos mediante un televisor portátil con el que sintonizábamos el único noticiero que funcionaba –el que el gobierno había improvisado para la zona del Caribe. ¿Pero podría por primera vez el trompo de la historia dejar de dar vueltas sobre su propia vergüenza?
Tejamos este círculo de palabra para disfrutar lo que hemos sido, lo que ya nunca seremos de nuevo. Oigámonos contar que cuatro años atrás unos soplones a la entrada del parque nos habían visto llegar en varios camiones y habían llamado a seguridad para que nos pidieran papeles y nos sacaran a patadas. Pero Marcela Portocarrero hizo su papel de hija del dueño del hotel cinco estrellas y de los “ecohabs” con jacuzzi que terminaron pudriéndose entre la selva. El jefe de seguridad, Jesús Antonio, la reconoció de las épocas en que venía en vacaciones. Juntos solían burlarse de las turistas canadienses que compensaban sus vidas apagadas con aventuras de alquiler a doscientos dólares la noche. Y cuando la vio acompañada de mamo Elías, quien venía con su vestimenta kogui, todo de blanco, poporo en mano, mochila terciada; cambió el gesto de aquí yo soy la autoridad por la venia de aquí somos los protectores de las etnias que nos quedan en Colombia.
A mamo Elías lo reconocían de sobra en cualquier parque natural. El pasatiempo de muchos guardabosques había sido en años pasados coleccionar capítulos de las series de World Geographic, sobre todo los que los llenaban de orgullo viendo al kogui colombiano que se había convertido en figura mundial. Jesús Antonio lo saludó de abrazo, apenado por tener que venir con cuatro guardias armados. Nadie podía entrar a ninguna reserva natural mientras no se declarara superada la emergencia nacional. Pero Marcela es Marcela y supo lanzarle a Jesús Antonio coqueterías de niña buena con recordatorios de favores prestados a su familia en tantas ocasiones, para que la insobornable ley encontrara una excepción.
- No venimos de turistas ni de refugiados– le dijo. Y era verdad.
Ni tampoco veníamos a depredar, a sobrevivir como fuera tumbando árboles para hacer leña, o a escondernos del caos del país mientras lo reconstruían de nuevo. La prueba era que viniéramos encabezados por el héroe mediático de la madre Tierra. No pasaron más de tres minutos de conversación para que el jefe mandara a enfundar las pistolas, a traer jarradas de jugo de borojó para todos y sillas plásticas para sentarnos en el kiosko. Quería mas detalles para saber cómo ayudarnos y nos advirtió varias veces que si nos pescaban desde los helicópteros y le daban aviso, el actuaría con la severidad del caso como si nunca nos hubiera conocido: daría informe inmediato al ejército y este acudiría echando bala contra nosotros como ordenaba la ley marcial.
Marcela y Elías, apartándose del grupo le dijeron a Jesús Antonio:
- Nuestro peor escenario no es que nos pille la fuerza aérea.
- Ah ¿no? – respondió Jesús Antonio subiendo la ceja derecha.
- Te vamos a pedir un favor extra: que te mantengas pendiente de un enemigo que nos persigue. Es un gringo: se llama William Mc Comte. Esta era su foto hace unos años. Puede que no venga él mismo a buscarnos –Marcela le enseñaba unos videos que tenía en su Smartphone.
- Este es su apartamento en New York, al pié del Central Park – decía Marcela–. Aquí está con el líder de la liga árabe jugando golf. Y esta es de un campamento de entrenamiento militar en Israel, cuando estaba experimentando en carne propia lo que tienen que pasar los comandos élite de la ONU.
- ¿Y esos son los perros que podrían venir? –Antonio señalaba un grupo de gigantes embarrados hasta el cuello, parecidos a marines vestidos de robocops.
- Esos mismos. Pero no te preocupes, tal vez no pase nada.
Tú, Mamo Elías, nos mirabas distraído buscando cosas en tu mochila, como si no te dieras cuenta de la confesión que le estaban haciendo a Jesús Antonio. Y tú te sorprendías, Marcela, de su actitud imperturbable. No hay nada como convertirse en mariposa para evadir la cornada de un rinoceronte. No era el momento de contar pormenores. Marcela le dijo a Antonio:
–Este vaquero debe estar haciendo todo lo posible por localizarnos. Y tiene todo el billete y toda la preparación para impedirnos realizar un sueño. Por favor, inmediatamente nos avisas.
Antonio siempre fue un tipo prudente. Pero esta vez le ganaba la curiosidad. Quería saber qué era eso tan importante que habíamos venido a hacer. Si ahora iba a guardarnos la espalda, se lo merecía. Además mamo Elías lo conocía bien, de una época en la que le había dado enseñanzas. Sabría entender. No todo el mundo está preparado para lo milagroso.
- ¿Te acuerdas de lo que lograste esa vez, cuando te picó la culebra? –le preguntó mamo Elías.
Mamo nos había contado esa historia muchas veces. De camino hacia el cabo, recién nombrado nuestro futuro cómplice como guarda bosques, mucho antes de que nos asentáramos en el parque, Elías lo había estado entrenando en artimañas de brujo. Para probar a su pupilo en valentías chamánicas, se lo llevó a una zona infestada de culebras. Una pintona colorada de dos metros de largo les hizo el favor: se lanzó desde una rama y picó a Jesús Antonio en el brazo. La hinchazón y el hormigueo de la anestesia lo invadieron en minutos, paralizándolo más del miedo que del veneno. Entonces mamo lo miró a los ojos, le pidió con tono de regaño que dejara el berrinche, y aplicara un contra que le había enseñado. El éxito había sido inmediato.
–Es mi recuerdo preferido – respondió Jesús Antonio. Solamente con eso, me cambiaste la vida. ¿Pero qué tiene que ver con el tejido que me dices que has venido a hacer aquí, con todos estos que te acompañan?
Tú, Mamo Elías, sabías ser muy sentencioso cuando querías. Tomaste aire como si fueras a dar un discurso completo, pero soltaste solo algunas frases memorables, con un tono que le hizo entender que se trataba de una adivinanza sobre la cual no iba a dar ninguna otra pista:
- Ahora la culebra es esta especie de apocalipsis que se le ha venido encima a Colombia. Recaerá en las ciento noventa y ocho naciones que hay repartidas por fuera de la Sierra Nevada. Y el antídoto es lo que venimos a preparar nosotros, escondidos aquí por unos años. Es una solución desesperada que ha decidido poner a prueba el concilio de mamos de la Sierra.
Antonio bajó la vista. Casi nos hace una venia. El rictus de gravedad de mamo Elías lo había aclarado todo. Nos hicieron traer la mejor recua de mulas. Nos dieron costales y lazos para empacar las carpas, el mercado, las cocinetas y las demás provisiones que habíamos traído, previendo todo lo que podríamos necesitar para vivir escondidos entre acantilados y ríos cristalinos. Ya no había que evadir paramilitares sino senderos comunes invadidos de hormigas inofensivas. Algunas rutas ya las conocíamos porque desde el primer semestre en la universidad habíamos comenzado a venir en la temporada de junio y en la semana de receso. Era un rito no declarado, una especie de obligación moral. Si alguno de nosotros no venía en ambas fechas corría riesgo de que lo declaráramos persona no grata.
Así que no aceptamos un guía, solo las bestias y las linternas extras. Nos encaminamos con un mapa que tú, mamo Elías, nos habías dibujado en el revés de un individual de papel. Había que desviar por el lado de la playa nudista y seguir unas pistas que solamente conocían los wintukwas, un grupo que guardaba celosamente las profecías confiadas a los Ikus para que las revelaran en su momento a nosotros los occidentales. Nos sentíamos caballeros templarios a pocos minutos de entrar en el templo de Salomón para rescatar el grial de manos impías. No había piso de tierra, sino una sopa gredosa que le chupaba las patas a las mulas, y apenas la mitad estuvieron tan de buenas que logramos salvarlos a punta de jalonazos. Para colmo de la mala suerte nos perdimos tres veces, de día y de noche, ya que con frecuencia no encontrábamos campamento a la hora del atardecer y tocaba seguir adelante aunque no se viera ni la luna. Fue más duro que cuando subimos a Ciudad Perdida. Pero por fin llegamos a un vallecito escondido entre montañas inclinadas como paredes, que nos hizo sentir como en aguas calientes, a las faldas de Machu Picchu. La instrucción era mimetizarnos como leopardos entre la maleza, para que los helicópteros del ejército no nos detectaran. Quedaba al pié de una laguna sagrada en la región de Guamaca.
Mamo Elías sabía que la estadía sería larga. Y lo fue al doble de lo que habíamos imaginado. En los siguientes cuatro años Estados Unidos desaparecería como nación y desde el polo norte hasta la Antártida se crearía después una confederación de eco-aldeas autosuficientes inspiradas en el estilo de vida lento. El derretimiento acelerado de los polos y las crecidas del mar borrarían parte del mapa de los llanos orientales de Colombia y buena parte de Venezuela. Habríamos de ver en nuestro televisor portátil el hongo atómico que los fundamentalistas islámicos harían estallar para excitar la testosterona de sus enemigos satanizados. Pero la naturaleza destruye para crear y un mago siempre tiene un plan b bajo la manga.
2
Que el grupo le relate en grupo al grupo lo que todos ya sabemos.
Tú, Lucrecia Basovich, nos dijiste que íbamos a tener destinos poco ordinarios. Te creímos porque a tu madre y a tu abuela –y parece que de ahí para atrás a todas las mujeres de tu familia–, las habían premiado con ese gen que sirve para predecir cosas. La una leyó augurios en tripas de aves a escondidas de la inquisición, la otra le advirtió sucesos a no sé cuales rajás de la India, la siguiente había sido parte de la sociedad teosófica y su madre ya había sido abiertamente y sin tapujos la astróloga oficial de los duros de la farándula en Colombia.
Nos lo dijiste casi todo, a veces indirectamente como cuando contabas tus sueños. Y a veces de frente. Nos confesaste que adivinabas con la bola de cristal y al comienzo no te creímos. Pero el pronóstico se cumplía tanto si nos anunciabas que no habría examen porque el profesor se enfermaría, como si nos advertías no salir a un paseo a Girardot porque encontraríamos bloqueada una carretera por un paro cafetero. Lo tomábamos como una coincidencia, te apodábamos “hechizada”, y tú, muy honrada con el apodo, nos decías parsimoniosa que lo habías visto todo en tu bola de cristal. Cuando una tarde nos invitaste a conocer tu casa en chapinero alto y nos hiciste entrar a tu altillo, comprobamos que en efecto coleccionabas toda clase de artimañas. Seguramente lo recuerdas, Lucrecia. Tenías colgados de las vigas como quince atrapasueños, había libros de todo tipo incluyendo la enciclopedia de la magia de editorial Norma, y en una mesita al pié de un futón amarillo donde meditabas estaba efectivamente –tapada por una tela de terciopelo roja–, una esfera de vidrio tan transparente que nos costó trabajo reconocerla. Era como una de esas burbujitas de jabón que ponen a flotar por el aire a la entrada de ciudad salitre, al salir de los carros chocones y la montaña rusa. A cualquiera le regalaron en el parque de diversiones ese anillito enroscado con su pitillo azul que se hundía en un vaso lleno de jabón líquido para soplar hileras de vejigas hechas de nada. Así de transparente era tu bola de cristal. Nos parecía que era una reliquia sumeria que habías heredado de alguna antecesora, aunque nos dijeras que la habías comprado en un almacén esotérico que había en el barrio Teusaquillo.
No se sabía lo que pasaba por tu mente, Lucrecia. Pero mamo Elías se dio cuenta que nos estabas sicoseando al punto que ya no tomábamos ninguna decisión sin consultarte. Te llamó aparte y no volviste a hacer anuncios. Suplicábamos apoyo antes de hacer un viaje a un lugar arriesgado, pero hacías un gesto que te conocíamos –respingando la nariz y achinando los ojos– que claramente significaba “a mí no me pregunten”. Entonces terminamos por aceptar que estábamos por nuestra cuenta, que la vida era un caos que había que descifrar de la mejor manera posible y que la diversión se perdía sabiendo las cosas por anticipado.
Mientras armábamos nuestros cambuches en silencio, recién llegados al valle de Guamaca que iba a ser nuestro hogar por mucho tiempo, te echábamos una que otra miradita, Lucrecia, para sonsacarte por lo menos algún atisbo sobre nuestro destino. Queríamos claridad. Habíamos acompañado por años a mamo Elías en un viaje quijotesco alrededor del mundo, pero no entendíamos el sentido de esta prueba. En vez de leernos el futuro, nos revelaste el pasado: Dijiste que fuimos un grupo de bandidos en la vida pasada, y que aunque robábamos bancos repartíamos la mitad del botín entre los pobres para quitarnos la culpa, al parecer en Méjico, en la época de Pancho Villa. Aseguraste que tuvimos un ideario “Robin Hoodiano” y que nos mataron contra un paredón mientras gritábamos consignas por el pueblo y nos moríamos de la risa frente a nuestros verdugos, porque el tequila que nos habíamos tomado nos daba valentía. Concluiste que el karma era volvernos a encontrar en Colombia para hacer algo más útil esta vez. Aunque las intenciones habían sido buenas los medios habían sido erróneos y en esta vida nos correspondía preocuparnos por la humanidad como de verdad toca: sin política ni religión de por medio. Y que el viaje al Tayrona constituía algo así como una prueba de graduación de alto nivel que los hermanos mayores iban a hacernos. Nos hiciste sentir honrados por estar pasando esta prueba de aislamiento decisiva. Teníamos razones para pensar que por todo el globo terraqueo miles de grupos más estarían en tubos de ensayo semejantes al nuestro intentando lograr sincronizados algún tipo de mutación milagrosa.
