Incesante vocación.

Incesante vocación.

Luis Valdés

15/05/2019

He empezado a resumir mi vida en una sencilla obra. Cansado y martirizado por los agobiantes días de trabajo de la clase media, los dedos aún me sangran al tomar el bolígrafo y escribir meticulosamente mi nombre.

Mi abuelo decía constantemente que así como los pájaros nacieron para volar, el hombre nació para trabajar y que empezaría a descansar en el panteón.

Dicha frase me parecía absurda porque no mencionaba los días libres, las parrandas ni la vacaciones, nada por el estilo, simplemente trabajar para lograr lo que se quiere. Yo solamente anhelé dinero, una casa lujosa, riqueza, una mujer hermosa y una vida desahogada.

Ingresé a trabajar a los veinte años ejerciendo la profesión de maestro, mi perspectiva de trabajo era la de un haragán dando órdenes a mocosos insolentes y después de un tiempo de servicio retirarme a gastar mi pensión. El giro inesperado llegó al tomar la práctica y dejar las teorías de Piaget en el librero.

San Rafael, pueblo marchito y arrasado por los abusos de la hegemonía derechista, con rincones cálidos y templados en verano, rodeado de árboles que en la noche parecen gigantes pisando montañas, ríos de estrecho caudal y gente que a base de sacrificios logra erradicar el hambre y la miseria. Primera lección para el maestro que sale de su cómoda casa y de una universidad que solamente nubla los ojos con ambiciones geniales y exhorta a ser desalmado; con la cruda idea del profesionista siempre pierde su humanidad para entrar al sistema.

Al terminar de acomodar mis cosas en el rincón que me proporcionaron los García, busqué de inmediato la tienda para comprar cigarros y licor, pero Andrea y Paco me dijeron que la tienda quedaba a seis horas caminando, que si quería algo se lo encargase a don Julio que salía por víveres cada sábado, pero era domingo. Ya quería regresar, a tan solo cuatro horas de estancia donde no había electricidad, ni drenaje, ni automóvil. El típico lugar que no aparece en el mapa del país porque ningún maldito ha tenido la osadía de cruzar la sierra brava y llevar educación.

Yo fui el séptimo maestro que llegó allí, nadie había soportado la presión y el analfabetismo, pues el único maestro que pintaba como bueno fue el Maestro Xavier Osorno, pero tuvo un final trágico al caer a un barranco profundo después de tomar unos tragos en Valderrama, el pueblo más cercano. Se le había hecho noche, me dijo doña Simona.

-Fíjese que al maestro nunca se le había hecho tarde. Por tal motivo se equivocó de ruta y las pilas de su lámpara no funcionaban del todo bien, según a eso iba, pero de seguro se quedó con Lalo el de la cantina y como siempre fueron amigos, se le pasaron los tragos. Se lo digo con certeza porque cuando Pascual lo encontró en el barranco traía en su chaqueta su licorera casi vacía y poco dinero, porque acostumbraba a invitar tragos a todos aquellos que platicaran con él.-

Transcurrido el primer mes de trabajo, extrañaba la tecnología, la radio, el teléfono y sobretodo las noticias. Solamente me ponía al tanto de todo cada sábado cuando me traían el periódico. Regresaba a casa cada dos meses a hacer efectivos los cheques de las quincenas pasadas. La nueva rutina estaba destinada a ser la experiencia más grande de mi vida, porque aquellos que poco tienen comparten todo, a diferencia de los que tienen mucho.

No obstante, el trabajo de un docente es muy absorbente y cruelmente redituado, un calvario al momento de instaurar un aprendizaje en el alumno y sobretodo requiere de una profunda vocación. Sin embargo, existen varios imbéciles usurpan la vocación a cambio de un puñado de estrellas que otorgan prestigio, normalmente el magisterio se ha sumido en una oscura sombra de corrupción y malestar social del cual cuelga de un hilo el verdadero arte de enseñar. No es raro encontrar a jóvenes en un estado total de ignorancia y analfabetismo, pues dichos profesores buscan el bien personal atacando las cabezas vacías de sus simpatizantes forzados. Es entonces cuando se confunde a la multitud cabeza hueca y se les ponen las cadenas de la esclavitud intelectual.

Con base en lo anterior, es fácil hacer este tipo de comentarios a base de mi experiencia en el campo de trabajo de mi país, basta con pararse en este tipo de sitios y razonar un poco, aunque existimos pocos hombres con el deseo de dejar de mancillar a la educación con este tipo de artimañas impuestas por la oligarquía, también resulta ser una obligación el ser un rebelde en su propio trabajo y tratar de fomentar el aprendizaje desde un punto de vista intelectual que permita velar por el bien común de nuestra gente.

Pues bien, ahora ha transcurrido el tiempo y como profesor he aprendido bastante, la etapa senil es compleja y mis manos también se han gastado por el trabajo rudimentario del campo y por una que otra cosa necesaria que ayuda a entretejer una vida modesta con Laura que nunca quiso salir de su pueblo natal, pues a pesar de los detalles y versos escritos en su honor todavía sigue enamorada de las mañanas lluviosas, de los ocasos embravecidos contra las nubes y el aroma de la humedad de la tierra.

Sentado en mi sofá y fumando mi pipa hago retrospectivas comunes vislumbrando los días añejos y recuerdo con profunda melancolía a mi abuelo con ese dicho común.

Toda acción que realizamos implica un mínimo esfuerzo y todo esfuerzo conlleva al trabajo.

Ahora puedo descansar en paz, ahora entiendo la frase.

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