Tenía que hacerlo. Era una misión, la suya. Andá a saber. Todas las mañanas era lo mismo, yendo y viniendo. Hoy llovía, pero no con fuerza, sino cada vez más débil, una garúa se convertía, útil nomás para humedecer las ganas. Yendo y viniendo, desde un punto cardinal a otro, Muriel iba montado sobre una bicicleta oxidada llevando papeles. Así sin más, sólo papeles. Era jinete de un corcel apestado por el óxido, pero esto lo hacía por alguien especial. Alguien que en verdad valía la pena.La garúa continuaba, pero vestida a esta hora de llovizna. A Muriel no le gustaba del todo la llovizna, pero le ayudaba a pensar. El movimiento constante de sus piernas sobre los pedales, los mismos que lo llevarían a donde quisiera, lograrían hacer que llover no fuera triste.¨ Pensé en vos ¨ pensó en decir, pero sabía que quedaba mejor pensar ¨ Me acordé de vos ¨. Ya no sabía qué decir. ¿Qué le diría al volver? El agua se fue acentuando con el paso de los minutos, lo que de algún modo justificó el largo piloto de tela verde. Un morral de cuero que llevaba consigo se oscureció gracias a las precipitaciones nacientes. Muriel se colocó la capucha impermeable, pero ya se había mojado el rostro. Aún faltaba por llegar. Él quería llegar. Ahora bien sabía para donde se dirigía, y que debía hacer ésa sola visita. Ya el oscuro mediodía estaba entre el jinete y sus pedales, pero nadie lo sabía. La nubosidad del paisaje cubría cualquier rayo de sol. No hizo falta ni mirar cuando la lluvia se transformó en tormenta. El cielo parecía partirse en dos con cada relámpago que salía empujando las nubes. El agua que bajaba, lo hacía con enojo.Muriel siguió pedaleando, ya faltando nada para llegar a su destino. Para él no era fácil decir las cosas de frente, mediante un contacto visual, nunca le salía bien abrir su corazón o su mente a alguien más. Debía ser alguien que en verdad valiera la pena. Entonces se propuso a hacerlo de una vez. Así fue cuando el caballo fue bajando la velocidad.Tanto ir y venir fue útil. El cadete tenía un mensaje. El animal se detuvo en una casa por orden del jinete. Aquella casa ubicada en la nada rodeada de caminitos de tierra y llanuras eternas. Por eso Muriel fue y vino varias veces. Se bajó del equino con su morral. El corcel tenía todo el pelaje oscuro como el óxido que brillaba que hacía juego con el metálico gris de sus extremidades. Muriel había encontrado después de tanto tiempo la casa de su esposa, la misma que lo llamó hace unas semanas luego de haberse separado.Muriel entró y metió su mano izquierda dentro del cuero oscuro de su morral. Sacó a la luz de las velas una pila de papeles. Era un libro, el cual Muriel consiguió tras tanta búsqueda, el cual era para su hija, quién en verdad valía la pena. El mensajero le dio un obsequio en los pequeños dedos de Emilia, quién mucho adoraba, para que después los labios de Muriel se posaran sobre el oído de ella, donde se alcanza a escuchar desde lo dentro de aquella casa, desde lo callado de las llanuras, las palabras ¨ Volim te ¨ acompañadas del fuerte susurro que vino con una invisible correntada de aire, en el mismo instante en el que la tormenta guardó silencio.

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