Tú, mamo Elías, tuviste desde siempre tus esperanzas puestas en nosotros. Por unos más, por otros menos, te preocupaste siempre de cultivar nuestras mejores cualidades. Y nos escogiste como seleccionando los mejores ingredientes para hacer una comida en la que se combinan los sabores suaves con los más penetrantes, encantándonos con ese saludo alegre, modesto y digno que tienen los de tu estirpe. Sin pensarlo mucho aceptaste tomarnos como discípulos, advirtiendo eso si que la formación que habías recibido era muy diferente de la enseñanza que nos estarías dando; y señalando que tus colegas de la Sierra podrían regañarte si se enteraban a fondo de que nos estarías transmitiendo la memoria de los abuelos a nosotros, los hermanitos menores. Por eso venías cada tres meses a Bogotá, nos llevabas al jardín botánico a hacer prácticas en la maloca que nos prestaban allí, o hacías contactos para mandarnos a tomar peyote en Méjico o a sufrir los calores de los Inipis que ofrecían los sacerdotes dakota en Sioux Falls. Nos soplabas tabaco por la nariz –una técnica que había aprendido en el Putumayo– para limpiar nuestros canales de energía, y nos hacías vigilar nuestros pensamientos como si fuéramos tigres al acecho de impurezas. Finalmente, antes de partir para su tierra dejándonos tareas pendientes, nos abrazabas y nos ponías aseguranzas –manillas rezadas de diversos colores según su función–, para protegernos de peligros o empujarnos al desarrollo de habilidades necesarias para ganar batallas espirituales.
Pero lo importante de todo esto es repasar cómo pudo ser posible que ahora seamos tan absolutamente diferentes de lo que fuimos. Y por eso te daremos la palabra, mamo Elías. Eres el propio.
3
Saludemos primero que todo a los nueve puntos: el oriente, el occidente, el sur, el norte, el padre sol en el cenit, la madre Tierra en el nadir y las tres direcciones secretas.
Yo no debo hablar sino en nombre de ellos, que son mis guardianes y los suyos. Preferiría quedarme calladito. Pero sé que entre todos vamos a tejer los recuerdos sobre lo que algunos de ustedes podrían llamar experimento. Esa palabra me suena a ciencia. A mí me parece más bien un hilado. Lo que hemos venido a hacer es un intento para producir una mantica de algodón que nos cubra a todos. Ya saben, vivir es pasar haciendo nudos. Tejiendo es como se sueñan mundos. Por eso dicen los Ikus que los primeros mamos que existieron, Ñakwa y Kaku Serankwa, formaron el cosmos girando ellos mismitos por todas partes hasta llegar al pico nevado más alto de la Sierra Nevada, desde donde surgieron las ideas que había que enhebrar para proteger el mundo, para que hubiera equilibrio. Los hilitos somos todos. No solamente los hermanos mayores, nosotros, los que nos llamamos “la gente”. Sino también otras personas, los wayyu, los cuna, los embera, los guambianos por citar algunos. Y los hermanitos menores de todas las razas también, en toda América y en Asia y en Europa y en Australia y África. Y los blancos. Y los Inga y los Macuna y los Cubeo, por ejemplo, para hablar sólo de Colombia. Todos somos los hilitos que nos pusimos a tejer en el centro del universo, donde reposan las almas de los que mueren. A todos ellos invoquemos.
Si yo hubiera sido un nativo puro, o un mamo típico, no les estaría diciendo que el vestido que le estamos haciendo al mundo tiene que componerse de mechas de algodón traídas de todas partes. Preferiría en ese caso que el único material que se usara proviniera de la Sierra. Los mamos que le enseñaron a los ancianos que fueron mis maestros; hasta se habrían puesto muy bravos de sólo oír ese pensamiento. Yo soy diferente.
Ya lo sabemos. Soy hijo de una mulata cartagenera, socióloga, que se vino de estudiante a recoger información en la Sierra Nevada de Santa Marta para una investigación. Ella estaba haciendo su tesis de grado. Mi papá es kogui, mezclado de familias, porque su madre era de los wintukwas, que los españoles conquistadores llamaban arhuacos. Tenía costumbres de varias partes. Mi abuelo paterno era kogui completo. Cuando mi taita vio a mi madre, de inmediato se puso a explicarle que si uno de nosotros quiere buscar a una mujer que le gusta, entonces se lo hace saber diciéndole que quiere que le teja una mochila. La mochila es el vientre de la mujer, que ustedes llaman útero, y por eso tejerla es ofrecerle lugar para su crío al hombre. Mi madre, en vez de emprender la tarea que le habían puesto en la universidad, quedó tan enamorada que se puso a tejerle ahí mismito una bolsa que se llama Cheygekekwanu, la que el hombre usa para guardar lo de uso personal –que no le quedó bonita porque no la habían enseñado bien, desde niña, como a cualquier mujer de mi pueblo. Pero a mi papá no le importó eso. No pensó que no fuera a quererlo bien. Entre nosotros sabemos que si tejes bonito, sabes también, por esa misma razón, hacer tus lazos de amor. Pero este era otro asunto porque no era mujer de tradición, no le habían enseñado que las relaciones se logran y se mantienen juntando bien las fibras, y que eso se hace también tejiendo lindo.
Mi papá también previó que tendría dificultades para explicarles a mis abuelos paternos que se casaría con una mujer que no creía que el universo fuera un huevo con nueve niveles. Ellos dos no eran compatibles para los mamos antiguos, porque según la costumbre un hombre pertenece a un grupo que se llama Túxe, que es un linaje que viene del padre y del abuelo suyos. Mi madre y mi abuela, sin embargo, no eran de linaje de mujeres aceptable, porque no eran de la Sierra . O sea que según el dicho dice no tienen Dáke. La creencia es que un jaguar no come culebra porque se indigesta y el entendido es que dormir con mujer es parecido a comer carne. La palabra “kogui” significa jaguar. Entonces mi papá no estaba haciendo lo correcto porque así como los animales se enferman si se alimentan de lo que no conviene, un Túxe no come sino Dáke. Y entonces yo, por ejemplo, podía ser un hijo que trajera desgracias. Pero eso era creencia que no les importaba. Para evadir el rechazo familiar mi taita le propuso a mi madre que se fueran a vivir con una comunidad mixta, los “jipi-koguis”, de parejas estilo años setentas en las que uno de los esposos, hombre o mujer, había venido de alguna ciudad colombiana o de algún lugar del mundo, motivado por aprender nuestra cosmología y vivir aparte. Eran gente que no quería oír rock ni fumar marihuana, pero que tampoco quería quedarse en ciudades ni ponerse corbata para dedicarse a ganar plata.
Éramos familia diferente. Estábamos ubicados en la vertiente nororiental de la Sierra Nevada de Santa Marta, entre las cuencas de los ríos Buritaca, Don Diego y Palomino. Mi caserío era de brazo izquierdo, o sea, a ese lado del río. Fabricábamos panela y teníamos agricultura de machete. En mi escuelita, a setenta kilómetros de Santa Marta, mis compañeros eran hijos de padres franceses y madres koguis, o madres inglesas y padres indígenas, por ejemplo. Las bases del inglés las aprendí de mis amiguitos. Los profesores nos enseñaban a proteger nuestros asentamientos de los colonos que intentaban invadir nuestro resguardo poniéndonos a jugar a construir un “pueblo talanquera”. Mi madre me enseñó el español. Mi padre me mostró lo que había en el mundo y lo que significaba ser un habitante de la Sierra. Me lo enseñó como se debe: ayudándome a adquirir las mañas del tejer. Recuerdo que me dijo, hablándome del matrimonio:
–Si quieres saber crear, tienes que saber tejer.
Porque, para nosotros, si uno no hace lazos, si no se vincula a los otros, no está a tono con la ley de origen. Uno es lo que fabrica para los otros y eso depende de cómo quede el alma del artesano en la trama. Deben quedar bien cruzadas las fibras humanas y debe uno concentrarse para no perder de vista la figura que está logrando. Me enseñaron las normas de los hombres iku haciendo diseños que llamamos kunsumunu cheirwa, que tienen que quedar muy bien trazaditos. Ustedes lo llaman metáfora, cuando dicen, aunque no lo crean, que una cosa es como otra. Pero para nosotros no se trata de una comparación entre el arte de tejer y la vida, sino de un hecho, una cosa es la otra, como pasa en los sueños. Nunca hemos visto que una mujer de las nuestras sea diferente de cómo le quedan por ejemplo los bordados de los extremos de una camisona.
Así que me esmeré en ser un gran tejedor, pero no porque tuviera en mi mente prepararme para cuando tuviera compañera, esposa. Yo no pensaba en eso. Cuando un hombre le ha conseguido algodón a la mujer que le gusta y ella ha escarmenado, hecho los rollos e hilado con el uso, el hombre teje en el telar, con paciencia y con devoción, un vestido; y eso lo hace un buen esposo. Tiene que haber aprendido a hacerlo bien. Pero yo no me entrenaba para eso. Mi padre me enseñaba un sentido más profundo todavía. Había aprendido no solamente con los saberes Koguis, sino con los decires ijkas, porque mi abuelo había sido del sur de la Sierra . Me evaluaba todos los días, cuando le mostraba lo que había logrado, por ejemplo al producir el gorro:
–Ya hay estrellas y rios, ya hay montañas blancas.
Eso significaba que estaba viendo la Sierra Nevada en el tejido. Una buena tela es como las líneas de la palma de la mano para Lucrecia: revela lo que hay del otro lado. Si el hilado tenía estrellas, era que estaba tomando vida, que uno había sabido ponerle cariño, que uno había estado produciendo sin afán, tejiendo bonito, aconsejado como se debe por animales y plantas. Eso era un progreso. Y no me lo enseñaban en la escuela porque era mejor que de eso se encargara la persona que a uno más lo quisiera.
De mi escuelita recuerdo que vivía admirando su techo de palma, sus paredes de guayacán y caña brava, –me iba quedando dormido desde mi pupitre, la cabeza echada hacia atrás en vez de mirar el tablero. Pero no pasé allí tanto tiempo como mis compañeritos, debido a que un amigo de mi padre, que se llamaba mamo Pedro, me sacaba mucho del salón para enseñarme lengua ceremonial y otros saberes. Yo iba con él a aprender las propiedades de las piedras y lo acompañaba a ceremonias de bautizo. Estaba buscando un niño que sirviera de embajador para mandar donde los hermanitos menores, los que no viven en territorio sagrado. Por eso quiso ir a mi rancho a compartir palabra con mi familia, a preguntarles por mí. Aunque mi sangre es mezclada, había soñado conmigo. Quiso saber cómo eran mis tejidos. Le trajeron un Tutusoma de lana –el gorro del hombre–, un Jinu –la faja con la que se sujeta el pantalón–, y se le vio un brillo en los ojos cuando tocó una Ziju que yo acababa de terminar –ya se sabe, esa mochila pequeña y flexible donde se guardan las hojas de coca. Entonces revisó con cuidado las manchas de mis brazos. Dijo que yo podría tener el carácter. Eso significaba que me estaban seleccionado para mamo y que me iban a poner pruebas. Les parecí buena semilla.
Tenía solamente siete años de edad. Mamo Pedro salía a pasear conmigo y me mostraba culebras, pájaros, arañas, cuadrúpedos; y luego, por la noche, cuando tendíamos los chinchorros y hacíamos fuego, me pedía que me quedara dormido y soñara con la danta, el jaguar, el venado de páramo, la nutria, el paujil–, los hubiéramos visto o no, porque ya algunos parecían extintos. Mi tarea era descubrir el tejido con el que estaban hechos. Yo lo hacía. Veía por ejemplo los espíritus de la gallineta de monte, que hacían equipo para cazar presas, o a las ardillas guardando semillas o a los cóndores pasando revista a su territorio por todo el continente. Otros jugaban, exhibían plumas, reptaban, se camuflaban con la manigua, hechos de texturas que brillaban según sus temperamentos y cambiantes como mandalas en un caleidoscopio. Se movían, se multiplicaban y morían, se enfermaban y recuperaban. Daba la sensación que entre todos armaban una telaraña de luz. A veces notaban mi presencia. Parecían cardúmenes, manadas, siempre iban en grupo y no todas las veces les gustaba que los estuviera espiando. Al salir el sol, mamo Pedro me pedía que le contara en detalle mis sueños. Me regañaba si los había olvidado. Me llevaba a Nabusimaque si por quince días seguidos lograba recordarlos. A mí me encantaba ir allí, a la capital de los arhuacos, el lugar donde nace el sol. Me hablaba de los antepasados, los hombres jaguar, me mostraba sus tumbas, las ruinas de los asentamientos; y me ponía a dormir.
Cuando creyó que estaba listo, mi mentor me hizo dar el segundo paso: soñar con el tejido de la gente. Comencé por los hermanos mayores. Yo era feliz encontrándome con ellos. Los abuelos de otros siglos me contaban historias y me decían que con ellas yo estaba recibiendo algodón para tejer mi gran obra: una camisona que vestiría no solamente el cuerpo de la Sierra Nevada, sino todas las tierras. Protegería al mundo de los espíritus inquietos, sería posible la hermandad entre todas las cosas.
Pero cuando tuve que dar el tercer paso, fue una pesadilla. Mamo me pidió una noche, después de hacer pagamentos a la madre Tierra, que soñara el telar de los hermanos menores. Habíamos ofrecido en ceremonia fruticas, algodón, velones y aromas a la madrecita que nos alimenta. Por eso yo esperaba buenas visiones. Pero no soñé que volaba, sino que me chupaba un peso gris como el cemento. Lo primero que noté fue que los palos estaban casi todos rotos. Un telar es un cuadrado que tiene además cuatro varas que unen las esquinas, pero estas no estaban interceptadas en el centro formando una equis, como debe ser para que haya telepatía entre los abuelos de hace siglos y los vivos. Estaban desvencijadas, corridas hacia un lado. El mundo de otras tierras no estaba en equilibrio y por eso intentaban, pero no podían hacer bien sus vestidos. Por eso las guerras, la injusticia. Sentí lo infelices que eran. No hilaban sus pensamientos como debían, y por eso había desigualdad. Yo lloraba al verlos. En vez de juegos de luces y voces, se oían lamentos. No había gavillas sino seres solitarios. Sólo pensaban que hacían cosas buenas que llamaban progreso, pero en realidad lo estaban destruyendo todo. El Akunkuna o telar, si me dejan que les repase, tiene ocho varas. Unas son femeninas y otras masculinas. Y para que la ley de origen se cumpla y todo salga bonito, el Kumuya, –que es redondo y sostiene las puntas de ambos lados del hilo–, se encarga de la armonía entre mujeres y hombres. Pero este Kumuya de los hermanitos menores estaba podrido. Al despertarme y referirle mi sueño a mamo Pedro, me dijo:
– ¿Ya ve? Necesitamos enseñarles a tejer y primero que todo arreglarles el telar. Han adquirido el poder de hacer lo que quieran con la tierra, pero no saben responsabilidad. No entretejen intenciones buenas. No piensan pensamiento verdadero, no saben que todo es Aluna. Pero como no saben ni pueden aprender, tenemos que pedir ayuda en otros pueblos que tengan memoria. Hay que hacer entre todos una manta. Y alguien tiene que ir a visitarlos, para ponerlos de acuerdo en trenzarlo todo al mismo tiempo.
Entonces mamo Pedro buscó conversación con mi papá y mi mamá. Les explicó que yo estaba listo y les pidió permiso. Les dijo que cuando tiempo atrás los mamos habían visto que ya no había nieve en lo alto de las montañas ni suficiente agua en los rios, habían visto que algo estaba fallando y en asamblea habían decidido mandar mensajeros para hacerles advertencia a los hermanitos menores. De algo había servido, pero me necesitaban para dar el mensaje con un volumen de voz más alto, porque los pueblos exiliados de la Sierra Nevada parecían sordos. Mi papá no entendía por qué habría que ayudarles, si la leyenda dice que fueron ellos mismos los que hace muchísimo tiempo decidieron irse del centro del mundo, donde estamos nosotros, a sabiendas que no eran tierras donde podrían seguir la ley de origen. Mamo les explicó que, por una parte, si ellos no colaboraban con el equilibrio este no podría lograrse; y que por otro lado aunque fueran hermanos que se separaron, eran en todo caso familia. No importaba si vivían en países de oriente o de occidente.
Y a los nueve años de edad me empezaron a llevar a un círculo de piedras con una fogata al centro, donde por dos años más me prepararon para ayunar, soportar la soledad, saber usar las hierbas sanadoras y, sobre todo, confiar en la oscuridad. Entonces mis mentores decidieron prepararme para ceremonia y convocar. Toda una fila de gente trepó conmigo por el monte, más allá de Machete Pelao, de camino al sector de ingreso a Teyuna, la ciudad perdida de los Tayronas. Nos dirigimos al pié del glaciar, muy muy arriba. Pero no me iban a encerrar en una choza hasta los 18 años para darme instrucción, como a los otros niños educados para mamos. Ni me iban a enseñar para ser mamo ayudante, ni comisario, sino mamo ceremonial. Asistieron todos los hombres y mujeres de sabiduría que había en la Sierra –no solamente los de mi comunidad sino también Arhuacos, Kankuamas y Wiwas. Me revelaron mi nombre sagrado, que no puedo pronunciar. Me otorgaron los símbolos: el cóndor, el jaguar tallado en piedra y la venda para los ojos. Luego me despedí de mi madre intentando no llorar. Era la última vez que me podría tratar como a su hijo, porque en adelante yo sería, para ella y para todos, un guardián de la palabra. Mis amigos de la escuela me abrazaron, algunos con envidia, otros con pena. Luego salimos en caravana hacia la incubación de tres años en el círculo de piedra.
No es simplemente un círculo. Le van haciendo a uno un muro. Sobre la primera hilera de piedras de río se arma otra con greda y argamasa y más pedruscos, para ir cerrando hacia arriba con círculos cada vez más pequeños que forman lentamente un techo en cúpula. Uno se queda adentro en oración, comunicándose con la madre Tierra y con el padre cielo, en silencio. Uno le canta al sueño. Se hizo la danza antigua, que ya pocos recordaban, en la que los hombres Hukumeiji usaron sus máscaras de jaguar, con colmillos largos cubiertos de láminas de oro, la jeta abierta y la lengua saliente. Los bailadores que sabían el recuerdo para volverse uno felino, gruñeron y dieron zarpazos como la fiera introduciéndose una bola azul en la boca. Dijeron que eso me protegería de los jaguares codiciosos que violan muchachas vírgenes, y me convertiría en jaguar protector como cualquiera de los antepasados. Eso no lo entendí muy bien, porque era costumbre remota. Pero me explicaron los que tenían memoria antigua, que para evitar que los jaguares vengan y se coman el mundo al final del tiempo, para impedir que todo se acabe, uno debe convertirse en jaguar primero, ponerse a montar guardia, estar al acecho, prepararles un susto y hacerlos huir de modo que el mundo siga rodando.
Uno también invoca el espíritu del colibrí que llega volando por encima de un arco iris como en la leyenda maya. Cuando el colibrí liba néctar, no se mueve. Se mantiene muy quietico. Sin embargo, aletea muy veloz. Vibra tan alto, que las alas se le vuelven transparentes. Uno está allí para que le pase lo mismo. La luz es cada vez más escasa durante los nueve días que se toman los mentores para rodearte con los cantos sagrados y las danzas del fuego, la canción de las flautas y las tertulias sobre las proezas de los primeros hermanos mayores que tuvieron que buscar refugio en Suramérica hace catorce mil años, cuando se les hundió su gran isla –que yo creo que era la Atlántida. Uno recuerda que el universo es como dos pirámides unidas por la base, con nueve mundos, el quinto de los cuales es el nuestro. De noche, rodeando el domo de piedra, se cuentan nuevamente las profecías que se hicieron, mientras uno se va despidiendo también de las estrellas. Uno apenas escucha al otro lado del muro las voces de los palabreros. Usted sabe que va a morir. Uno pide a los mundos superiores de luz que no se lo lleven a ninguno de los cuatro mundos de oscuridad que hay por debajo del que habitamos. Cuando se cierra la cúpula con el último guijarro –uno especial de color blanco traído de las zonas altas de las cascadas–, uno entiende que tres años más adelante, cuando lo liberen del encierro, ya no lo llamarán por el nombre antiguo ni lo recordarán como el niño que uno fue. Desde entonces hasta la muerte se es un mamo.
Usted siente una gran emoción que no es de miedo pero se le parece. Es un valor que tiene un nombre secreto en teigua, la lengua ceremonial, pero que traducido significa “valentía celestial”. Usted sufre. Sin embargo uno es el ser humano más feliz sobre la tierra, está entregándole la vida a los guardianes del mundo. Se cierran poco a poco los resquicios por los que entra el sol, que son agujeritos del tamaño de un alfiler a los que usted se aferra con la esperanza de que no sean descubiertos. Pero desaparecen. Aunque ya han colocado la piedra blanca en la cima, uno oye que siguen tapando con más argamasa y piedra no para que no queden resquicios de luz sino porque quieren que ni siquiera se oigan las voces de los grillos.
Y ahora sí que le corresponde a uno comenzar a tejer fino. Se pasa duro. Me hacía falta el guineo, la yuca. Se tiene que empezar a trabajar con los temores. Todo lo que a uno lo enferma surge del miedo. Para que circule aire se hace circuito con dos tubos. El primero es tubo torcido que penetra por el piso. El otro es una caña, a las espaldas, oblicua, por la que a uno lo surten –para que no muera de hambre– de bolitas rodantes de semillas tostadas y molidas pegadas con miel seca –en el Tibet los sherpas usan un alimento idéntico que se llama tsampa. Este conducto sirve además como escape al aire caliente y está puesto de modo que impida entradas de luz o sonido. Del subsuelo, por un extremo del recinto, se puede chupar agua limpia que corre por un canal de cerámica cocida. Por el lado opuesto hay un hueco dirigido a una especie de pozo séptico muy profundo al que van a parar los deshechos. Eso es todo. Usted no sabe si alguien podría socorrerlo si enfermara o enloqueciera. Por tres años.
Los primeros días todavía me resistía. No es que yo quisiera salir, no es que me quejara de haber sido escogido. Todo lo contrario, me sentía afortunado. Pero era triste pensar que no podría jugar en el río San Miguel como todos mis amigos, que no podría ir cuando quisiera a casa de mi madre a dormir recostado en sus pechos. Y que la fortuna de ver el sol me había sido arrebatada. Pasaron las semanas. Me entraba aburrimiento sofocante y sueño demoledor. De día el calor parece cocinarlo todo adentro y el aire que entra por el tubo no basta, o no sirve lo suficiente el agujero de salida del aire caliente. De noche la temperatura era fresca, pero yo prefería permanecer desnudo porque podían llegar de improviso bocanadas de fuego con olor a salitre. A veces me visitaba algún insecto y en vez de susto o repulsión yo lo recibía como a huésped. Primero reconocía si se trataba de una hormiga exploradora, de una mariposa perdida colada por entre los tubos de aireación, o de un cucarrón emergido de la tierra; tomando nota de las sensaciones que producían las patas, las alas, en mi piel sedienta de cariño. Luego los dejaba hacer lo que quisieran conmigo, chupar mi sangre, picarme o usarme para su diversión como rodadero. No importaba si era araña que venía a guardar sus huevos dentro de mi piel o abeja perdida, compañía es compañía. Dormía, comía, bebía, orinaba y excretaba. Invadido de sopor consistente, hablaba con mis visitantes alados. Mi útero de piedra se calentaba o enfriaba alternativamente, con el día y la noche. Eso me permitía medir el tiempo.
A cualquiera le habría pasado lo mismo luego de unos meses no siendo nadie: uno se olvida de sí mismo. A uno lo entierran vivo para eso, para que muera. Sobre todo si uno es niño, porque no hay que cargar un bulto de recuerdos, no hay mujeres que añorar ni enemigos que perdonar ni hijos por quienes preocuparse. Entonces realmente ocurre la parábola trillada: del huevo sale la larva que se teje a sí misma un capullo de seda que luego ella desgarra para salir como mariposa. Y por eso el primer año es apenas un abrebocas. El año siguiente es lo que cuenta. Es cuando uno entra en su propio corazón.
No se habla de eso que a uno le ocurre en el segundo año, está prohibido. Aunque unos antropólogos me insistieron en que lo contara para enriquecer su acervo de palabras inoficiosas, nunca se los dije. No es por egoísmo. Simplemente no van a entenderlo. El proceso ha sido confiado exclusivamente a los mamos. Para los hermanos menores sería un mito, un cuento bonito. Así es como llaman lo que no conocen. No lo han vivido. Aunque ustedes ya lo saben, el asunto tiene que ver con la magia del corazón. Claro está que, en este caso, puesto que estamos recordando toda la historia y se trata de ustedes, tal vez haré una excepción, repasándolo poco a poco.
Para hablar sobre el tercer año soy menos pudoroso. Uno ha vuelto. Todo ha ocurrido ya. Uno no cree que fuera a lograrlo y sin embargo está de nuevo en el cuerpo, notando que ha crecido. Se tienen las uñas muy largas, el cabello le llega a uno a los hombros y comienza un proceso muy lento y largo para que adaptarse de nuevo a la luz. Desde afuera lo han estado cuidando a uno todo el tiempo, –sin dejárselo saber–, y con mucha maña empiezan a planear el regreso. Hay cantos y ceremonias, aunque uno no los escuche, pero se sabe que los mamos que apadrinaron están a unos pocos pasos de las paredes de la celda, contentos de saber que hay uno más de ellos en la Tierra. Ahora uno tiene la visión. ¿No es una contradicción bonita? Tres años de oscuridad hacen ver. Y en cambio, los que han abierto sus ojos desde que nacieron, no por eso han visto el tejido. Los cinco sentidos andan de amigos de la mente y el cerebro. Sirven para seguir instrucciones, para creer que todo se resuelve con recetas. Con el mal consejo de la vista uno termina convencido de que no hay misterio. Esa es la trampa. Uno cae, usa la lógica. Para la muestra un botón: las ciencias y aparatos del hermanito menor, el que no tiene memoria. Verdades que finalmente nos traicionan. Pero hay otro modo, que es la manera de los abuelos: no perdieron sus huellas, aun oyen las voces de los ancestros. Y ya en el tercer año uno ha flotado entre satélites y escuchado los ecos azules de esta isla, Aluna, la madre Tierra.
No importa mucho contar lo que siguió luego. Me hicieron un fino agujero de luz para que me fuera acostumbrando a usar los ojos y lo fueron ensanchando tan paulatinamente que no supe cuándo; y ya era hora de salir. Pero, como dije, mi caso era excepcional. Lo usual era escoger un niño y criarlo en una choza sin luz por nueve años. Pero a mí me habían dado tres años nada más y comenzando a los once. De los catorce a los dieciocho años me internaron en un colegio de Santa Marta en el que hablaban francés, para que me desatrasara en estudios y aprendiera un tercer idioma. Tenían prisa por enviarme a estudiar a Bogotá y al terminar el bachillerato mamo Pedro me dijo que me mandaría a la universidad, no solo porque el gobierno estaba dando unas becas ni simplemente porque yo fuera un alumno sobresaliente, sino sobre todo para que fuera conociendo el mundo.
–Usted ya no será un mamo para los koguis solamente. Le vamos a dar suerte para que viaje mucho en avión, para que vaya lejos a conocer pueblos que no saben tejer pensamientos.
– ¿Y para qué? –le repuse. No hay nada que aprender de los hermanos menores.
–Tal vez para enseñarles. Como van las cosas, se van a tirar el mundo.
4
Hagamos remembranza. Muchos de nosotros no sabemos, mamo Elías, cómo fue que llegaste a la capital, cuándo fue que te asociaste con Catherine. No todos te conocemos desde esa época y hay varias versiones que se contradicen. Contémosle por ejemplo a los menos antiguos que cuando nos fuiste escogiendo para aprendices tuyos, en lo que más te fijabas era en que pareciéramos frutas recién cosechadas del árbol. No querías un ejército de paz, eso es una contradicción en los términos. Y entre buscar unos idealistas aguerridos y reformar a unos universitarios apáticos te pareció mejor la segunda apuesta.
Como somos parte de una generación sin esperanza ya teníamos doctorado en indolencia, muy al contrario de nuestros padres y abuelos, quienes tenían en sus hojas de vida actos de vandalismo en la Universidad Nacional y coqueteos con grupos guerrilleros de izquierda. A duras penas habríamos tal vez subido a rectoría a solicitar la remoción de algún profesor vagabundo, pero no estaba en nuestro catálogo de conductas protestar por nada ni intentar cambiar el mundo. A nuestros padres y abuelos sí que en cambio se les podía extraer una buena colección de recuerdos revolucionarios, porque o habían sido de un bando o del otro en una Colombia lejana, que nos parecía de otra época. Un tío abuelo de Catherine García había sido del M 19 y luego había propiciado los diálogos con el Gobierno de Belisario –tal vez por eso ella estaba siempre tan a la defensiva cuando a alguno se le escapaba algún comentario que le sonara burgués. Y no lo niegues, Catherine. A la que más le caías encima era a Marcela por el tonito de niña bien que ponía en la voz, sobre todo cuando pedía favores haciéndose la indefensa. Los parientes maternos de Marcela habían sido liberales y sus tatarabuelos habían estado en la guerra de los mil días. A un tío suyo, congresista, en tiempos más recientes, le había estallado un paquete bomba por tener abolengos.
Si nos hubiéramos puesto a escarbar habríamos encontrado muchos más ejemplos de que la conciencia social no se hereda. Todos y cada uno de nosotros éramos casos típicos, no de indiferencia por la pobreza y la injusticia, sino de escepticismo: no creíamos que se pudiera arreglar algo mediante nuevas leyes. Catherine nos mostraba con el ejemplo de sus intachables informes contables que la corrupción tenía antídoto solamente si a punta de práctica uno lograba que el dinero fácil no le hiciera cosquillas. Y que eso no era algo que pudiera aprenderse en clase, porque no venía con el combo de tus ideas de izquierda o derecha. Entre las utopías y los hechos hay un abismo que no cruzas por el simple asunto de leerte un libro. Y cuando Marcela contradecía en este punto a Catherine, esta sacudía la cabeza con un gesto rápido dejando mostrar su cabello largo y se iba caminando segura, lenta como un camello en el Sahara, rumbo a su oficina. Catherine no contra argumentaba sino que trabajaba fuertemente en lo que le correspondiera, liderando a otros si era posible –seria, bien informada, como si hubiera nacido con el mismo software que le instalaron en la cabeza a Alejandro Magno–, para conseguir a quien fuera hasta convencerlo como pudiera de sacar adelante cualquier proyecto imposible y no sorprenderse de haberlo conseguido. Pero no discutía jamás, era pura acción, un tren insuperable de ejecuciones con las que demostraba que cualquier teoría era una pérdida de tiempo. Solamente una vez le oímos murmurar que aunque la democracia era preferible a cualquier tipo de tiranía, en todo caso estaba por verse si podría existir algo mejor. Aunque no se hubiera esforzado en decirlo, habría estado de acuerdo con nosotros en que era absurdo que se llamara debate público a un sistema de votación controlado por propagandas.
Nos dijiste, mamo Elías, que a los koguis no les parece inteligente la gente que critica como quien respira, ni la que ha confundido hacer la revolución con estar en contra de algo. Tal vez por eso te caían tan bien las personas que simplemente observan con su bata blanca, como tú, José Miguel. Es la ventaja de una formación científica. A diferencia de Mónica, si le preguntáramos a José Miguel Estupiñán por qué está aquí, ni se le ocurriría mencionar la búsqueda del éxtasis. ¿O lo vas a negar? Eres un científico. O un economista científico, algo así. La verdad, ahí donde lo ven, sabe de todo: historia, politología, matemática. Típico de egresados de Harvard, pero humilde. Por eso es que ahora mismo se ruboriza. De sus títulos nunca se ufanó. Observa al ser humano con ojos de antropólogo y lleva sus diarios de campo con minuciosidad sobre cada uno de nosotros. Nos tiene clasificados. Como tiene una vista excelente, no usa anteojos y hace deporte, nunca nos pareció un típico nerd. Pero cuando ya lo tratábamos salía con unas frases que solamente podían brotar de un cerebro como el suyo y que no siempre podíamos digerir. Nos hablaba de física cuántica, de interconectividad, del cerebro global; y algunos sólo le entendíamos cuando nos ponía ejemplos para niños de primaria: que éramos como una telaraña en la que cada una de nuestras mentes es un nodo, cosas por el estilo. Pregúntenle ahora si recordó traer unos plátanos de la choza que dispusimos como alacena, y verán que se demora dos minutos en volver de la nube en la que se sube cuando se enfrasca en sus libros hasta que por fin puede musitar palabra para responder que cuáles plátanos. En esto todos estamos de acuerdo ¿o no?
Pero volvamos al tema, y dinos todo lo que quieras sobre cómo fue realmente que te adaptaste a nosotros, mamo Elías.
5
En Bogotá perfeccioné mi español, que para mi sorpresa era bastante rudimentario todavía comparado con el de cachacos. No aprendí a tutear porque me enseñaron que ese trato era de poco respeto. Luego vi que para ustedes era normal y que se hacía entre amigos, pero ya era tarde para cambiar costumbre. Me como los artículos a veces, sobre todo cuando vengo pensando en lengua damana y trato de traducir rapidito. Nunca dejé de usar mi vestido tradicional, –mi “pinta blanca” –como ustedes la llamaban–, mis sandalias. En realidad yo tenía costumbre arhuaca y kogui indistintamente, pero ustedes no notaban diferencia. Los diseños de mis mochilas eran Zachu, representando diversas plantas, como hacen los arhuacos. Para simplificar, siempre que me preguntaban de cual etnia era yo, les decía: kogui. Cuando en un telar ustedes cruzan cuatro varas en forma de equis sobre el marco cuadrado, el triángulo de arriba es la tierra kágaba, el sector norte de la Sierra. Eso soy: un descendiente del jaguar.
Y kogui permanecí. Ni fui a fiestas, ni tomé cerveza, ni tuve novia blanca mientras cursé mi carrera; aunque oportunidades no sobraron. Con sorpresa y con gusto vi que se me acercaban cada vez más estudiantes de todas las carreras, animados por lo exótico. Yo me ruborizaba, no sabía cómo responderles. Creían unos que yo era una especie de indiecito amazónico, como el de la avenida caracas que vende ligas para el ser amado y jarabes para la prosperidad. Otros mejor informados, entre ellos algunos de ustedes, me querían de amigo para que los invitara a la Sierra Nevada en vacaciones a conocer los pueblitos nuevos que nos había financiado el gobierno. Estábamos de moda los koguis por todas partes. Mostraban a mi gente en las agencias de viajes, dos veces diarias en el video del himno nacional por televisión y en las propagandas de gaseosas. No había presidente electo que tomara posesión de su cargo sin pasar antes en su helicóptero por la Sierra Nevada a pedir aseguranzas. Eso para mí era prueba de que los hermanitos menores estaban ya, desesperadamente, dudando de su propia inteligencia y al acecho de palabra sabia.
Viajé y viví en Estados Unidos al terminar mi carrera de ecología, pues me gané otra beca por haber obtenido un diploma “Magna Cum Laude”. Durante esos años mejoré mi inglés y seguí con el francés. En junio y en diciembre “recargaba baterías” –como se dice–, visitando a mis mayorcitos y a mi gente. Estaban orgullosos de mí y de otros veinte que habíamos ido a untarnos de las ciudades grandes, para conocer las leyes y las ideas que nos permitieran defender mejor nuestras costumbres y nuestros territorios. Cuando terminé el postgrado intenté por unos meses adaptarme de nuevo a la vida en la Sierra Nevada y hasta le pedí a una muchacha que me tejiera mochila. Pero la que yo quería convertir en mi esposa me hizo ver que ya no podría sentirme a gusto sin recorrer caminos diferentes y que el matrimonio no era para mí. Un día me regaló un poporo. Además yo ya tenía uno que me había dado mamo Pedro para que me hiciera hombre responsable. Cuando vi el yoburu pensé que no podía recibirlo porque no pensaba casarme. Pero ella no quería que al mambear coca la recordara usando el totumito, sino que tuviera cómo registrar todo lo que yo pensara en mi vida. Traduzco lo que me dijo:
–Lléveselo. Aunque no ha hecho matrimonio debe tener uno. Se lo merece. A su modo usted es un esposo y le servirá para recordar que no era yo, sino su amor por la madre Tierra, el que lo compromete de por vida.
Catherine García, que estudiaba conmigo, tenía una idea que se le fue arraigando mientras hacía su tesis de grado: crear una fundación dedicada a la conformación de una red mundial de comunidades indígenas. Cuando volví a Bogotá me aseguró que las cosas que yo contaba la habían inspirado a fundarla. Me hizo sentir comprometido. A la ONG la llamamos “Econciencia Ancestral”. Más brevemente, Econciencia. Nos pareció buen nombre: se podía dividir en tres sílabas, “e-con-ciencia”, para sugerir ecología y ciencia, o ecología por medio de la conciencia ancestral, o como se le quisiera dar la vuelta. Por supuesto, Catherine me quería de figura principal. Tenía contactos políticos y amigos que supieron enseñarnos cómo conseguir financiación con gente en Suiza, en Holanda y en los países bajos. El lema me lo inventé yo: “Tejiendo una mochila global”. Servía para resumirlo todo. Haríamos encuentros de culturas y saberes para ofrecerlas al mundo.
No éramos los primeros en pensarlo. En la década de 1.990 y aun antes ya se habían estado haciendo festivales, congresos internacionales; y en especial en Colombia hubo uno que se hizo en el amazonas con la presencia de abuelos hopis y navajos de Norteamérica que se daban abrazos con los descendientes de los incas. Había sido el encuentro del águila y del cóndor, las aves de América del norte las de América del sur. Hasta se conformó el Consejo de Ancianos Indígenas de América. No estuve allí –yo era muy pequeñito–, pero mi mentor, mamo Pedro, me lo había contado todo varias veces con lágrimas en los ojos, como si estuviera presenciando la escena. Me dijo que ese había sido su mejor día: cuando los mapuches de la Patagonia se vieron a los ojos con los esquimales del Ártico y sin hablar la misma lengua ni haberse hablado nunca, se sentaron los unos al lado de los otros tomándose las manos y dándose regalos y sonrisas, como niños felices de estrenar amiguitos. Las profecías del norte y del sur, que en secreto habían transmitido sus guardianes por generaciones, coincidían en anunciar que un día los guardianes de la memoria de las cuatro direcciones se reunirían, para celebrar el arribo de la luz de la serpiente en Suramérica. Se referían a la culebra que se desenrosca desde el centro de la madre Tierra. Surge de las profundidades y se proyecta en espiral hasta aparecer en la superficie con la fuerza de un gran cambio. Donde se trastea se queda por trece mil años para entregar ley de origen y darles protagonismo a nuevos pueblos. Esa anaconda de luz, según decían, venía viajando desde 1949, desde el Tíbet; coincidiendo así con la vida errante del Dalai Lama, perseguido por los comunistas chinos. El fuego sagrado había escapado, luego de milenios en el país del techo del mundo, se había ido moviendo por Rusia, Canadá, Estados Unidos, América central y Panamá. Se hicieron ceremonias para que cruzara el canal y pasara a Colombia rumbo a su morada final, los Andes peruanos.
Habíamos venido esperando que la instalación de la serpiente en América hiciera resurgir las comunidades indígenas. Sin embargo el entusiasmo de los que así reunidos se llamaron “Guerreros del Arco Iris” había decaído. Catherine había estado moviendo un proyecto de recuperación ecológica del Alto Sinú, pero notó que ya nadie allí tenía el espíritu. Se puso a pensar. Y me puso a creer que cuando habláramos en televisión y nos vieran en Youtube y nos entrevistaran en aeropuertos de todas partes y pudiéramos contar nuestra propuesta de tejer una manta ancestral, los que habían dejado sus tierras y sus tradiciones para buscar empleo en las ciudades como choferes de bus volverían orgullosos a reunirse y a recuperar sus lenguas maternas. Yo creí que era posible y que no hacerlo sería no seguir mi camino. Desde los nueve años mamo Pedro me había dicho que lo que faltaba en Colombia era hacer un buen tejido.
Viajamos por cuatro años con Catherine y otros socios de Econciencia a los que no hemos vuelto a ver. Llevábamos baile y música y mitos para compartir y llenábamos auditorios con costumbres de muchas gentes indígenas que nos acompañaban. Eso lo llaman ustedes mostrar el folclor, pero no era importante. Transmitir el saber no puede convertirse en buscar aplausos. Sin embargo así satisfacíamos a muchos patrocinadores que no nos entendían cuando hablábamos de nuestro propósito, que era difundir la ley de origen. En esa primera gira lo que queríamos era buscar ancianos que tuvieran viva la palabra antigua. El ritmo de viaje era lento si yo podía pasar más de una noche en un mismo hotel. El proyecto era recoger canciones e historias de la tradición oral, para publicar libros y audios que rescataran el valor de los guardianes de la tierra. Nos sorprendió que tantas organizaciones europeas estuvieran tan interesadas en financiarnos y que siempre nos dieran el visto bueno. Hacíamos historias de vida, los contactos eran casi siempre a profundidad y con personas muy escogidas de cada comunidad. Primero recorrimos América, de sur a norte, desde las islas Malvinas hasta Groenlandia. Luego bajamos de nuevo al océano pacífico, y desde Chile, sin olvidar las islas Galápagos y las tierras abandonadas de los polinesios con sus moais enigmáticos, pasamos por Australia, Ceilán, Madagascar, Suráfrica y finalmente Brasil de vuelta. Conocí a los guardianes de la pipa de la paz, hice con ellos la búsqueda de visión rodeado por un círculo de ofrendas, solitario, a la intemperie, por tres días seguiditos. Me colgué a un árbol ceremonial con ganchos ensartados en mi pecho para renunciar a mi ego y ofrecerme al mundo como un Cristo indígena. Tejí mi tambor de piel de venado, que hice bendecir en una noche de luna en la que luego me embriagué con los consejos del hongo que en Ecuador llaman “San Pedrito”. La ministra de relaciones exteriores, contactada por Catherine, revivió sus amistades para ponerlas al servicio de nuestra causa –su esposo había viajado por el mundo más de veinte años seguidos y había dejado amigos que le debían favores en todas partes. Nos hacía contactos.
Cuando Marcela se nos unió, tuvo la idea de que lanzáramos un “reality show” conmigo de protagonista. Yo me opuse. Veníamos haciendo lazos con gentes de todas partes, íbamos logrando unirnos. Crearíamos lo que nos gustaba llamar “un futuro ancestral” en una nueva Tierra. Y ahora… ¿convertir nuestro proyecto en un espectáculo, con personal de la World Geographic en el grupo, cámaras persiguiéndome hasta cuando iba al baño y propagandas de detergentes contaminantes en los intermedios? No, flexibilidad es una cosa, indecencia es otra. Pero, por otra parte, el mensaje no se había difundido lo suficiente. Miles de nativos en los cinco continentes estaban haciendo rituales y pagamentos por la paz del mundo. Sin embargo nadie los unía, nadie los sincronizaba. Un seriado de televisión con difusión universal sería de gran ayudita. De lo contrario ¿estaríamos desperdiciando la oportunidad? ¿No era este contenido que ofreceríamos preferible al que emitirían poniendo al aire un concurso de niñas de cinco años vanidosas y malcriadas, intentando ser modelos de pasarela? Veníamos trabajando bien, con alma de servicio; y éramos felices haciéndolo. Como si mereciéramos siempre un tapete rojo donde anduviésemos, nos habían venido dando pasajes gratis y hospedaje donde menos pensábamos: encontrábamos a las personas correctas en los momentos precisos en los que se requería una solución urgente. Tendría que irnos bien. Pero ¿perderíamos el rumbo jugando a mezclar algodón fino con fibra sintética?
La primera gira había terminado y yo estaba de regreso en Santa Marta cuando Marcela nos propuso pensar en el “reality show”. No le pedí permiso al consejo de ancianos de la Sierra para no correr el riesgo de que me lo negaran. Se lo consulté a un amigo del Amazonas por teléfono. Me lo aclaró todo con una frase arquitectónica:
–Ya tiene las bases y los postes de madera clavados. Todavía no es una maloca. Hay que tejer las paredes y arreglar las palmas para que tenga un techo.
Yo obedecí. Salté al acantilado, con la esperanza de no despedazar mi cuerpo entre el filo de las rocas.
6
No olvides recordar, mamo Elías, que ya desde entonces sospechábamos que nos seguían los pasos. Marcela había hecho todas las vueltas para que dirigiendo el equipo de producción quedara nombrado William Mc Comte, su gran “amigo”.
Lucrecia nunca estuvo de acuerdo con las ideas de Marcela, a quien definía como una materialista desprendida de todas sus posesiones –lo que nos sonaba contradictorio. Pero algo de razón tenía. Tú, Marcela, te portabas haciendo camping como si estuvieras en un penthouse
de lujo en Manhattan. No te dabas cuenta de las incomodidades porque te seguías sintiendo la consentida de tus papis, y cuando no tenías cómo pagar el pasaje de Transmilenio actuabas como si poseyeras una cuenta en Suiza porque no se te cruzaba un pensamiento de pobreza. Aun así, te encantaba la plata. Y la atraías cuando te daba la gana en cantidades industriales, como si la vena para los negocios te viniera de ancestros paisas. Pero ni te interesabas por el futuro. ¿Para qué, si gozabas como nadie cada instante que te daba la vida? Nos hacías creer que eras cristalina, inocente, que se podía leer cada cosa que te pasaba por la mente. Nos jugabas trucos para inspirarnos confianza, portándote cándida como una niña chiquita. Al mismo tiempo nos dabas miedo. Nos controlabas con la mirada. Cuando te empecinabas en algo nos metías a todos en el lío que te daba la gana.
Eras tan diferente de tu contradictora, Marcela. Lucrecia es escorpio, eso lo dice todo. Un animal secreto. A ti, Marcela, te regía el mico, eras una geminiana de brazos largos. Tratabas de no pelear de frente nunca. Y menos con tus amigos. Te ofendías si te contradecían, o manipulabas intentando que uno sintiera culpa. Por el ascendente en Aries, eras mandona. Te peleabas el liderazgo con Catherine. No cualquiera se daba cuenta.
Nos daba gracia, Marcela, hasta tu modo ágil de andar, descubriendo con tu mirada traviesa cada cosa nueva a cada momento como si no pararas de sorprenderte. Con esa gracia, como quien no quiere la cosa, nos pintaste a William Mc Comte como el símbolo magnánimo descendido de los cielos para apoyar nuestra misión meritoria.
Hace poco te preguntamos, mamo Elías, por William, y como siempre esquivaste el tema. Nunca sabemos si es que olvidas a voluntad a tu enemigo, o es que más bien nos lo ocultas como si fueras una mamá gallina protegiendo a sus pollitos. Te lo presentó Marcela en New Haven, en la universidad de Yale, y estábamos contigo los principales: Felipe, Lucrecia, Catherine, José Miguel, Juanita y Mónica. Te acababas de bajar del escenario, habías terminado una charla con los estudiantes sobre la cosmovisión indígena suramericana. Habías comparado la sabiduría ancestral con una gran composición de música barroca.
William había hecho un par de preguntas estúpidas para irritación de quienes realmente deseaban aprender de ti, luego te felicitó con sus manos sudorosas y su pinta de vaquero del medio Oeste. No solamente porque te ganara en estatura casi metro y medio nos pareció a la mayoría que el tipejo era tu antípoda. Desde el siglo XX veníamos comprobando que al tumor de la civilización se le debía aplicar una dosis mortal de quimioterapia. La combinación de armamento sofisticado y fundamentalismo era dinamita. La mezcla de grandes capitales y fervor patriótico era una mecha prendida. ¿Qué partitura puede tocarse si los violines musulmanes disuenan contra panderetas israelíes, si los oboes chinos están desafinados respecto a las trompetas gringas? Hay momentos en los que simplemente una misma idea revolotea en la cabeza de millones de personas que desean trastocarlo todo. La batuta deberían tenerla las comunidades ancestrales, las mujeres y los sabios. No esperpentos como el gringuito ese. Y se trataba, para forzar el símil, de lograr la interpretación solemne de una gran sinfonía, sin el apoyo de ningún ricacho.
Recordamos que William te dijo en un español condescendiente, mientras le autografiabas tu libro sobre las similitudes entre la cosmogonía Kogui y los mitos atlantes, y con su típica ere trastocada por un nudo en la lengua:
- Y de verrdad, señorr, ¿usted crree que todo lo que funciona mal consigue solución si simplemente lo rresuelven a la manerrra “indígena”?
La pregunta tenía veneno. Se notaba por los labios torcidos con los que pronunció la palabra “indígena”, que parecía estar trasbocando como quien toma unas pinzas esterilizadas para sacar un tumor lleno de pus de un abdomen abierto. Tú no parecías notar el aguijón. Respondiste más o menos así, en inglés bien pronunciado, para que le quedara bien claro que no por vestir telas de algodón hecho a mano sabías menos que un niño rico de Harvard:
–Cada cultura es como es, Mr William. Yo no puedo ser como usted, usted no puede ser como yo. Estados Unidos es así y cada cosa tiene consecuencias. Yo no propongo pensamiento nuevo para reemplazar la costumbre de volverlo todo un negocio. Esa sería solución de hermanos menores. Ustedes hacen trampa. Creen que al pensar algo diferente piensan algo nuevo. Se ilusionan creyendo que todo lo revolucionan y no hacen más que darle vueltas a lo mismo. Lo que yo vengo susurrando brota de manantial en el que usted nunca ha querido bañarse.
Le firmaste el libro y te olvidaste de lo dicho. Pero José Miguel, que rara vez se encona contra alguien, tomó nota del individuo. Nos dijo a todos:
- Es de los de una fraternidad a la que le estoy siguiendo la pista desde que fue mi compañero en Harvard. Uno de los niños bien de allá. Posiblemente un amigo de los “Rothschild”. Una vez pude espiar el cuaderno que llevaba siempre consigo. No tomaba notas de clase, sino que escribía comentarios sobre los profesores. Los clasificaba como “sospechosos”, “reclutables” e “inofensivos”. Como mínimo es un neofascista. Pero creo que es algo peor. Los de su calaña no son de fiar.
Marcela estaba empeñada en que su “amigo” tenía los mejores contactos, con los mejores patrocinadores y todo el perfil laboral para dirigir la producción. De eso no cabía duda, se codeaba con los duros de la industria. Además, ya con unas llamadas al celular de sus amigos nos estaba confirmando que contaríamos con el apoyo de cinco anunciantes: dos de gaseosas, una de pañales desechables, una multinacional farmacéutica y otra de productos agroindustriales muy conocida: “Holly Hill”, que es la que pondría además el capital inicial para pago de nómina, pasajes, viáticos, compra de equipos audiovisuales, edición y retransmisión satelital.
Casi todos nos fuimos al café al pié del lago a tomar cappuccino, mientras William te daba el Tour a ti, mamo Elías y a ti, Marcela, por los edificios administrativos. Mc Comte les presentó al rector y al director de la carrera de publicidad y de paso los hizo firmar el contrato al que iba a someternos. Así fue como ustedes le dieron “materile” a la autonomía de la que había gozado hasta entonces Econciencia Ancestral, desviando toda la energía de la ONG hacia el cumplimiento del contrato que la entidad le firmaba a la superproductora de entretenimiento. Nos reunimos todos luego de ese golpe de estado en el parqueadero sur, en la cabaña de admisiones. Todos te recordamos, Marcela, caminando hacia Catherine como en un duelo del oeste, mientras hacías, a espaldas del gringo, un gesto de triunfo con el pulgar hacia arriba: los ojos se te saltaban con el signo pesos marcado en el iris, como a rico Mc Pato. Nos despedimos de William, que se montó en su Ferrari convertible y salió zumbando por una avenida impecablemente asfaltada. A la salida del campus, antes de que Marcela saltara descaradamente de la dicha, Lucrecia dejó escapar una frase lacónica:
- Si “Holly Hill” –que viene privatizando semillas y matando abejas para aplastar a los más pobres del mundo–, va a patrocinarnos, es que vamos a intentar volar con alas hechas de plomo. Algo buscan. Para William el negocio es lo de menos. Gente como él es la que quiere robarle a Dios todos su derechos de autor.
José Miguel le hizo coro, irónico, como imitando la voz de un locutor de propagandas que entretendría a los televidentes de nuestro reality show. Ya se imaginaba el libreto y el eslogan:
–Compre pañales desechables “Blissfull Baby”. No se deshacen nunca y en cambio empantanan los océanos del mundo flotando como lo último en mierda hasta que forman montañas tóxicas. Si los usan hasta los koguis, es que no dañan el ecosistema.
Catherine se alegraba de que a Marcela se le opusiera resistencia, con la esperanza de que sus indudables habilidades prácticas fueran valoradas más que las palancas de la niña bien. Se armó el zaperoco. Del bando de Marcela se pusieron Mónica y Felipe. Esgrimieron motivos prácticos. Juanita no tomó partido, dijo que no entendía por qué tanto alboroto. Marcela se hizo la víctima: dijo que si así queríamos pagarle sus esfuerzos por sacar adelante nuestros ideales, bien podía esperar lo peor de nosotros. Y que en todo caso el proyecto estaba firmado y confirmado, quisiéramos o no participar. Felipe no hablaba: se preguntaba por qué a Marcela se le alborotaba el tono de universitaria gomela cuando alguien contradecía sus caprichos. Mamo Elías: tú nos mirabas como con tristeza o asombro.
Pasada la histeria colectiva, Lucrecia respingó la nariz aprobando a José Miguel cuando inhaló profundo para explicarnos con paciencia que el mundo no está en manos del libre mercado, sino de los que conocen las trampas que los economistas disfrazan como leyes, –mediante conceptos complicados y matemáticas abstrusas-, para apoderarse de todo poco a poco. Nos dio una clase abreviada de historia del imperialismo desde tiempos griegos, y concluyó que no podíamos ser tan ingenuos como para pensar que nadie estaba interesado en tener el poder absoluto: si Alejandro Magno y los césares y Napoleón y Atila y Shi Huang Di y Hitler habían soñado con el dominio total, era ingenuo pensar que porque sí –de pronto– a nadie más se le puede ocurrir apoderarse del mundo , sobre todo en una época como la nuestra con tecnologías sofisticadas y redes sociales para diagnosticar mejor a las víctimas y seguir sus pasos.
– No seamos tan paranoicos –respondió Marcela, esta vez prendiendo un cigarrillo, como hacía cuando iba a jugar el rol de intelectual con postgrado –. Es cierto, muchas empresas aun ni se arrepienten de haber intrigado para que estados Unidos no firmara el protocolo de Kyoto. No piensan en la ecología, compran todo para quedarse con los monopolios. Pero eso no significa que tengan un plan macabro para controlar la tierra, como en la novela de Orwell. ¡Naaaaaa! ¡Quieticos con el exageris! ¡Y bájenle a la moralina! Nadie se está prostituyendo por aceptar un patrocinio que nos cae como caldito de papa tras un ayuno.
Tomó un respiro largo, inhalando el humo del mentolado importado, confiada en que tenía captada la atención del grupo. Siguió, en un tono más apacentador todavía, luego de preparar más argumentos:
- Las señoras del Club Rotario en Colombia ya se cansaron de apoyar nuestra causa ¿no se han dado cuenta? Ahora hacen bingos para apoyar campañas de prevención de la violencia contra la mujer. Si seguimos sujetos a la caridad no vamos dar el siguiente paso, que es conseguir adherencias en cientos de comunidades tribales por cinco continentes. ¿Cuántos nos han dicho que se unirán al movimiento? Veintitantos ¿Cuántos nos faltan? ¿Han hecho cuentas? ¿Saben cuántos tiquetes de avión hay que pagar para cumplir las metas? Hay que jugar con las reglas del mundo, o nos dejan por fuera. ¿Le han preguntado a Catherine cuánto vale todo eso, y en cuanto van las deudas? Hay que usar a los que se dejen para unir a los desprotegidos. Y William se ofrece, nada menos que él. ¿Qué más queremos, que nos piquen caña? ¿Una limonadita de mango? Además, bajémosle al eguito de grupo ¿ok? No estamos en posición de escoger. No significamos nada, somos un grupito de neo hippies indigenistas, de revoltosos reacios a usar corbata. A nadie le importamos un pito. Nadie nos va a juzgar, simplemente alguien quiere captar la audiencia que se sabe que puede tener un programa romántico, en un mundo que anhela evadir la realidad a como dé lugar.
El grupo se había quedado mudo. Marcela remató:
- ¡Mejor celebremos, demos gracias por el apoyo, el universo está con nosotros,–gritó poniendo un tono de voz de animadora de after party, y como quien se siente con la autoridad de ponerle a un debate su punto final.
Pero José Miguel no se rindió. Dijo, con tono de cátedra:
–Todos ustedes se equivocan. Los fines no justifican los medios porque estos multiplican los vicios, y si no hay terreno abonado con virtudes todos se corrompen, incluidos los reformadores. Especialmente los reformadores. Esa ha sido la historia. Si permitimos que una campaña por el amor la financien empresas que carecen de conciencia ecológica, que privatizan la vida como si el ADN fuera un invento propio, y que venden cancerígenos a modo de refrescos, ya estamos perdidos.
Mamo Elías: no pronunciabas palabra. Estabas atónito. ¿Qué te pasaba? ¿Por qué permanecías en silencio?
7
La discusión me dejó congeladito, por eso no dije nada. Yo no esperaba que aceptar esa ayuda de William fuera a producir tormenta. Ni que ustedes que siempre parecían tan calmados se fueran a enfrentar de ese modo. No quería ofender a unos poniéndome del lado de otros. Eso no es tejer palabra.
Yo los admiraba a cada uno sin juzgar nada. A Mónica por estar siempre contagiando alegría, diciendo a diestra y siniestra que todo es “full chévere”, “full lindo”, haciendo campaña para que la palabra “full” entre al diccionario de la academia de la lengua. No podía evitar que cada cosa que dijera me causara sonrisas. A Felipe Mutis por ser un buenazo que cuando camina le hace el quite a las hormigas para no matarlas. ¿O lo va a negar, Felipe? Le falta la escobita para apartar insectos del piso al transitar, y el tapabocas para impedir que algún jején le entre en la boca, –como el que tienen los monjes jainistas, que si pudieran no tendrían glóbulos blancos para no matar bacterias.
Era de verdad admirable, Felipe, su capacidad para ponerse en los zapatos del que sufre por algún motivo, y por eso tocaba ocultarle a veces noticias violentas y desgracias. Se enfermaba, le daban los mismos síntomas que los que tienen las personas que le cuentan sus problemas, no importaba si se trataba de una depresión por mal de amor o de apendicitis aguda. Y lo increíble es que la víctima se sana al mismo tiempo que usted se postra –Felipe– y luego de una noche fatal se levanta como si nada con la vitalidad de siempre. Por eso perdonó a Marcela tantas veces las infidelidades. Se ponía en su lugar, sabía que era cierto que estaba arrepentida.
Yo no quería que ustedes se portaran como el resto de la gente. Me daba pena verlos como estaban. A José Miguel siempre lo había visto desprendido de toda esa ironía contra el mundo, de toda esa rabia. Hasta ese día para mí él había sido alguien encaramado en filosofías. Y a Juanita Colloridi yo la veía como su novia inocente, que lo ayudaba en tantos asuntos prácticos. Porque usted, José Miguel, es tan inútil, que inclusive durante la vida en campamento se mostraba incapaz de lavar unos pocillos después del almuerzo. Por eso Juanita le hacía todo, se encargaba de sus asuntos mundanos, desde poner un botón hasta desinfectar una cantimplora para llenarla de agua en los arroyos. ¿O estoy exagerando? Ustedes dos juntos son prueba de que extremos opuestos se complementan.
Juanita, una artista. Vivía comparando cosas, inventando formas, probando. ¿Quién ha visto alguna vez el número Pi, o la raíz cuadrada de noventa? Nadie. Y por eso Juanita negaba que existieran esas cosas. Había que verla discutiendo con José Miguel, al pié de una fogata, cuando ya todos nos habíamos ido a nuestras carpas a buscar sueño y ellos dos se quedaban en un diálogo de sordos, el uno intentando evangelizar al otro sobre las ventajas de una vida vegetariana o el otro procurando aceptar que a la luz de la neurología contemporánea se diga que uno puede vivir sin proteína animal. No acababan nunca ese tipo de peroratas. Me divertía mucho verlos. Ella intentaba que él viviera el presente, que por ejemplo le pusiera atención por un momento al sonido de una gota de agua cayendo en un estanque; y él lo intentaba a su modo, es decir, confundiendo pensar en una cosa con estar viviéndola: se ponía a hablar de un poema japonés sobre eso mismo. Juanita le contestaba que no se trataba de charlar y con paciencia le agarraba las orejas para que escuchara un goteo en un pozo cercano. Pero José se moría de la risa, volvía y hablaba, le decía por ejemplo que ese señor Francés, el filósofo Henri Bergson, escribió no se qué cosa sobre “la intuición del instante”. Y ella no entendía qué diablos le impedía hacer algo tan simple. No llegaban a nada nunca, por eso yo me sorprendía de que se quisieran tanto. Desde que ustedes les hicieron, antes de conocerme, un matrimonio presidido por un sacerdote maya en una finca de Subachoque –con ritual de ofrendas a la pacha mama y música en vivo de rock en español–, no han dejado de darle ejemplo al grupo. Pero en esa pelea ni siquiera ellos se veían como siempre han sido, y todo eso me daba parálisis. Los Koguis no tenemos tantas caras tan diferentes, yo creo.
Pero sigamos con la remembranza.
8
Esa segunda etapa viajando por el mundo con el “reality show” fue la mejor, mamo Elías. Nunca te arrepientas por eso. Sabemos que lo más incómodo que pudo pasarle a una persona como tú, es que la hayan puesto en los noticieros y en las cadenas de televisión “culturales” a competir en audiencia con programas sobre investigaciones pseudocientíficas de casas habitadas por fantasmas, escándalos de príncipes herederos de la corona británica y “pruebas” de la existencia del hombre de las nieves. Es verdad, te convirtieron en una ficha de la televisión mundial. Parecías ahora sí parte del “stablishment” del amarillismo nueva era. Tus iguales eran el encantador de perros que hipnotizaba Dobermans furibundos con la mirada para enseñar que todo se soluciona con una energía dominante, los super humanos que nadaban hasta media hora en aguas heladas sin entumecerse y la bruja mejicana que operaba tumores y los sacaba sangrantes metiendo su mano grasosa en el cuerpo de sus pacientes sin dejarles cicatriz visible ni usar anestesia. Terminaste nutriendo el amarillismo de los medios, ayudando a cultivar en millones de televidentes una curiosidad morbosa que no los llevaba a otra cosa que a seguir tragando sus palomitas de maíz para seguir canaleando. Pero también conmoviste las almas de cientos de miles que nunca te habrían conocido en persona, que dieron otro paso y te buscaron, que nos llamaron a las oficinas de Econciencia y nos ofrecieron formar parte de la gran red. Marcela lo sabía: tenias que prostituirte. Es siempre la misma historia. Hay que crear una institución para que tu mensaje no quede en manos de los que la dirijan, sino de los herejes que la contradigan.
Y por eso fue tan chocante que te reunieras con nosotros esa tarde en Santa Marta, cuando nos citaste “para darnos una noticia” como decías enigmáticamente en ese correo electrónico. El tono era formal, no como siempre. Estábamos acostumbrados a encontrarnos casi de casualidad y por eso estábamos tan asustados. Creíamos, los unos, que estabas enfermo y nos ibas a preparar para tu muerte; otros, los más culpabilizados de no hacer las tareas que nos ponías, pensábamos que nos ibas a echar del grupo. Nos llevaste a almorzar a Taganga, estábamos en el restaurante del paisa haciendo la sobremesa cuando empezaste a hablar –mientras jugabas con dos pitillos a diseñar una doble espiral estilo ADN. Sentías que la discusión en New Haven había dejado un mal clima, un soponcio que se estaba reflejando en la vida del grupo. Le dabas la razón a Marcela y explicaste por qué habías firmado un contrato millonario que te lanzaría al estrellato mundial. Hasta anunciabas que no veías por qué no comprar una casa en Fort Lauderdale
cuando llegara el momento para quedar de vecino del Jet Set de Hollywood. Nos retabas a superar el prejuicio de que para ser idealista hay que ser pobre. Querías que te siguiéramos con toda nuestra confianza puesta en ti, o que decidiéramos dimitir de una. La mitad de nosotros estaba decepcionada contigo, la otra mitad enfurecida. Pero se nos quitó cualquier duda sobre tu integridad cuando nos explicaste que para tener vida propia y poder seguir “dando enseñanza” necesitabas tener en adelante dos personalidades, una para lucir e impresionar y otra para nosotros, la verdadera. Nos comunicaste que desde entonces viajaríamos contigo, ya no siguiendo las rutas acartonadas que nos aconsejaba William Mc Comte, sino en recorrido de abeja: picando aquí y allá por donde haya flores, primero en la Guyana francesa y luego en cualquier lugar del planeta.
Así fue. De un sitio nos invitaban al otro y la agenda se llenaba por adelantado hasta diciembre desde cada enero, día por día, sin huecos. El plan era simple. Tú, Mamo Elías, hacías dos tipos de contactos, los que el director del “reality” escogía junto con el equipo de producción y los que de verdad nos interesaban. Pero los segundos nos los guardábamos en secreto estricto para los miembros de Econciencia. Catherine dejaba en manos de Marcela los informes contables y salía de primera rumbo a donde tocara volar y se entrevistaba con los guardianes del conocimiento ancestral que correspondiera unir a nuestro tejido. En un equipo de futbol se necesita un delantero: eso era Catherine, que se alejaba haciendo “Lobby” en países cuyos nombres ni habíamos oído. A veces ocurría un encuentro con una tribu porque estaba planeado, pero en otras ocasiones era Lucrecia, con sus habilidades visionarias, la que ubicaba el lugar y el momento en el que tendríamos que encontrarnos con quien fuera. O en un sueño tú, mamo Elías, describías un paisaje al que debíamos llegar, pero desconocías el País y la localización geográfica. Entonces era más divertido porque parecíamos semillas de dientes de leon, esferas de plumas clavadas a un núcleo, las que uno sopla y el viento se lleva a su antojo pero llegan quien sabe cómo a su destino.
Al equipo del canal lo manejábamos a nuestro antojo. Si Catherine tenía confirmada la cita, le pedía a Lucrecia que se soñara intencionalmente que el director había dado la orden de viajar allá para hacer el show. Lucrecia usaba sus poderes nocturnos o invocaba a las brujas del pasado, quien sabe qué hacía. Y al día siguiente el hombre amanecía con la obsesión en la cabeza creyendo que había sido idea propia, cuando en realidad cada movimiento estaba orquestado por la madre Tierra. Las flores son las que llaman a la abeja cuando están listas para compartir polen e inseminar amigas.
Entonces llegábamos a donde tocara grabar, pero con una segunda agenda escondida entre la manga. Tú, Elías, no movías un dedo. Dejabas que se desplegara la pésima asesoría antropológica con la que contaba el equipo nombrado por William Mc Comte, para que escogieran la más ramplona de las situaciones vivenciales que se querían vender al público mundial. Eran expertos en lugares comunes. Así como los directores del cine comercial gringo creen que representan fielmente un pueblo bajo el poder de la guerrilla en Colombia armando un escenario con gallinas y calles sucias llenas de Mariachis, asimismo los productores del seriado confundían el folclor con la sabiduría ancestral. Eran niñitos ingleses recién salidos de sus “Pubs” en Cambridge para quienes ver más de dos matas de plátano juntas significaba estar en lo más profundo de la selva. ¿Quién podría entonces contradecirlos cuando se negaban a efectuar de verdad la investigación de campo? Les parecía más astuto maquillar a unos taxistas en huelga para hacerlos pasar por guerreros danzantes maoríes, y los dejaban convertidos en saltimbanquis con cara de señoras furiosas que gritan en una peluquería llenas de rulos y untadas de crema humectante. Y para colmo la teleaudiencia se lo tragaba entero.
Les hacíamos creer que estábamos de acuerdo en venderles esa basura a los televidentes, mientras elevaban los índices de sintonía con cada semana que pasaba. Nos pediste que mantuviéramos un perfil bajo para no chocar con nadie en la pelea por el prestigio. Con tal de estar contigo, aceptamos los roles que sugeriste: Juanita, asistente del director de fotografía; José Miguel, cámara 2 y apoyos ocasionales en edición; Felipe, comunicaciones y relaciones públicas; Lucrecia, investigación de mercados y difusión en redes sociales. Marcela quería más responsabilidad. Adujo que William Mc Comte estaba insistiendo demasiado en que ella y solamente ella se encargara del manejo financiero, porque la conocía y confiaba en su mesura para manejar un capital de riesgo que cada vez provendría más de su propio bolsillo.
–Los patrocinadores pueden retirar su apoyo a la menor fluctuación de las ganancias y del rating – le dijo Marcela a mamo Elías. William quiere prevenir que ellos terminen decidiendo las políticas del Show . Por eso quiere comprar el 51 % de las acciones de la sociedad, pero con la condición que yo sea la manager – agregó sin notar que de cada diez palabras que usaba en español, una le salía en inglés.
Así que Mamo Elías consintió que aceptaras el cargo, Marcela, aunque siempre Lucrecia opinó que era una lástima que esas no fueran las funciones de Catherine. Ya no solamente serías la contadora, sino la financiera del equipo. No había que temer. Le estábamos ganando en audiencia al más visto de los seriados gringos, lo que ya es mucho decir. Y se estaban llenando de dólares los inversionistas del canal a costa de presentar como prácticas culturales las cosas más ridículas. Quedaba flotando en el ambiente que el sombrero “vueltiao” era la prenda típica de los Bogotanos, que los aborígenes Makú del rio Vaupés en Colombia iban desnudos por las selvas al igual que los oriundos de la ciudad de Mitú y que en la India todos los devotos del festival budista de Kumbhamela pensaban que Krishna reencarnaba cada mil años. ¿Qué importaba si era verdad o mentira? La industria turística de sitios exóticos, que dependía de la propaganda que le hicieran en canales “culturales” a sus escenarios recién envirginados, lo tenía todo muy definido: a los aburridos citadinos había que venderles sitios románticos, que crearan la ilusión de que aun podían conocer parajes donde no hubiera llegado la Coca Cola.
Y estábamos compitiendo con la otra multinacional mediática, que había hecho crecer a ritmo geométrico su estadística de televi-creyentes en años pasados con el bombillazo de titular “Cien sitios que conocer antes de morir” a su guía turística semanal. “La verdad no es el punto” –subrayaban tus patrones, mamo Elías, cuando objetabas que estábamos desviándonos de la realidad. “Lo que ocurre objetivamente se decide al editar” –repetían los asistentes de producción citando libros de Mc Luhan que mostraban lo odiosos que se habían vuelto al llenar de basura sus mentes en las facultades de comunicación social. Y así seguíamos por el mundo, inventando que en Perú, en las orillas del lago Titicaca, todavía vivían, en islas flotantes hechas de fibras vegetales, los indígenas “Uros”. De la mano de la industria turística, World Geographic vendía con nuestra complicidad la ilusión de que existían aún corazones sencillos de artesanos y pescadores que a tres mil ochocientos metros sobre el nivel del mar todavía navegaban en barcazas estilo egipcio, que habían podido resistir el embate de los incas y los españoles manteniendo sus tradiciones para siempre. Estos mismos “uros” se ponían sus blue Jeans y sus chaquetas de cuero para devolverse en lanchas de motor y tomar cerveza en sus casas de cemento en la ciudad de Puno.
Lo relevante era el promedio estadístico, la medición de audiencia en los canales privados de televisión del mundo. Todos salían ganando. Los televidentes se creían más cultos cada vez que preferían un capítulo de “Un kogui por el mundo” al de la gastronomía exótica, y nuestro grupo podía viajar a hacer el trabajo serio, por debajo de cuerda, uniendo hilos con todo tipo de puntadas. Punto de cruz, medio punto, puntada sueca.
Conforme a las instrucciones tuyas, mamo Elías, les dábamos gusto con su negocio mientras jugábamos otras cartas. Era una estrategia que si se hubiera implementado en la época de Cristo habría triunfado: un profeta se hace pasar por carpintero de oficio para que no lo moleste el gobierno romano ni se alerten los del sanedrín, mientras que por debajo de cuerda organiza a los Judíos para planificar la liberación de la opresión romana. Nunca se sube en un asno para hacer ninguna entrada triunfal alertando a la guardia. No hace falta hacerse crucificar cantándole sus tres verdades a los rabinos y en cambio se puede conspirar a pleno pulmón contra el Cesar sin que este lo sospeche siquiera. Tú, mamo Elías, aparentemente te dejabas convertir en un indiecito imbécil atrapado en la tentación de la fama; mientras que por otra parte te reunías con nosotros para organizar mejor la iniciativa que se te había metido en la cabeza: haríamos un experimento que no se había probado antes a escala mundial. Le daríamos un pasabocas a la humanidad de parte de todas las comunidades ancestrales de la tierra, un prólogo del renacimiento de América, el Nuevo Tibet. Lo lograríamos sincronizando rituales ancestrales, meridiano por meridiano de la longitud terrestre, comenzando por Greenwich, en veinticuatro grupos de ceremonias que se realizarían cada hora y durante un día completo, grado por grado, al momento exacto del amanecer.
A esa fecha agendada para recordar al unísono la ley de origen en todo el planeta, decidimos bautizarla “día del oleaje”. El nombre nos vino de tu respuesta a una objeción que puso Catherine, cuando, después de oír tu propuesta, dijo que le parecía muy difícil que tanta gente hiciera lo mismo al mismo tiempo. Dijiste, Catherine, que necesitaríamos enviarles una señal satelital y dotar de una antena parabólica a cada pueblo amigo, porque, –frase textual– “ni son suizos ni se rigen por relojes: esa no es su forma de vivir el tiempo”. Pero tú, Elías, tenías tu propio invento para que danzaran en coreografía perfecta.
–Los rituales que se hacen con amor hacen que los corazones latan juntos–, dijiste confiado. Y agregaste, bautizando el evento por su nuevo nombre:
– Las personas que todavía no tengan fatigada el alma, serán como gotas que sabrán sumarse para producir un gran oleaje
El día del oleaje se cumpliría en nueve años exactos a partir de esa declaración, un 21 de marzo al amanecer. No lo haríamos según la hora oficial sino según la hora geográfica, es decir, unos ocho minutos antes de que la luz del sol en cualquier lugar del mundo brillara por el oriente. La luz del sol tarda ocho minutos en llegar a la tierra.
Pero dinos tú una vez más, mamo Elías, cómo recuerdas esa etapa.
FINAL DE LA PRIMERA TERCERA PARTE DE LA NOVELA
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Principales textos de Fernando Baena Vejarano
Filosóficos
1-Filosofía de la Transistencia
(Filosofía, Tesis)
Año 1987
En su segunda etapa de Busqueda filosófica , Martin Heidegger intuyó una relación del ser humano con el universo que no distaba mucho de las experiencias místicas que se logarn tener en las prácticas místicas del budismo Zen. Una hermeneutica del concepto de verdad heideggeriano nos lleva a comprender que la meta de la filosofía se logra en la experiencia trans-racional del «Satori», inaccesible al discurso filosófico, y aspiración última del filosofar.
2-La Convergencia Holística
(filosofía, tesis)
Año 1993
Esta tesis es la elaboración de una sospecha:la de que embrionariamente se prepara en todo sentido, en la historia, un «retorno» al Ser. Ni «olvido» significó para Heidegger un lamento pesimista, ni «retorno» significa aquí un mesianismo optimista. Retorno es vuelta. Se vuelve a lo olvidado para re-habitar el presente. Se quiere construir una nueva morada. La andanza fuera de casa llama tras un tiempo al retorno. Las mismas ciencias se preparan al retorno.
3-Ojalá otros mundos para el siglo XXI
(Manifiesto filosófico)
Año 2017
Un ensayo sobre las limitaciones del cientificismo, que acusa un sistema de valores plano en la cosmovisión predominante de la aldea global. La ciencia y la tecnología son avances intelectuales invaluables de la historia del pensamiento humano, pero el rechazo de la espiritualidad es un coletazo innecesario y perjudicial para enfrentar la crisis del siglo XXI. Una nueva cosmovisión traerá valores nuevos y una nueva Tierra. Ojalá.
4-La Rayuela de la Vida
Filosofía del sentido
(uniediciones, EDITORIAL iBAÑEZ, año 2019)
Un ágil texto que sin lenguajes complicados te ayuda a hacerte las preguntas que los filósofos se han hecho, sin los galimatías de la historia de la filosofía. Este es un texto para novatos en la filosofía, que es el arte de experimentar con un profundo asombro el profundo enigma de que existimos y el universo también. Pero la búsqueda filosófica se muestra asociada al autoconocimiento sicológico según tipologías de la neurosis y a la sicología transpersonal.
VER EN
5- La experiencia de La Verdad en El Budismo Zen
(filosofía)
Artículo en Universitas Philosóphica, revista de la Facultad de filosofía de la Universidad Javeriana. Martín Heidegger presiente la fenomenología del ser en la experiencia de los practicantes Zen, pero sin saberlo.
Filosofía y sicología del desarrollo y crecimiento humano
6- Holosofía de la libertad
(Filosofía del Desarrollo y crecimiento humano)
Año 2020
Elementos para un rastreo del concepto de libertad en la esferas de la política mundial y la sexualidad humana. Aproximación integralista al problema de las identidades, los fines, los valores, las preferencias y los malentendidos interculturales e intersubjetivos. 200 páginas.
7-Educación integrativa y Formación transpersonal
Año 2020
Ante la omnipresencia de la información, la instrucción y los videos sobre todo tipo de temas en internet, ante el develamiento de múltiples inteligencias por potenciar en el ser humano y los aportes de la sicología evolutiva y la sicología transpersonal…resulta imposible no prever una transformación sin precedentes en la filosofía de la educación. La meta de la educación se redefine cuando ni se puede garantizar un empleo mediante unas rutinas caducas e ineficientes de enseñanza ante un futuro con inteligencias artificiales, robótica y bioingeniería genética que hacen impredecible el futuro, ni se trata de seguir reduciendo el acto educativo al acto cognitivo. Ahora la evolución a estados de conciencia y de desarrollo detectados por las ciencias sociales y las tradiciones espirituales muestran un horizonte nuevo para el encuentro potenciador-potenciable, que reemplazará el anticuado concepto de profesor-estudiante.
8-El retorno a lo sagrado
(Desarrollo y crecimiento humano)
Año 2000
Un nuevo paradigma siempre abre paso a una nueva época en la historia humana. Cada vez que la percepción cultural se abre a posibilidades antes negadas o insospechadas, es porque se avecinan cambios de magnitud a todo nivel. Así sucedió cuando la cosmovisión moderna del mecanicismo cartesiano des-estructuró la vida teocéntrica medieval.
Este libro sospecha a la vez la irrupción de un nuevo paradigma y de una nueva etapa histórica para el planeta, que tendrían su fundamento en descubrimientos científicos de vanguardia que apuntan a una recuperación crítica de los valores holísticos de las culturas no occidentales, dentro del marco de una espiritualidad ni dualista ni maniquea. El holismo recobra al ser humano como una entidad inmersa y participante en un entorno natural y cósmico reconocido como poseedor de sentido, inteligencia y propósito; es decir, sagrado. Es una especie de animismo científico moderado que tiene no pocas bases en la física ,en la biología y en la psicología de vanguardia; y por cuyas implicaciones conceptuales y prácticas en psicología, filosofía de la mente, desarrollo personal , sanación integral ,desarrollo del potencial mental, sexualidad ,medicina, ecología, , economía, política y paz mundial , se interesa el autor.Tales repercusiones ofrecerán al lector una perspectiva por igual amplia, trans-disciplinaria y profunda; en un lenguaje sencillo y mediante una exposición amena y pedagógica.
Un diagnóstico de la situación ecológica, económica, social e internacional actuales; nos diría a todas luces que el planeta está bien lejos del paraiso prometido hace cuatros siglos por el racionalismo europeo. o que ha estado haciendo falta ha sido una ciencia y un método que llevara la mente humana a su estado más ordenado y puro, de donde pudiera extraer la armonía necesaria para construir un nuevo orden social. Este contacto de la mente con su propia base es ahora posible
9-El Sentido transpersonal de la Vida
(Desarrollo y crecimiento humano)
Año 2015
Dime en que estado de conciencia estás y te diré para que vives. El propósito de la vida o la sensación de que esta carece de sentido dependen del estado de conciencia que un individuo y una comunidad hayan logrado establecer como su nivel de energía y de conexión con lo sagrado. Todas las teorías y explicaciones intelectuales sobre la finalidad de la existencia son incapaces de proveerle a sus exponentes y a sus adherentes una experiencia real de relación con el universo si se carece de bases internas que solamente son posibles mediante prácticas meditativas y vivencias espirituales. El existencialismo ateo y otros nihilismos y escepticismos son simplemente el reflejo de que sus exponentes no habían logrado contactar la fuente sagrada de la vida. En este libro, el autor ilustra mediante la exposición de la filosofía transpersonal de Ken WIlber su propia manera de resolver el enigma que la filosofía occidental no supo tratar por falta de una teoría de la evolución de la conciencia.
10-Maestría Interior Y Budismo
((Desarrollo y crecimiento humano)
.Manual)
Año 2017
Este es un manual sobre la más prometedora posibilidad que el ser humano le ha planteado al ser humano: la maestría interior. De acuerdo con las tradiciones budistas y sus predecesoras védicas en India, es posible que el sentido de la vida, el propósito de la experiencia de estar en este mundo encarnados, la estructura del universo entero sean temas comprendidos enteramente en un flash iluminador de intuición llamado iluminación.
El ser humano tiene un potencial infinito.Si se estudia a si mismo con los indicadores que los maestros espirituales han ofrecido, puede lograr una plena comprensión acerca de cómo se las arregla para sufrir, y puede aprender a vivir en un estado permanente de serenidad y alegría inmotivados.
11-La Nueva Tierra y el Nuevo Milenio
(Desarrollo y crecimiento humano)
Año 2016
A la luz de diversos textos, conferencias, y resúmenes del pensamiento vanguardista; el autor expone sus argumentos para pensar en la necesidad de transponer el nihilismo y el relativismo propios de la llamada Pos- modernidad. Propone , de esta manera, recoger los mejores aportes de la cultura occidental moderna, Y lanzarlos hacia un nuevo reto: integrar la espiritualidad en todas sus manifestaciones culturales, para construir una nueva humanidad en una nueva tierra.
12-Comprendiendo Todas Las Cosas Desde Adentro
(Desarrollo y crecimiento humano)
Años 1988-2010
Una panóptica de todas las áreas de la vida humana, enfocadas desde el punto de vista espiritual. Los problemas del individuo, la sociedad y el planeta no se resuelven solo con los aportes tradicionales. Es necesario comprender el fundamento de la vida, el campo de conciencia pura desde el que todo en el universo brota; para dar una respuesta externa efectiva a las aspiraciones del ser humano. El potencial mental del ser humano es la respuesta.El enfoque transpersonal en psicología, los aportes de las tradiciones orientales; son herramientas básicas.
13-Manual de Psicología Transpersonal
(Desarrollo y crecimiento humano)
Año 2013
No es esta una exposición lineal y progresiva del pensamiento transpersonal como escuela de psicoterapia, sino una guia breve, con resúmenes y esquemas pedagógicamente organizados para quien desee tener una panóptica de las ideas, paradigmas, pilares y fundamentos de los principales pensadores, filósofos, psicólogos investigadores de la mente y terapeutas que han aportado implícita o explícitamente a la disciplina.
Con cuadros comparativos, ideas principales y esquemas generales , se intenta en el presente manual dar una idea general al estudioso; acerca de esta corriente humanística que define al ser humano como un ser espiritual y pretende brindarle herramientas para sus mas elevadas metas y el logro de su pleno potencial interior.
Crítica y Creación literaria
( disponible en)
14-Palabras Con Vértigo
(Ejercicios literarios)
Año 2016
La formación del escritor implica experimentar con el lenguaje, del mismo modo que la del pintor supone conocer la paleta, dominar la materia cromática. Estos textos de Fernando Baena Vejarano muestran su proceso de conquista del dificil elemento que es la palabra.
