Era de noche. Corría por el campo como cuando era pequeño. Mi fiel perro me acompañaba a mi ritmo, sin adelantarme. Llegamos a lo alto de una colina. Me agaché para acariciarlo. Me devolvió el cariño lamiéndome la cara. Los primeros rayos de sol comenzaron a alumbrarnos. Una voz me sacó de mi sueño. “¡Arriba 208! La silla te espera”. Abrieron la puerta de mi celda.

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