… Vamos, aún fal …

… Vamos, aún fal …

Nhaudy Guerrero

20/03/2019

– Cuatro de la mañana.

– Un nuevo día comienza.

– Mejor me levantó, ya es tarde…

Me encuentro solo, de nuevo en mi habitación. Listo para comenzar el trabajo que muchos añoran tener. Bueno, eso dicen; porque estoy mintiendo, no es así. Nadie quiere pasar todo su día de trabajo a simple intemperie, seguir en el camino que a poco se construye bajo la lluvia, truenos y tormentas. Y aunque el sol me acompañe, no es grata su presencia, mi color de piel no es aquella que hace dos meses poseía, ahora su color natural es una hermosa tonalidad café. Manos inquebrantables, insensibles e inmunes a cualquier situación que se presente, el trabajo las ha moldeado, no sienten frío y el calor hace mucho tiempo que no han de percibirlo.

Mis manos reflejan el camino que llevo recorrido, son mi carta de presentación ante cualquier “oferta de trabajo”. Se tanto, que a su vez, no tengo idea de todo lo que hago. Mis brazos, algo fuertes y sus venas están por fuera de su línea, su caudal; a causa de la fuerza y brutalidad con la que rozan a diario, son vistas como raíces que brotan del subsuelo, llevando en su torrente vida absoluta a todo mi cuerpo. Mi pecho abierto, con el corazón un poco estropeado. Y no porque el amor no haya llegado, pues claro que le conozco, solo que se encuentra al otro lado del mundo. Lloro su ausencia, sus besos y sus caricias. Su piel es quien me daba consuelo, y como no la tengo me siento vacío sin nada que contar, mi felicidad la he ocultado de mi rostro, porque ella está con aquellos a los que un día les prometí regresar.

Mi espalda, amante del deber, siempre un hombro para cargar y otro para gemir. Mis piernas aunque delgadas, soportan todo el peso de mi carga, no le es suficiente con la que tienen, por eso busca intrépidamente un peso extra, que contrarreste lo liviano de mi andar. Nunca decir no, eso me inculcó una bella dama, la cual sueño a diario, y es su canto el que habitualmente me levanta, yo le llamo por su nombre; ella es mi querida madre. Por eso; es la obsesión con decir sí a todo, menos a lo que quiero, con miedo a lo que digan, por mi cambio de opinión, porque desde ahora, desde mi respuesta puedo optar a ser el malo.

Llevo 12 horas bajo el sol, aún no termino mi trabajo. ¡Que rápido paso el tiempo! ¿No? Así es mi vida. La mañana, la aurora es lenta. Por la tarde la estancia se hace constante. Y el anochecer es un abrir y cerrar de ojos, pues luego de comer, se debe dormir, cuando consigo devolver el sueño a mi cuerpo, mi mente ya escucha a lo largo del pasillo el sonido del gallo, aquel que en pocos minutos hará que mis oídos quieran ensordecerse, pero no funciona; así que de nuevo a trabajar. Una rutina, poco admirable. Levantarse, comer, trabajar, trabajar, dormir y sencillamente volver al trabajo. No físico, sino mental.

La mente no descansa y perturba mi tranquilidad. Por ello trato de no pensar, así mi noche se hace larga, aunque sea todo lo contrario. Mi vida es un juego, al que no se le agota el tiempo. Pues aún no soy reemplazable. Cuando llegue mi momento, habré perdido lo más importante, los ojos de mi madre. Y lo que una vez me dijo cuándo nos separamos: “La familia es lo primero, el trabajo va y viene, porque eres una pieza; no el rompecabezas” Sabias palabras en los labios de la mujer que dio vida a este hombre, que hoy está por fin escribiendo lo poco que en su vida le sucede, no puedo seguir con la historia; porque ya deben intuir lo que voy hacer. ¡Cierto! Descansar, para empezar un bonito día por la mañana, mejor dicho por la madrugada. Donde exactamente a las cuatro, es donde mis labios agradecen enormemente lo que hoy se logrará.

Y si no es así, igual me queda agradecer, porque todo no es para siempre.

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