Es rara la ocasión de ver , no los textos definitivos de un autor, sino esas otras creaciones que por pudor, por vanidad y por orgullo se ocultan de la crítica, para generar la falsa impresión de que se nace con el genio. Pero los verdaderos escritores se han forjado con tentativas, a veces mucho más interesantes e innovadoras, aunque caóticas y extrañas, que las que los han hecho conocer ante la crítica.
Del mismo modo que interesa al que investiga en la obra de un pintor conocer los bocetos, estos textos indican los caminos del azar, la poesía y la lúdica con el lenguaje; que se requieren para madurar en el oficio de la literatura de ficción.
15- Crítica y Posturas Literarias
(Crítica Literaria)
En este libro se compilan de manera azarosa textos que parecen temáticamente dispersos, pero que tienen un hilo conductor. Desde que inició su carrera literaria, Fernando Baena Vejarano comenzó a concebir su particular postura respecto a la misión del arte en la sociedad contemporánea, dando a la literatura una misión propositiva a la que llamó «blanca» por oposición a las poéticas «oscuras». Esta postura se fue gestando conforme el estudio de autores y escuelas lo fueron llevando a la certeza de que ni la novela ni el cuento pudieron ser géneros en los que pudiera gestarse esperanza alguna, ni durante el siglo XX ni en el amanecer del siglo XXI.
Hay aquí un amplio despliegue de cultura literaria: desde un concienzudo estudio del costumbrismo hasta un ensayo bastante fenomenológico de una novela de Roberto Burgos Cantor, pasando por varios textos cortos acerca de la naturaleza del ensayo y del cuento. El autor nos demuestra que sabe leer y contextualizar una obra literaria, pero en vez de ceñirse a la actitud académica nos muestra una desafiante postura respecto a los prejuicios de la literatura tradicional, cuestionando los supuestos antropológicos de la estética moderna.
Novelas de ficción , novelas pedagógicas y libros de cuentos
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16-Reloj de Una Misma Arena
(Novela)
Año 2016.
A finales del siglo XXI un académico entra a ejercer su derecho de tomar cinco minutos mensuales legalmente aprobados para ducharse, en una ciudad sin agua de un planeta seco. Al contacto con el agua se le mete en el cuerpo una Sacerdotisa tántrica que vive en el siglo XXVI en ecoamérica, quien a su vez ve meterse en su cuerpo al hombre del siglo XXI cuando se baña ritualmente en una catarata. Son un mismo ser en dos momentos diferentes del tiempo. ¿Podrán encontrarse? Reloj de una misma arena es una novela de extensión mediana escrita en tres secciones, cada una de ellas dividida en partes numeradas. Siete microensayos y microrelatos intercalados dan respiros a la historia, mientras sirven de pistas para el contenido dramático que anticipan. Las tres secciones se llaman Pacha (tierra), Wayra (aire) y Yaku (agua). No se trata de una novela de ciencia ficción, sino de una novela de anticipación: todo sucede en un escenario futuro, pero lo propio del futuro no gira alrededor de situaciones subrayadas por contextos científicos y tecnológicos. Trabajo final de la Maestría en Creación Literaria.
17-Los Calidosos
(Novela)
Año 2014
Sin saberlo, un publicista Bogotano completamente ajeno a su entorno social se ve involucrado en un acto de conciencia sobre lo que le ocurre a los «desechables» del país: no solamente a los habitantes de la calle. También a las mujeres víctimas de ataques con ácido,a las que se convierten en trofeos de los machos. De los burdeles y las estratagemas con las que se involucra para atender clientes y complacer a sus jefes, el ejecutivo en ascenso pasa a comprender, sin proponérselo, a los invisibilizados por los poderes mediáticos que trabajan al servicio de sectores oscuros del país, de los poderosos. Su propio éxito profesional depende de tratos en los que tiene que abdicar moralmente para complacer la egomanía de sus clientes. Sin embargo, una rara enfermedad le enseña una lección que cambiará su vida.
18- Utopía de Canarios
(Cuentos)
Año 2013
La singular cosmovisión de un futuro distópico, de una sociedad mundial que oscila entre el embrutecimiento y el control hegemónico, de unos personajes que ignoran su propia ceguera; caracterizan estos diez relatos de extrañeza y pánico. Escenarios a medio camino entre la ciencia ficción, la crítica Orwelliana y el pánico de la megalópolis en la que el planeta Tierra se está convirtiendo; llevan al lector a sentir la convicción de que ya nuestras peores amenazas no son la tecnología, la transposición de la experiencia real por la virtual ni el anonimato globalizado; sino la desaparición de todo inconformismo, la suplantación de lo humano por lo fantasmagórico, la supresión por todos aceptada, por todos ya internalizada, del «anticuado» ideal de la libertad. Con humor, con sarcasmo; la ironía de estos textos nos delata un siglo XXI que se proyecta como el de la muerte de todo horizonte. Pero a veces es tocando fondo como se vislumbra una salida…
Una huelga de teóricos inútiles, la vida en la «matrix» del ciberespacio, dos fugitivos que se preguntan en qué consiste huir, la primera expedición colombiana para investigar la vida extraterrestre, un extraviado en los laberintos del metro, un país con ochenta lectores, la holovisión después de la televisión, la reglamentación del quechua como idioma mundial: ¿a donde apuntan estos inusuales tópicos literarios? El autor, Fernando Baena Vejarano, se desprende aquí de su trabajo novelístico para acudir a la contundencia del cuento. Hay un denominador común: la preocupación por el futuro, la incertidumbre que obliga al artista a convertirse en profeta. Pero en vez del tono propositivo, predominan aquí la denuncia, la rabia, el malestar que catapulta la imaginación, ojalá no para anticipar lo que viene , sino para prevenir lo que ocurra. ¿Estará ya rodando ese copo de nieve que se convertirá en una avalancha? Esa ola diminuta que se ve venir…¿no es ya un tsunami?
19–El Despertar del Colibrí
(novela)
Año 2015
Un grupo de colombianos se refugia en la Sierra Nevada de Santa Marta por cuatro años, mientras en el mundo y en Colombia una serie de calamidades da origen a una nueva época para la historia de las Américas. Guiados por un indígena kogui que ha sido un personaje de fama mundial, emprenderán una aventura interior relacionada con los secretos que por siglos se habían reservado a los mamos, sabiduría que ahora compartirán con todos los pueblos del mundo. Si logran despertar los poderes ocultos en el corazón del ser humano será posible ahora sí que el planeta tierra reciba el cuidado que merece, y se convierta en escenario para el amor. Pero Mamo Elías ha sido puesto a prueba por sus propias sombras sicológicas y no sabe si será capaz de salir del atolladero en el que las sirenas del éxito, que tan seguro estaba de desoír, lo han atrapado.
20-Lo más Íntimo de la Tierra
(Novela pedagógica)
Año 2012
Tras un encuentro predestinado en el corazón de India, siete jóvenes reciben la misión de ir al interior de la tierra hueca por la abertura secreta del polo sur. Vibrante relato contado a través de una bitácora que seis colombianos y un inglés logran escribir en la Antártida. La naturaleza del viaje les exigirá pruebas de supervivencia y apertura a realidades metafísicas. Pero la travesía no se hará como pensaban. Será necesario que se reconcilien con sus propios pasados afectivos y recuerdos grupales, que se confiesen mutuamente sus búsquedas internas y predisposiciones espirituales, para continuar con el viaje y descubrir lo que ni ellos mismos sabían que buscaban: la verdadera historia del Planeta Tierra y su más íntimo sentido. Poco a poco aceptan la naturaleza paranormal de la aventura que han emprendido. Accederán a pruebas y relatos acerca de avanzadas culturas prediluvianas: los hijos de Lemuria, los atlantes, los nefilims. Comprenderán las leyes de la evolución de las almas y las civilizaciones al tiempo que experimentarán desdoblamientos astrales. Comprobarán la existencia y utilidad de las bíblicas aeronaves «merkabah» -los «vymanas» de las epopeyas hinduistas. En esta travesía el lector se sentirá electrizado, inmerso en una revelación que compartirá junto con los expedicionarios, presenciando en vivo el pasado remoto: el origen del «homo Sapiens» , el otorgamiento de la civilización en Sumeria por parte de «dioses» «inmortales» a quienes egipcios y griegos adoraron, la existencia de los hiperbóreos, el origen y papel de los judíos, la cuarentena terrestre debida al experimento luciferino, el hundimiento de la Atlántida, la pugna ocultista entre los que conspiran desde hace miles de años por dominar el mundo, la entrega de Hitler a fuerzas oscuras, los intraterrestres, el mensaje pleyadiano, la red crística para enfrentar el dilema del siglo XXI. La respuesta que buscan, tanto los exploradores del interior terrestre como el lector, se halla en un lugar secreto del corazón humano
21-Soloté
(Cuentos hilados novelísticamente)
Año 1986
El anonimato y el sinsentido de la vida urbana llevan a un oficinista común a camuflarse de lustrador de zapatos callejero y vendedor ambulante, para investigar, -a riesgo de ser descubierto por un Régimen Totalitario -, el subrepticio proceso de rebeldía que se levanta contra el absurdo de una ciudad tan grande como el mundo y tan asfixiante como un campo de concentración. A modo de muro de contención, millones de avenidas y edificios se despliegan en un horizonte infinito de cemento y tedio.
¿Hay una salida, puede haber una esperanza, puede encontrarse alguna luz que haga valiosa la existencia de la miseria cotidiana, en un laberinto del que nadie logra escaparse, en una megalópolis parecida a Bogotá pero convertida ya en una metáfora de lo peor del mundo globalizado? En su caja de embolar guarda Jerónimo Puertas veinte documentos con la respuesta.
22-Esta Isla de Ecos Azules (novela pedagógica ecologista)
(Hay versión original y versión para niños)
Año 2010
Una mujer que se comunica con los cetáceos viajará con un extraño grupo filantrópico que afronta el cambio climático hasta llegar a situaciones futuristas que harán pensar al lector sobre el papel y el destino del ser humano en la nueva tierra que surgirá del desastre de la antigua. Para que un grupo de escogidos y una civilización secreta de mujeres puedan rescatar al planeta de su crisis ecológica se tendrá que lograr que por fin un hombre valore el poder uterino de la vida mediante un trance que lo llevará a conocer los orígenes del mundo.
La novela «Isla De Ecos Azules», de Fernando Baena Vejarano, es un texto imaginativo sobre la urgencia que tiene en el mundo actual recuperar la sensibilidad ecológica, la orientación espiritual y la comprensión femenina sobre los peligros que acechan, desde su interior, al ser humano. Prosa, poesía y fantasía de ficción futurista atrapan al lector, sin dejar de introducir preguntas sobre el origen y el destino de la vida. A todo esto el autor le sabe añadir una crítica mordaz al orden mundial actual; mientras demuestra nostalgia y admiración por las sabidurías ancestrales.
23-En El Mar Con Teresa
Año 1982
Un cuento publicado en 1983 en el Magazín Dominical de el periódico «El Tiempo» y otro escrito por el autor expresamente para su hija de siete años cuando se fué a vivir a otro País
Autobiográficos
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24-Diario de Mi Viaje a India
Año 2002
Viaje a india dando testimonio de las experiencias internas y de los procesos espirituales que generaban las estancias en diversos ashrams y centros de crecimiento espiritual.
25-Autobiografía de un Buscador Espiritual
Año 2004
“Lo que yo sentía ser no tenía nada que ver con una posición específica en el espacio o en el tiempo:no tenía edad, ni era hombre o mujer, ni pertenecía al planeta tierra o a algún otro lugar del universo. No flotaba en el espacio, ni tenía cosa alguna que ver con referentes en el espacio. Sin embargo, yo era yo, simplemente era;y no había nada ante mí, nada que yo pensara, o imaginara, o experimentara, salvo yo mismo. Estaba profundamente conciente, y, sin embargo, no era conciente de nada, ni me hacía falta nada, ni esperaba nada. Puesto que la experiencia no implicó un tiempo transcurrido; podría decir que duró un segundo. En realidad, sería más correcto decir que duró una eternidad, que era la eternidad. Era un estado de lucidez, de presencia, de luz, de misterio, de profundidad: por supuesto, las palabras apenas la describen”.
Poesía
26-Aquí Ya No hay Arena
(libro de poemas)
(Desde el año 2000 al 2020)
Poemas de desesperación, de amor, de muerte lenta, de nihilismo esperanzado en el abrazo. 100 páginas.
Textos paranoides
27-Cuatro textos sobre el poder en tiempos de pandemia
(Ensayos de sospecha social)
Año 2020
Cuatro textos paranoides. Sin brújula pero con mapa explora la sorpresa y la pequeñez, la fragilidad y la mentira, Los poderes del siglo XXI, explicados por un bufón intentan explicarse el carácter, origen y contubernio del poder y el dinero, bajo la plena confesión del analfabeta de la economía que sin embargo dice verdades como bufón de corte. Manual para reconocer la naturaleza de la crisis 2020 y sus soluciones de raíz es una confesión imaginaria de un conspirador, de un amo del poder oculto tras bambalinas para reírse a carcajadas del teatro que le montan banqueros, lacayos directores de multinacionales y presidentes. Es un inventario de argumentos que hacen plausible que esté ocurriendo lo peor para la mayoría y lo mejor para la minoría, y un listado de razonamientos que tendría la minoría si así fuera. Lista de chequeo para el debate entre oficianóicos y conspiranóicos se pone todavía más acusador, paranoide y colindante con la locura. 80 páginas de delirio pandémico para no morir de soledad confinado en casa.
Otros
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28- Que el arte nos rescate y otros textos breves
En Revista Javeriana, años 2010-2012, Bogotá, Colombia, como colaborador de artículos.
29-La Sincronicidad como Modelo de la Astrología
No hay evidencia ni probable evidencia de una influencia causal, de algún tipo de energía, que sea emitida por los planetas del sistema solar y que afecte los destinos humanos colectivos o individuales. Sin embargo la interpretación astrológica de la carta astral funciona. ¿Por qué? El concepto de sincronicidad, introducido por Carl Jung en la sicología profunda, parece darle una base epistemológica al conocimiento astrológico.
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