Las maletas estaban casi prontas y el teléfono se estaba cargando. Nunca había cruzado el Atlántico. Desde hacía cinco años tenía como meta dejar el país, pero siempre aparecía una buena excusa para quedarse atada a la calidez del hogar familiar, entre quejas y autorreproches. El avión saldría en dos horas hacia Dublín. El avión cortaría en dos horas sus lazos con Montevideo. El teléfono ya cargado sonó justo a tiempo. La ropa de las maletas volvió a su lugar. El avión se iría otra vez sin ella.

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