Caminaba cada día hacia el trabajo siguiendo el mismo itinerario. Con un traje de chaqueta anticuado, gabardina, tacones y paraguas en primavera a juego con algunos accesorios. Se paraba ante el semáforo de la esquina y a las 8.55 giraba de manera indiscutible hacia la Biblioteca Pública donde tenía el oficio de Directora.

A las 2.30 volvía de manera invariable , pasaba por la panadería, compraba el pan y regresaba como accionada por un mecanismo superior hacia su casa, en la calle Amapolas.

Durante mi convalecencia pude seguir sus aburridos pasos desde la ventana de mi cuarto, jugar a averiguar la ropa que llevaría al día siguiente y que, indefectiblemente, variaría adecuándose perfectamente al tiempo e imaginar también quién podría ser su mejor amiga. Tentada por la necesidad de cambiar su anodina vida, una tarde lancé desde la ventana de la buhardilla un avión de papel con una nota que decía:»Adoro cada paso que me regalas», lo que supuso un cambio de costumbres en ambos pues ella apareció más espigada ,si cabe, y buscando una vía alternativa para llegar a su trabajo y yo tuve que buscar unos prismáticos para alcanzar desde mi silla de ruedas otros focos interesantes.

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