Acaricia la madera con los ojos cerrados. Las imágenes desfilan tímidas, silenciosas, acunadas bajo sus párpados. Un haz de luz atrevido suspendido entre las cortinas envejecidas espia la escena. Sin pestañear, Juan recorre la mesa de carpintero. Busca lápiz y papel. La magia desciende desde su mente hacia su pecho, y desde el corazón un flujo irrefrenable de trazos se convierte en formas borrosas al principio, en nítidos contornos al final. Nada detiene la fantasía y su impulso creador. La encina, álamo o roble subyacen sumisos al aliento generoso de su alma. La sierra, el sinfín, la lija, el martillo, sucumben ante sus manos hacedoras. Las piezas se unen al unísono mientras una música lejana acompaña el ritmo del golpeteo tenaz de cada herramienta sobre la madera. De pronto, una pincelada allí, otra más allá y el arcoíris abre paso a la cebra, el caballo, el elefante, el auto, el avión. La sortija está lista.Risas. Él escucha a los niños. Sonríe feliz el calesitero.
OPINIONES Y COMENTARIOS