Cuando me di cuenta de que mi pareja que se había ido a Estados Unidos a probar suerte, no me enviaba dinero y me había gastado todo el mío en su viaje, empecé a buscar trabajo.

El primero y urgente que conseguí fue en una textil. Cuando llegué el primer día de trabajo sentí que todos me miraba principalmente un moreno que parecía que me desvestía con la mirada. Lo pensé dos veces: “mañana no vuelvo a este lugar, me van a violar”.

Al otro día volví con un poco de desconfianza, pero simulando ser fuerte y no tenerle miedo a nada ni a nadie, aunque por dentro estaba temblando, no soportaba las miradas de aquel hombre. Un día se me acercó, se presentó y me dio más confianza, al fín y al cabo no era tan ogro, sus palabras eran agradables e inspiraban hasta un poco de ternura, era honesto, se hacía cargo de sus respuestas y era muy sincero. Toda aquella desconfianza que sentía por él se disipó en aquella charla. Me daba confianza para ser su amiga, fue mi confidente, le conté todo sobre mi entonces pareja y me aconsejó que no siguiera a alguien que ni siquiera le importaba que no tuviera nada para comer.

Yo revisaba los paños de tejido de punto que él confeccionaba en su máquina de tejer, tenía que revisar que no hubiera puntos corridos y que tuvieran sus medidas correspondientes.

A fin de año toda empresa hace una fiesta de despedida, ésta en particular no, no porque su dueño era tan amarrete que no quería gastar de su bolsillo para darnos una fiesta. De todas maneras, no nos quedamos de brazos cruzados, los empleados pusieron dineros de sus bolsillos y juntamos plata para comprar tiras de asado y chorizos y los asamos a la parrilla, las mujeres hicimos las ensaladas, compramos bebidas y pusimos música. Nuestro jefe, que era un descarado, esperó que todo se encaminara para ir a disfrutar con nosotros, sin gastar un peso.

Era el 30 de diciembre del 2000, hacía mucho calor, el fuego de la parrilla lo acentuaba además del baile. El baile…allí fue donde yo descubrí el hombre de mi vida, era el mismo que cuando llegue en octubre casi me devoraba con la mirada, el mismo que luego me conquisto con su amistad y consejos, ese hombre, cuando bailó me enamoró. No sé si fue la cerveza, si fue que extrañaba mi pareja de Estados Unidos o la soledad, pero de inmediato quise bailar con él aquella bachata que parecía estar subiendo mi libido.

Todas querían bailar con él, pero yo sabía que él quería bailar conmigo. Sonreí y esperé a que todo se calmara. La fiesta se fue apagando, luego de que todos comieran y quedaran satisfechos, comenzaron a retirarse, pero él y yo nos íbamos quedando de forma disimulada. Cada vez que lo miraba, él me estaba mirando y yo que estaba muy desinhibida, dije como mero comentario sugerente, que iba a darme una ducha al baño de damas. Esperé a que él llegara, pero no llegó, cuando me estaba vistiendo oí que la puerta se abría y mi corazón se aceleró, lo ví entrar y cerrar con llave. – ¿ya te bañaste? -dijo- pensé que me ibas a esperar-

-bueno, puedo volver a quitarme la ropa.

-jaja no te animas a hacerlo-

– ¿y qué pasa si lo hago?

No termine de hablar cuando me tomó en sus brazos y comenzamos a besarnos desenfrenadamente, ya no recuerdo lo que pensé, solo sentí ese amor contenido que llevaba unos meses germinando para terminar en aquella ducha, aquel baño.

Ese día era un sábado 30, hasta el martes 2 de enero no nos volveríamos a ver. Aquellos días fueron eternos, porque estuve todo el tiempo pensando en él y no sabía qué pensaría de lo que había pasado.

Cuando volví el martes a trabajar, revisaba las prendas de cabeza baja y sin mirarlo, hubo una prenda en particular que no tenía las medidas exactas y tuve que consultar con él si eran correctas y él apenas me contestó. Sentía mucha vergüenza de lo que había hecho y no sabía cómo reaccionar. Cuando terminó el turno se me acercó y me dijo: “pensé todo el fin de semana en vos”. Entonces sentí un gran alivio de saber que a él le había pasado lo mismo.

Después de aquel día no dejamos de estar juntos, hacíamos horas extras para no tener que separarnos y cuando la fábrica quedaba con pocos empleados encontrábamos rincones en donde besarnos y amarnos con la complicidad de nuestros amigos que estaban felices de vernos tan enamorados.

Llegó el día en que mi pareja me envió el dinero para el pasaje y se lo tuve que decir…nadie, nunca, había llorado tanto por mí, delante de mí. Sus lágrimas mojaban las prendas que iban cayendo de su máquina sin que él hiciera nada, tocaba las prendas y miraba sin mirar y dijo: – por favor, no te vayas.

Lo medité muchos días, apenas si nos hablábamos, yo tenía miedo a herirlo y él, miedo a presionarme. Era muy angustioso trabajar así con él, sin tocarlo, sin besarlo, nadie me había tratado así antes, yo no había sentido ese amor por nadie. Cuando me quedé sola en la casa en la que había compartido con aquel mequetrefe que se fue, me di cuenta que no tenía nada que hacer allí, que debía hacer mi propia historia a pesar de estar en la ruina, debía renacer, pero en un principio sola, sin ninguna otra historia. Me mude a una piecita pequeña en el centro de la ciudad, él comenzó a visitarme después del horario del trabajo, se quedó una noche y otra y otra, y nunca más nos separamos. Allí, donde comenzó nuestro amor, en aquella textil, ya no quedan ni las cenizas, pero cada vez que paso por allí recuerdo el momento donde conocí el verdadero amor.

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS