Guantes asesinos

Guantes asesinos

Eurus

18/04/2019

Petulio es un hombre de gustos refinados, no le gusta ensuciarse las manos y nunca lo ha hecho. Hace tres meses murió su viuda madre, que le pagaba las facturas, y dejó toda su fortuna a Aurelio, el jardinero con el que mantenía una aventura. Petulio quedó humillado y, por supuesto, en pañales. Tuvo que buscar trabajo.

Sin experiencia laboral, la única oferta de trabajo viable que encontró en el pueblo fue de masajista. Al lado del minúsculo local donde trabajaba estaban en obras, construyendo un moderno edificio sobre el labrado huerto que llevaban unos vecinos. Así pues, la clientela era mayoritariamente obreros llenos de sudor, que venían a quitarse los nudos del esfuerzo físico, y las yayas de los bloques cercanos en busca de un buen cotilleo. Petulio estaba viviendo una verdadera pesadilla. Cayó inmerso en una rutina de desprecio propio y repugnancia hacia sus propias manos, llegó a tal punto, que estaba indispuesto a usar sus manos en tareas mundanas de su día a día, como sujetar los cubiertos, sin llevar guantes.

Llegó verano, y los de la obra se obcecaron con tenerlo todo listo para octubre, una fantasía, pero contrataron aún más trabajadores y se pusieron en marcha. Más obreros y más calor no ayudó a Petulio, pues bajo sus guantes comenzó a formarse un líquido espeso. Él se negaba a quitarse los guantes a pesar de ser consciente de que ya no sentía lo mismo al palpar las espaldas, de hecho, ya no sentía nada.

Al principio, Petulio se preocupó sobre su salud, pero esa preocupación se esfumó rápidamente, después de darse cuenta que le haría su trabajo menos desagradable, que ya no notaría los granos, las arrugas, ni el calor que emanan esas espaldas peludas. Entonces, lo dejó estar. Y, tan tranquilo, retrasó la visita al médico el máximo tiempo posible, inconsciente de lo que estaba ocurriendo bajo los guantes.

«Todo lo bueno acaba», esa es la lección que Petulio aprendió a malas. Ya habían pasado muchas semanas desde que dejó de sentir las manos, y lo llevaba muy bien, desde la muerte de su madre, Petulio no se había sentido tan aliviado. Pero, al parecer, la situación bajo la lana oscura que las cubría ya era insostenible, en esas semanas, la mezcla de bacterias las había estado pudriendo, y no solo eso, sino que también se había estado creando una enfermedad desconocida.

Mientras Petulio liberaba tensiones de la espalda de la señora Rosario, sus manos se dieron por vencidas y cayeron sobre el cuerpo de la camilla, y empezó a salir un líquido marrón de los guantes. Petulio quedó impactado e inmóvil, abría la boca como si fuera a murmurar algo, pero no le salían palabras. La señora Rosario se quejó por el golpe repentino, y no fue hasta que notó un líquido fluir que alzó la vista para cerciorarse de la situación. Un vistazo y se topó con la cara de Petulio horrorizado mirando fijamente a sus muñones, y se dio cuenta por fin de que a él le faltaban las manos y, por su postura, los guantes cayeron al suelo. La señora Rosario pegó un grito que la dejó muda. Segundos después, Petulio cayó al suelo.

Petulio despertó en una camilla de hospital, una luz sombría y un silencio absoluto se imponían en la habitación. Retomó la consciencia lentamente y recordó lo sucedido. Levantó las manos para ver que no las había. Justo en ese momento, entró una enfermera, y Petulio dejó de perturbarse por su falta de extremidades para centrarse en ella y en su traje hermético. Antes de que la enfermera diera otro paso, Petulio echó otro vistazo a la habitación, ahora más lúcido. Estaba sellada herméticamente y había cámaras, demasiadas.

La chica del traje se quedó quieta a tres metros de la posición de él y desde la lejanía le explicó lo sucedido. Le contó que tras el desmayo fue trasladado a un hospital en ambulancia y llevado a urgencias, donde lo trataron, pero a causa del golpe contra el suelo tras caer inconsciente en su local, se originó una concusión que lo llevó al coma, y ha estado en coma cuatro días. En estos cuatro días, se ha extendido una enfermedad que pudre extremidades y es mortal, que ha infectado a más de mil habitantes en la zona y ha acabado con las vidas tanto del conductor de la ambulancia, como el ayudante y los enfermeros que lo trataron aquel día. Y piensan que se originó en sus manos, que paso a su organismo y que lo ha convertido en portador.

Petulio asintió consternado y miró al vacío por unos segundos, pensando, después levantó la vista para dirigirla a la enfermera. Entonces, sonrió. La sorpresa hizo dar unos pasos atrás a la enfermera. Él sonreía y ahora lo compaginaba con una risita infantil. Y pronunció: «Ahora no tendré que trabajar».

Efectivamente, no volvió a trabajar. No porque al ser portador no pudiera ir a lugares públicos y el dinero ya no fuera preocupación, más bien porque murió poco después de la misma enfermedad.

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