Observa el hielo derretirse. Perfectas moléculas de hidrógeno y oxígeno separándose de su impecable estado sólido, para asociarse líquidas de nuevo en el fondo del vaso. Una ligera brisa toca tierra, deja su espuma delicada sobre la levedad de la arena. Las mesas de la terraza están llenas, solo hay dos o tres vacías. Elena se fija en las más concurridas, en sus conversaciones hiladas con el rumor del mar, deduciendo del tono de sus voces, de sus gestos cómplices, los enlaces covalentes de sus ocupantes.

Aún quedan unos minutos para que llegue Javier. Pide otro refresco. Abre su diario en el teléfono móvil, para repasar las notas del día.


Veintiuno de abril de 2019.

La mañana promete, hace un sol de algodón. Madre anda trasteando en la cocina. Pío trina en la jaula, se maneja bien con su única pata, aunque pronto le pondremos la prótesis, ya tengo la anilla para sujetársela al muñón, he reservado la impresora 3d a la una. Hora de ponerse en marcha: un beso a la foto de papá y una ducha

Tengo ganas de llegar al laboratorio, en una hora es la revisión de Nica, todo parece ir bien, pero aún este nudo de nervios… no voy a acabarme las tostadas. Vamos allá…

Los resultados son excelentes. El mieloma múltiple de Nica está remitiendo, la inmunoterapia funciona. No presenta síndrome de liberación de citocinas ni problemas neurológicos por el momento… todo perfecto. Nos ha resultado imposible contener el llanto…


Disculpa, ¿Elena?, dice una voz a su derecha que no ha visto llegar, ¿Javier?, contesta por asegurarse, y una sonrisa nerviosa confirma el encuentro. Javier se sienta enfrente, entrecruzan cortesías, realizan aproximaciones no invasivas para reconocerse sin exponer demasiado cicatrices y otras imperfecciones. El sol pinta de naranja encendido las vistas del paseo marítimo, huele a salitre, una constelación a ras de tierra comienza a iluminar la costa, dejando reflejos alargados sobre el mar que oscurece. El tiempo se evapora por efecto de la brisa cálida que sopla con una negrura nocturna e íntima.



Doce de enero de 2019

Una lengua de niebla gris entra por la ventana. Echo en falta los largos días de verano. No escucho ruido fuera… madre estará durmiendo, voy a preparar el desayuno antes de que despierte…

Uno de los tulipanes del jarrón de la encimera sigue en pleno esplendor, de un naranja radiante. El otro sin embargo está encorvado, sus pétalos lacios se van desprendiendo o cuelgan ya casi sin fuerzas del tálamo. No hay nada como el olor de la mantequilla derritiéndose sobre el pan tostado. Ya escucho a madre por su habitación. El aroma de un buen café recién hecho le sigue levantando el ánimo….

Hoy hemos dado los primeros pasos en el tratamiento de la paciente Nicole Cruz, mujer, treinta y ocho años. Mieloma múltiple recurrente. Hemos extraído una muestra de linfocitos T de su sangre. Procederemos a su alteración genética y, después, a su cultivo en laboratorio. De ahí saldrán unos ochenta millones de soldados implacables. En aproximadamente una semana estará todo dispuesto.


Han pasado dos días desde el primer encuentro. Elena acostumbra a llegar antes de tiempo a todas partes; se le clavan como agujas los minutos que atraviesan la frontera de la buena educación. Además, aprovecha ese tiempo de espera para repasar notas antiguas, como quien pierde el hilo de la trama de una novela a saltos y necesita rebobinar para ponerse de nuevo en contexto. Javier no tardará en llegar, mismo lugar, misma hora, el sol un tono más rojizo, casi dos. Se acaba de ocupar la última mesa vacía. Elena deja el teléfono móvil bloqueado sobre la mesa. Alza los ojos, busca enlaces invisibles, átomos uniendo electrones que no quieren desligarse, roces leves de una mano en un brazo que no se retira, miradas que se sostienen más allá de lo casual. Se imagina un inmenso microscopio, contemplando un cultivo de individuos sentados en una terraza, consumiendo combinados de oxitocina y serotonina, una dopamina doble o chupitos de noradrenalina. Ya ve a lo lejos a Javier. Hace una señal al camarero y pide otra bebida.



Diez de octubre de 2018

Queda media hora para embarcar. Tengo la sensación de que es poco el equipaje que he facturado. He repartido algunas cosas entre mis amigas. El helecho para Sue, ella sabrá cuidarlo. El reloj extraño se lo ha quedado Megan. Aún me tiembla la voz de madre en los oídos. La voz de papá la recuerdo como una marea, diciendo esas cosas que se dicen cuando uno se va muy lejos por un tiempo, como esos cruceros que veíamos partir en los paseos por el puerto.

Dejo atrás siete años intensos en Bethesda. Abro una etapa nueva, regreso a mi ciudad, con la ilusión de llevar esperanza allí donde nací. Todo volverá a ser nuevo y familiar, como la avenida del parque de la luna, junto a la vieja casa, con su baile de colores en flor, allí las dalias y las buganvillas lucen cada día un vestido diferente, al saludo de la luz, a veces ruborizadas y otras tímidas. Algunas de las flores que marchitan, reviven en el sol. Otras, sin embargo, son podadas.


El contacto de la mano de Javier mientras pasean por la avenida del parque le hace sentir olas espumándole en el brazo. Las palabras se sostienen en el aire como semillas de chopo. Unos pasos por delante se abre un camino espeso, flanqueado por acacias de ramas bajas. Se adentran en su intimidad, como dos exploradores despejando a caricias su espesura.

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