Una librería para la eternidad

Una librería para la eternidad

Cada mañana los rayos del sol atraviesan los grandes ventanales de la librería proyectando distintos juegos de luces y sombras que parecen dar un aura de templo religioso al pagano edificio, que alberga, entre sus cientos de anaqueles, la historia, la ciencia, la política, la mitología y todo aquello que, a lo largo de miles de años, los hombres han estudiado, inventado o soñado.

Esa misma temprana luz ha presenciado durante más de media centuria la puntual llegada del infatigable Jorge, el librero, y de su amante esposa Gisela, la librera. Y la silenciosa luz ha guardado en secreto el correr apresurado de miles de personajes que cada mañana, de manera apurada, han abandonado sus cuitas y juegos por entre los pasillos y vuelto a sus páginas.

De este modo, con todo más o menos ordenado, se encuentran Jorge y Gisela cuando llegan. O al menos así ha venido ocurriendo durante esos cincuenta y tantos años transcurridos desde la inauguración de la ya vetusta librería.

Pero esta mañana, al abrir los libreros las puertas, no ha habido luz brillante para recibirlos, ni correr de pasos y relincho de caballos hacia sus lugares entre los libros de las estanterías. Un matiz de tristeza se ha apoderado del viejo templo. Todos saben que ha llegado el final, que no hay solución, que la modernidad los ha vencido y que desde mañana el edificio será un bazar chino.

Los personajes, encerrados durante el día entre las páginas comprimidas de los libros, han seguido los tejes manejes que la pareja ha llevado a cabo para encontrar un heredero adecuado que conserve el templo del saber otros cincuenta años, pero todo ha sido inútil. Sin descendencia, la vieja pareja de libreros ha visto decaer las fuerzas y con ellas las ventas.

Las noches, que anteriormente se dedicaban a recorrer la Mancha, a ser o no ser, a rescatar princesas, combatir dragones, surcar mundos submarinos, recitar poesías, narrar biografías o desentrañar teorías matemáticas y físicas, entre otros miles de hechos literarios, se han transformado en los últimos meses en una perenne asamblea conjunta, en la que los protagonistas de las letras han estado debatiendo posibles soluciones para evitar el final de sus vidas.

Y aunque han llegado a poner en práctica alguna de ellas, los resultados no han sido los esperados y la desesperación no ha hecho más que aumentar.

Porque eso de hacer caso a la picaresca del Lazarillo de Tormes y mezclarse unos personajes con los otros en las páginas ya escritas, dando pie a historias nuevas y originales, lo que ha provocado ha sido una riada de quejas y devoluciones de ejemplares, con la justa alegación de los lectores, de: “¡Qué ¿dónde se había visto antes a la ballena Moby Dick bailando en el lago de los Cisnes o al pequeño Peter Pan enfrentado en singular combate con los troyanos Héctor y Aquiles?!”

Y de toda esta situación, el único que se ha quedado contento y satisfecho ha sido el mismo Lazarillo, que listo como el hambre, se ha trasladado a vivir entre las páginas de un libro de recetas de un tal Arguiñano. Y ahora, de ahí no hay quien lo mueva.

De esta guisa han llegado a la mañana del último día. Jorge y su esposa esperan que entren clientes para realizar las últimas ventas de sus vidas. Ella además cose una bufanda para abrigar el frío crónico que él padece. Al mediodía salen a comer un sándwich al parque de enfrente, momento que aprovechan los personajes para reunirse a modo de despedida.

Ninguno encuentra qué decir y todos se aprestan a retirarse con lágrimas en los ojos cuando una muñequita de tela, tímida muchacha que nunca habla, de repente se arranca en un monólogo entrecortado. Todos la miran perplejos. Es un personaje anónimo de un cuento que escribió Jorge para regalar a su esposa. Un cuento que jamás fue publicado, algo sin trascendencia, olvidado por años en un cajón de la biblioteca. Sólo Gisela la lee y la relee y la llama su hija de tela y letras.

La muñeca no dice nada coherente, porque la embarga la emoción, pero ha abierto una puerta por donde se cuela el ingenio del sublime Sancho Panza, que rápido de entendederas, ve en ella la solución.

Cuando Jorge y Gisela entran de nuevo, arrastrando los pies y arrasados en melancolía, se llevan una enorme sorpresa, porque el sol del mediodía, ese que se resistió a amanecer esta mañana, ha retornado y está alumbrando unos pasillos completamente abarrotados.

Hay clientes por todos lados. La fila para adquirir ejemplares se sale por la puerta. Y la avalancha no cesa.

Abrumados, miran los dos ancianos a uno y otro lado, y se topan con la mirada traviesa de cuatro mosqueteros que al grito de “¡TODOS PARA UNO Y UNO PARA TODOS!” los llevan a un rincón para explicarles cuál es la solución que va a salvar la gran librería de Jorge y Gisela por toda la eternidad.

A la mañana siguiente, cuando llegan los señores compradores, se encuentran un letrero en el frontispicio de la entrada donde antes ponía “Se vende” que ahora dice “Bienvenidos a la librería Jorge, Gisela e hijos”.

Y dentro, atendiendo a los usuarios, además de dos octogenarios felices, un sin número de personajes que dicen ser sus hijos y que rondan por los pasillos haciendo a los clientes mucho más amena la adquisición de sus novelas, pues los hay que recitan poemas, están los que dan conferencias sobre el origen de la materia, unos que recrean batallas y otros que te narran la cronología de la historia como si la hubieran vivido en sus personas…

Y antes de salir, en la puerta siempre les despiden, invitándoles a que vuelvan, una pareja bastante curiosa que le brindan una tarjeta con su dirección, que coincide con la de la tienda, y en la que se lee: 221B Baker Street, Watson y Holmes, detectives privados y entendidos libreros, para lo que se les ofrezca.

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS