En aquella cafetería, a primera hora de la mañana, solo se podía encontrar a unos pocos sentados en la barra. Algunos bebían cerveza barata y estaban ensimismados en su propio mundo, mientras que otros tomaban un café que te hacía poner cara de asco al pasar por tus papilas gustativas, pero que era perfecto para aguantar desvelado el resto de la jornada. Era un lugar concurrido únicamente a mediodía, famoso por sus entrecots de ternera que vendían como: “carne de buey de primera calidad”, y que todo el mundo sabía que se trataba de vaca vieja.

La campanilla de la puerta sonó con alegría discordante cuando entró una joven vestida de negro que rompía con el patrón habitual de clientela que frecuentaba el sitio. Todos los hombres clavaron sus ojos en ella como tigres hambrientos y la siguieron con la mirada hasta una de las mesas, donde se sentó y tamborileó con los dedos esperando a que la atendieran. La camarera, una señora mayor y muy bajita, tomó nota y le sirvió el mismo café amargo y acuoso que solo se atrevían a beber los más valientes.

La chica miraba de manera irritada al asiento vacío de enfrente, consciente de la atención que estaba atrayendo y mirando de refilón los gestos repulsivos que trataba de ignorar. Soltó un resoplido y consultó la hora. Eran las 6:05. Un largo trago de café pasó por su garganta sin arrancar ninguna mueca de desagrado en su rostro. Miró a la pequeña tele anticuada que colgaba del techo. Estaban echando un documental de delfines, en el que se podía apreciar cómo tres machos violaban a una hembra agresivamente. También se mostraba a otros dos jugando con el cadáver de un pájaro, se lo pasaban entre sí como una pelota de playa. Observó con ceño fruncido el macabro espectáculo protagonizado por los animales. Los clientes se seguían fijando en su atractiva figura mientras ella permanecía estoica, evitando posar sus ojos en otra cosa que no fuera la televisión.

Por fin, la puerta volvió a abrirse. En la estancia irrumpió un hombre de mediana edad con una gabardina negra. Se sentó en la mesa de la chica y sonrió:

-¿Y este recibimiento? –dijo. Dirigió su mirada a la mano de la joven- ¿Es que aún sigues con cosas del trabajo en la cabeza?

La chica se percató de que había estado agarrando con fuerza el cuchillo inconscientemente. Soltó el cubierto y observó a su acompañante mientras se quitaba la gabardina con ojos cargados de veneno.

-Llegas tarde –soltó ella.

-Tú eras la que quería hablar de algo –contestó él. Llamó a la camarera y esta acudió en seguida para atenderle-. Me voy a conformar con uno de esos famosos filetes de buey que sacáis del trasero de una vaca, con patatas fritas y un vaso de agua –le brindó su mejor sonrisa burlona y la señora se marchó sorprendida y algo intimidada. El hombre volvió a gritarle antes de que entrara en la cocina-: ¡Quiero la carne en su punto!

-¿Por qué hemos venido a hablar aquí? –preguntó la chica.

-A esta cafetería no viene casi nadie a estas horas. ¿Has pedido café? Es asqueroso.

-No he dormido bien esta noche.

-Se te nota. ¿Trabajaste hasta tarde?

-No. Simplemente tenía mucho en lo que pensar.

-¿Es sobre lo que me querías hablar?

Ella asintió. Miró a la barra donde un hombre demasiado gordo para la camisa que llevaba le estaba guiñando un ojo. Le faltaban algunos dientes y tenía un aspecto nauseabundo.

-Me dan ganas de vomitar –dijo la joven-. Son el tipo de tíos que no puedes encontrarte en un callejón.

-Yo no querría encontrarme contigo en un callejón –su acompañante rio y apoyó la barbilla en la palma de la mano.

-Yo puedo cuidarme. Otras mujeres no.

-Mira el lado positivo: puede que algún día alguien te encargue a alguno de esos.

-Eso implicaría que ya habrían abusado de alguna chiquilla de no más de trece años.

-Motivación extra para el trabajador.

Ella puso los ojos en blanco. La camarera trajo en ese momento el entrecot y el vaso de agua, y el hombre la volvió a sonreír son sorna. Cogió el cuchillo y lo clavó en la jugosa carne que soltó un hilillo de sangre.

-¡Maldita sea! Le dije a esa vieja que lo quería en su punto –cortó un pedazo y se lo llevó a la boca-. Al menos no es una porquería de filete.

