EL ACECHO DE LAS MÁQUINAS

EL ACECHO DE LAS MÁQUINAS

Aquella avenida, ancha y solitaria, envuelta en el manto de la noche, estaba atiborrada de altos edificios pegados unos a otros donde no había el más mínimo atajo para escapar. Andrés corría desesperado, jadeante, mientras sentía a sus espaldas, cada vez más cerca, el pesado robot que amenazaba con destruirlo. En una esquina Andrés disminuyó la velocidad porque lo interceptaba una gran avenida con vehículos que pasaban a gran velocidad. Fue cuando la máquina que lo acechaba vio el momento para alcanzarlo, y cuando ya estaba prácticamente sobre el angustiado hombre, lanzó un largo brazo con filosas puntas en los dedos de las manos, segura de dar en la humanidad de su inerme víctima. Pero la suerte no había abandonado de un todo a Andrés que en el momento de la arremetida final vio un gran balde de agua que cayendo de uno de los edificios, dio de lleno en el robot que empezó a destellar luces de muchos colores acompañados de una bola de humo, similar a un artefacto eléctrico que sufre un cortocircuito.

Andrés aprovechó aquel episodio para descansar porque sentía que su pecho iba a estallar. Y nuevamente decidió continuar la huida cuando el robot, tirado en la acera, le habló. Fue la primera vez desde que se encontraron en la fábrica donde trabajaba Andrés cumpliendo el tercer turno que le correspondía hasta amanecer, pero que tuvo que interrumpir en el momento que desde dentro la máquina que operaba durante su labor, vio salir de forma violenta a aquel robot que empezó a perseguirlo amenazante.

_ No te vayas, Andrés _ le dijo el robot _, no quiero hacerte daño.

_ ¿No quieres hacerme daño y me has perseguido por toda esta avenida con tus filosas manos?

_ Sí, tienes razón, pero el que quería acabar contigo no era yo.

_ Pero ¿Cómo que no eras tú si tus dedos cortantes casi me matan si no es por ese balde de agua que te cayó encima?

_ Sí, eso es lo que parece, pero no es del todo así. Ese balde de agua que tu mente arrojó, también me salvó a mí.

_ No, no, ahora si es verdad que me enredaste más de lo que estaba.

_ Tienes razón, te explico; aquí hay mucho de realidad y de fantasía, producto, en parte, de tu imaginación. Esta máquina, mi cuerpo, es parte de la máquina que tú operas todos los días. Yo comparto contigo el trabajo, y estoy diseñada para ayudarte, para que tu faena sea lo más productiva posible.

Desde tiempos inmemoriales el hombre ha implementado en las fábricas las maquinarias para aumentar la producción, no para aliviarle la carga al trabajador, sino que éste produzca más en su tiempo de servicio sin la necesidad de contratar más mano de obra. Pero la ambición, conjuntamente con el avance de la tecnología, ha llevado al hombre a pretender sustituir la presencia humana por máquinas, un cien por ciento, en las fábricas, y así producir más y más sin tener que lidiar con los compromisos laborales que el hombre representa.

Yo me he acostumbrado a ti, y hago todo lo posible por adaptarme a tus exigencias con tal de que tu trabajo sea lo menos forzado posible, y eso lo concibes tú en tu imaginación: compartir el trabajo con una máquina para ofrecer una producción óptima. Pero el dueño de la fábrica está estudiando la idea de adquirir una gran cantidad de máquinas para sustituirlos a ustedes.

_ Es cierto _ interrumpió emocionado Andrés _, yo escuché algo de eso cuando vinieron unos empresarios extranjeros, y el dueño de la empresa les estaba dando un recorrido por las líneas de trabajo.

_ Exacto _ continuó hablando la máquina _, desde ese momento tú lo percibiste como una amenaza; entonces, a mí que me tratabas bien, con mucho cuidado para no dañarme, empezaste a verme como tu enemiga, y me manejabas con brusquedad.

_ Tienes razón, desde hace un tiempo para acá no me siento a gusto con mi trabajo, y me pongo de mal humor cada vez que vengo a la fábrica,

_ Es por eso lo que te digo en cuanto a que mucho de esto es parte de tu imaginación. Tú me diste vida porque te ayudo a realizar el trabajo, me tomaste cariño. Pero desde que supiste que máquinas como yo van a sustituirte, me empezaste a ver como tu enemiga, y creció ese monstruo que hace rato salió de tu máquina para acabar contigo, porque es en realidad lo que van a hacer las máquinas con el hombre, destruirlo, pero tu imaginación lo recreó de una manera más parecido a una guerra cuerpo a cuerpo. Y fue tu misma mente la que hizo aparecer ese balde de agua que generó en mí el cortocircuito, haciendo desaparecer el ser maligno que pretendía acabarte de un zarpazo.

_ Ahora entiendo, es una lucha entre la tecnología y el ser humano. Pero, ustedes nos aventajan, no se cansan, no necesitan alimentarse, no les da sueño, pueden estar semanas y semanas sin parar; y una sola de ustedes hace el trabajo de cientos de nosotros.

_ Eso es lo que ve la ambición del hombre; más, ignora que es la mente humana quien nos programa, quien nos repara, la que decide qué clase de trabajo vamos a realizar. Pero, más allá, nosotras, las máquinas, jamás vamos a superar esa sensibilidad presente en las fábricas, la dosis de ternura cuando se hace un juguete, el cariño que reina en las fábricas de alimentos, la alegría en una jubilosa navidad; la consideración para con su jefe, ese mismo que hoy pretende sustituirlos porque de seguro va a aumentar su producción, generando así mucho más ingresos a costa de grandes cementerios de hierro.

Pero bueno, ya tuvimos bastante por esta noche, volvamos a la fábrica para que termines tu turno que yo te apoyo mientras pueda seguir siendo tu amiga y no quien te cesantee.

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