Mi avión salía. Me esperaban 46 horas de vuelo continuado por una zona conflictiva de fuertes corrientes. Después debía embarcar en una galera de piratas modernos sin nada que perder y mucho que quitarme. Lo siguiente: caminar por un desierto sin comida, agua ni sombra. Éste desembocaba en un paso subacuático que me exigía aguantar la respiración más de diez minutos si quería aguantar también la vida. Y, por último, si no me perdía en una selva, habría llegado.

Iba hacia allí y perdí el vuelo.

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