La chica observó a su compañero disfrutar de la comida despreocupadamente. Dio otro sorbo al café que ya se le había quedado frío y se tapó la cara con las manos.

-¿Por qué no descansas un poco después? –preguntó el hombre-. Tienes unas ojeras terribles.

-Tengo que enviar el DVD a la señora Callaghan.

-Pensaba que lo habíais retransmitido en directo.

-No. Quería tener el vídeo para ella sola.

-Entiendo –bebió un trago de agua-. ¿Ingresó el dinero?

-Sí. Los treinta mil. Ya está todo zanjado.

-Perfecto –dijo. Y siguió masticando con gusto.

Pasaron unos segundos en silencio. El hombre se limitaba a comer sin hacer caso de la persona que tenía delante, que miraba a su taza de café meditabunda, ni tampoco de los tipos que seguían insistiendo en sus inútiles intentos de llamar la atención de la joven, lanzándole miradas lascivas y haciendo movimientos provocativos con sus sucias lenguas, aunque ninguno parecía atreverse a acercarse a ella.

-Jack –habló por fin-, tengo que comentarte algo.

-Para eso estamos aquí –sonrió.

-Vale –suspiró decidida-. La semana pasada estaba con el encargo de Gacy, lo normal, nada fuera de lo común. Hice todo lo que tenía que hacer y seguí las instrucciones que me habían dado, sabes que siempre soy muy fría en mi trabajo.

-Lo sé. ¡Eres toda una profesional!

-Jack, baja la voz, ¿quieres? A lo que iba: acabé, limpié todo y lo metí en la bolsa de basura, y, antes de que pudiera darme cuenta, empecé a reírme sin motivo alguno. En voz alta.

-Yo me río a todas horas. Hay que tomárselo con humor.

-No, ¿no lo entiendes? Me sentí bien, feliz, llena de vida. Como si lo que acabara de hacer fuera un gran chiste. Yo me tomo las cosas en serio, Jack, y esta sensación ha permanecido hasta el día de hoy.

-Aileen –dijo mientras masticaba una patata frita-. Ya he tenido esta conversación con el resto. ¿Crees que me habría citado contigo a estas horas de la mañana si no supiera ya de qué va la cosa?

-¿Qué quieres decir? ¿Los demás también se sienten como yo?

-Todo el tiempo, y yo igual. Es normal, eres la nueva y no tenías ni idea de esto, pero ya es como una especie de ritual en el grupo: habláis conmigo a solas de lo que os preocupa y yo os vuelvo a encaminar –soltó una carcajada sonora-. ¡Soy un jodido pastor de iglesia!

Aileen entornó los ojos furiosa.

-Bien, ¿y cuál es tu consejo milagroso?

-Que cuanto antes lo aceptes, antes podrás volver a dormir tranquila.

-¿Cómo puedes decir eso? –exclamó. Miró nerviosa al resto de clientes, los cuales ya habían desistido en sus ridículos intentos de cortejo y volvían a estar centrados en sus cosas. Bajó la voz al hablar de nuevo-. Son personas, por Dios.

-¿Tú crees? Cuando te metiste en esto no los definías así. ¿Por qué ahora cambias de opinión?

-Sé lo que han hecho y mi mano seguirá sin temblar ante la duda. Pero no quiero que mi motivación sea el placer.

-¿Qué hay de malo en que te guste lo que haces? Rendirás mejor.

-Yo lo hago por justicia.

-¡Tú y tu rollo del bien común! Yo lo hago por el dinero, pero es más bien una motivación secundaria. Hace mucho tiempo que reconocí la verdadera razón de mi profesión, y desde entonces he dormido del tirón cada noche.

-Jack, yo no soy así…

-Claro que lo eres –dijo alegremente-. ¿Qué crees que les dije a los otros? No me malinterpretes, me parece bien que cada uno de nosotros le dé su sentido particular a lo que hacemos, nos permite olvidarnos de que somos unos monstruos. No obstante, no somos peores que ellos –señaló con la mirada a los hombres de la barra.

-Nos ponemos a su nivel en el momento en el que disfrutamos con ello.

-¿Crees que todos trabajamos por lo mismo que tú? A mí tampoco me parece bien, por eso solo aceptamos encargos de gente que, bueno… -y volvió a mirar a la barra-. Y si es de ese modo, no veo ningún inconveniente en pasar un buen rato.

-No lo tengo tan claro. He estado dándole vueltas durante estos días y la única conclusión a la que he llegado es que puede que ya sea hora de dejarlo. No sé, Jack, no puedo afirmar esas cosas tan a la ligera como tú. Que todos vosotros hayáis podido hacerlo, no significa que conmigo vaya a ser igual. Aún quiero conservar esa parte de mí misma, ¿sabes? –suspiró resignada-. Quiero seguir siendo fiel a mis principios.

-No vas a dejarlo –contestó Jack, y al soltar esas palabras su rostro dibujó una sonrisa que escondía una sombra de amenaza-. No solo porque yo no te lo vaya a permitir, sino porque tú misma no vas a querer hacerlo. Vamos, Aileen, todos lo hemos aceptado y estamos mejor que nunca, y si viene alguien nuevo ocurrirá lo mismo. El mismo patrón se repite en el momento en el que nos damos cuenta de que estamos haciendo algo realmente malo y que, aun así, no somos capaces de volver atrás. La vida no sería la misma. Has visto y hecho demasiado, lo llevas en la sangre, preciosa –comió el último pedazo de carne que quedaba-. Es algo instintivo. Desde que el hombre comenzó a desarrollar el sentido de la razón, hemos intentado convencernos de que es algo contra natura cuando se trata de todo lo contrario. ¿Por qué negar lo evidente? La diferencia entre nosotros y el resto de seres humanos, es que aceptamos nuestra naturaleza por encima de cualquier regla moral o social. Además, deberías recordar que no te queda nada. Solo nos tienes a nosotros.

La chica se quedó callada y pensativa. No volvió a hablar hasta que Jack preguntó:

-¿Te sientes excitada con tu trabajo?

-¡Por Dios, no! –escupió con disgusto-. Eso es asqueroso, no soy como Jeffrey.

-Pues esa es la única motivación que tiene él. Y lo acepta.

Aileen no quiso añadir nada más. Tenía que meditar demasiado. Pidió la cuenta y pagó el café. Jack se levantó de la mesa y se puso su gabardina.

-Cuando envíes el DVD, vuelve a casa y descansa. Tómate hoy el día libre, te quiero en perfectas condiciones para mañana.

-¿Hay algo para esta noche?

-Sí. Pero puede esperar.

Ambos se dirigieron a la puerta, pero antes de poder salir, la camarera se apresuró a ellos agitando la cuenta en la mano.

-¡Caballero! No ha pagado usted su entrecot –dijo con voz aguda.

-Ni pienso hacerlo –sonrió-. Te dije que lo quería al punto y estaba crudo. No voy soltar un céntimo.

La mujer se quedó clavada en el sitio al mirar a los ojos de Jack. No se atrevió a contradecirle. Murmuró una disculpa y volvió a la barra.

Aileen miraba al suelo callada. Jack se percató cuando ya estaba casi fuera de la cafetería.

-Piensa todo lo que tengas que pensar, mañana volverás al trabajo. No lo vas a dejar –dijo-. Tus principios no tienen por qué cambiar. ¡Estamos haciendo un bien común!

Y salió del lugar riendo a carcajadas. Antes de seguirle, Aileen miró a su derecha. A su lado estaba el hombre gordo sin dientes que aprovechaba su cercanía para hacer gestos mucho más obscenos y visuales que los del principio. Su olor corporal era casi comestible y su aliento estaba cargado de cerveza rancia. Daban ganas de vomitar.

Suspiró. Jack tenía razón.

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Crítica del jurado

I. Como en el relato Los asesinos de Hemingway, tenemos a unos homicidas conversando en un local. Pero aquí la conversación se centra en si ese trabajo es moralmente reprochable o si cumple con un bien social. Todo lo que rodea al hombre y la chica que conversan, ese entorno de carne casi cruda, delfines asesinos y babosos hombres tabernarios, acabará inclinando la balanza hacia la segunda opción. Un relato negro, oscuro, pero también brillante.

II. Muy bien este relato. Muy interesante la reflexión sobre la utilidad social del mal. Muy bien la ambientación, que casi es otro personaje en este cuento que nos recuerda a aquellos asesinos que buscaban a un tal Ole Andreson, personajes inolvidables de Heminway. Un cuento que trae evocaciones de gran literatura tiene que ser premiado.

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