Jornada de tedio insufrible en la oficina: los jefes se han ido y quedas al cargo vespertino de la tercera planta, donde sabes que nada va a suceder, pero hay que estar, por si acaso, eres el capitán de una nave fantasma varada en el sopor de la siesta. En una penumbra de seminconsciencia tu mente divaga…

«Caligrafía, del griego κkalligraphía, letra hermosa, qué palabra, cuántas horas de la infancia emborronando, angustiado, los cuadernos Rubio, la q, muy difícil, ¿y la z?, imposible, batallas perdidas con los borrones, con la alineación de las palabras. Hasta que un día, ah, se hace la luz, lo has conseguido, tienes buena letra, legible y, ¿para qué?: para escribirles, años después, a tus hijas las felicitaciones, los mensajes de los regalos, papá, anda, con tu letra tan bonita.

Y luego se acabó lo de escribir a mano, siglos hace que no coges el lápiz –tu querida colección de plumas estilográficas como el arpa aquella, del salón en el ángulo oscuro-; el bolígrafo, el rotulador, ya solo entiendes de fuente Arial, cuerpo once.

Pero no, no tan triste, no tan prosaico, la informática no acaba con los misterios, un buen día te descubres en tu cubículo entornando los ojos frente al monitor, sí, claro, también la presbicia, aunque no solo, así vislumbras que hay itinerarios en el texto que tienes delante, raras veces, has de fijarte, pero los hay, están ahí para que las recorras y te ayuden a conjurar la modorra. Una línea que casi coincide con la anterior, anáforas más o menos extensas, paralelismos escalonados de las mismas palabras y, bingo, el sendero blanco entre manchas negras, caminos inexplorados, espontáneos, caóticos… Una maraña inextricable se manifiesta de primeras.

El pensamiento se traslada por una de esas rutas a la edad dorada, a esa arcadia feliz, a ese paraíso en la tierra, a la otra vida que te espera tras la jubilación anticipada, tienes cuarenta años cotizados y están ofreciendo indemnizaciones, eso sí, cada año más rácanas, y te barruntas que la próxima sea la última y no haya otra ocasión.

Pero, ¡eureka, no son los caminos en blanco, esos que te habían hipnotizado hasta perder la noción de la realidad y amenazaron con hacer rebotar la cabeza contra la mesa de trabajo: las grafías leídas en sentido oblicuo, eso es, unas veces ascendente, otras descendente, ya levógiro ya dextrógiro!

Así, se te revelan los grafoductos, esos canales que forman palabras, vías creadas al azar por el capricho de los caracteres esparcidos sobre el fondo blanco de la pantalla -¿y por qué no sobre el papel también?- El ojo humano transmite esa realidad para que la imaginación cree un mundo imaginario de formas vislumbradas, como esas figuras que nos empeñamos en atribuir a las nubes, aquí una montaña, allá lo que puede ser un pájaro, esa tiene claramente forma de sombrero…

Los grafemas combinados para formar estructuras, caligramas inversos, mensajes ininteligibles, que nos remiten a otro estado de la materia en el que ya nada importan las reglas de la sintaxis, la ortografía, de la gramática en fin, porque han trasladado al observador (me han transportado a mí) a un universo paralelo, cuyas normas dan la razón a quienes sostienen que lo más importante es lo que no se dice, los silencios elocuentes.

Los grafismos, desvinculados de la intención del redactor, rompen las cadenas de la lógica lingüística y se lanzan a construir intramundos oníricos, iconos hipnóticos, estelas narcotizantes,… La subjetividad campa por sus respetos,el surrealismo se suelta el pelo, arrancando chispas de placer con las sinapsis de mis neuronas y viajo lejos del memorándum que tengoque entregar hoy sin falta, de la interminable tarde de este martes en el despacho, del semblante admonitorio del jefe del departamento que ha recordado, cinco minutos antes del café, que hay que contestar una consulta urgente,…

Sin darte cuenta, te sumerges en los intersticios de las palabras, que han perdido su razón de ser, y te dejas llevar, como cayendo por un tobogán, un tobogán de esos que hay en los parques acuáticos, y entras en un estado catatónico, un nirvana placentero, te quedas, en una palabra, clisao, que dice el vulgo.

La epifanía está servida: sin solución de continuidad todo cobra sentido. Los arcanos de nuestra cultura desvelados: una maquinación gremial en la que cajistas, componedores, impresores, linotipistas, correctores se conjuraron en secreto para esconder las claves en los grafoductos. Al principio una marca de agua, seña de identidad de cada impresor; luego, mensajes encriptados, finalmente, venganzas, chismes o caprichos de cada editor. ¡Has dado con la piedra filosofal del conocimiento críptico en la era moderna!

Ah, no, demasiado simple, un hallazgo de tal naturaleza no puede dilapidarse con fuegos de artificio más o menos cultos, en miserias corporativistas, tiene que haber algo más: todo responde a una confabulación a escala planetaria, la quinta columna, van a estar en lo cierto los conspiranoicos y existe un plan urdido durante siglos para manipular a líderes, pensadores y medios de comunicación, qué digo, a la población entera mediante mensajes subliminales, ocultos, cifrados en las palabras impresas, transmitidos a través de millones de ejemplares, y ahora universalizado en las redes sociales, ideología manipulada a lo largo y ancho del orbe. El gobierno mundial en la sombra, desde la misma invención de la imprenta, que maneja los hilos de nuestras vidas mediante los siniestros grafoductos. Un contubernio, con la complicidad de generaciones de iniciados, hasta del mismísimo Marx, -no hemos pisado la luna y la Tierra es plana son sus últimas aportaciones- pergeñado desde hace siglos para asegurar el orden, la preeminencia de las oligarquías y la explotación de los trabajadores, la alienación eterna, en suma, de la clase obrera.»

El empleado nota una presión en la vejiga, vuelve en sí, mira a través de la ventana, consulta el reloj, ya son las ocho, qué rápido se me ha pasado la tarde, ojalá siempre fuera así.

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