El oficio de vivir.

El oficio de vivir.

Haakon

28/03/2017

¿Trabajo? ¿Y qué sabía él del trabajo? Él no sabía absolutamente nada sobre qué era levantarse todos los días, mecánicamente, a la misma hora y ser poseedor de una rutina y unos horarios. Desconocía qué era tener callos en las manos y unos pies doloridos. No conocía la exigencia del jefe o el apoyo del compañero. Para él los amores de oficina eran simples historias de amor esperando ser leídas.

Y a pesar de no haber vivido nada de aquello se creía bastante capaz de describirlo y contarlo. Había leído mucho y el trabajo, formando como forma parte tan sustancial de la vida de cualquier persona, siempre había tenido hueco en aquellos libros que devoraba, incluso él mismo nunca había escrito un personaje que no tuviera un duro trabajo.

Porque, ajeno como era a lo que la sociedad requiere para ser aceptado, él era escritor de oficio, aunque sin mucho beneficio. Era muy amigo del amanecer del sol, pues éste siempre le descubría escribiendo aquello que rondando en su cabeza le impedía dormir. También conocía bien el dolor que en él habitaba, lo escudriñaba y exprimía para al final acabar estampándolo de mala manera sobre el papel, a la espera de que desapareciera de su interior y así poder ordenarlo para que otros ojos lo viesen. Él era su peor jefe, su propia exigencia le machacaba día a día la mente: «No, esto no es nada bueno. No vales para escribir -se decía-, dedícate a otra cosa», terminando, en los momentos más impotentes, por romper en mil pedazos aquello que había estado creando absorto durante horas. Sin embargo conocía bien los halagos por sus letras, aunque él no les diera nunca mucha importancia. Cuando recibía un elogio como un resorte pensaba: «Claro que le gusta lo que has escrito, es tu amiga, ella nunca te haría daño», o si alguien le decía que se dedicara a ello con más ahínco, que él valía como escritor, sólo podía decirse: «¿Qué va a decir tu hermano? Pues que escribes muy bien, que te dediques a esto, ¿qué otra cosa más podría decir si no? ¡Es tu hermano!».

Era incapaz de separar en su mente el amor que sabía que ellos tenían por él de una crítica honrada. «Pero, ¿quién podría?- se preguntaba-. Sólo aquellos que se quieren creer más de lo que son». Y sin embargo no paraba de crear, de escribir y leer, pues sólo quien mucho lee bien podrá escribir.

Por otra parte el amor para él era digno de estudio, contemplación y alabanza, y comprendía bien esos amores que se formaban en el trabajo, él mismo se había llegado a enamorar de su pluma, de su cuartilla y de su biblioteca. Siempre estaba acompañado por los dos primeros y no solía alejarse mucho, ni en tiempo ni en distancia, del tercero.

Porque a pesar de todo él sí trabajaba. Largas horas eran las que se pasaba escribiendo, días enteros los que pasaba leyendo y sobre todo convivía con las luchas constantes de su mente, luchas que lo superaban y a veces ni entendía, pero que eran el germen de todas sus palabras e historias.

Para él escribir era lo único que lo aliviaba, una cura para su enfermedad; los libros le podían hacer viajar lejos, incluso desconectar del mundo, pero sólo el escribir hacía desaparecer por un momento sus fantasmas. Cuanto más escribía más se conocía, y cuanto más leía más se entendía.

Fue, de hecho, Cesare Pavese quien, en su libro «Il mestiere di vivere», le enseñó su destino. En él se vio reflejado y a partir de entonces fue siempre sabedor de cómo acabaría todo. Y eso lo tranquilizaba, saberse poseedor de su propia vida. Ya la soledad no lo apabullaba, incluso la buscaba, pues sabía que en ella podía sacar lo mejor de sí, su ser más sincero.

Su insomnio, su soledad, la inseguridad con su arte: todo fruto de sus más dolorosos demonios, y sin todo ello él nunca hubiera escrito nada, al menos nada bello digno de ser leído. Su maldición era la bendición de aquellos pocos que conseguían ver su trabajo. Una cosa no podía existir sin la otra.

No, él nunca había tenido un contrato, nunca había manejado un negocio ni había vendido nada. Pero sí, él había trabajado toda su vida, y lo había hecho en uno de los trabajos más duros y difíciles. Él era escritor.

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS