Y si un día pasa un tranvía… ¿te subís?

Y si un día pasa un tranvía… ¿te subís?

Eva Braum

19/03/2019

Llegue hace poco Buenos Aires es muy grande y deseo conocerla hasta sus entrañas, sin embargo creo que ni sus propios habitantes llegan a tanto.

Vivo en José Bonifacio y Emilio mitre, en una casa de dos plantas que en el pasado era para una familia numerosa, ahora convertida en mono ambientes que alojan a inquilinos de ocasión.

Esta mañana, al descender por las escaleras tope con un señor un tanto mayor, a juzgar por su bastón, al cual saludé solo por corrección y salí con bastante prisa (no tengo idea quien me apuraba).

Cuando me encontré en la esquina se me fue la prisa, me invadió un sentimiento de soledad y desconcierto que derribo todo lo planeado que tenia para este día.

No sé cuánto tiempo quedé en esa esquina petrificado como si fuese una estatua viviente, no lo recuerdo muy bien, solo sé que en un instante comencé a escuchar una bocina afónica, alguien me tomó del brazo y me arrastro un poco mientras decía:

– Ahora debes estar apurado. Vamos! se nos va el tranvía.

En ese mismo instante, apareció un tren que se detuvo frente a nosotros y subimos. El que me invito a hacerlo es Roberto, el viejo sin agilidad que había cruzado en el hall de casa.

Al subir nos recibió el motorman: me saludo con una palmadita en el hombro y al grito de:

-Bienvenido!

Mientras que a mi nuevo amigo, le dio un gran apretón de manos sin mediar palabra, solo una sonrisa enorme.

Definitivamente, no sabía en qué locura estaba sumergido pero me agradaba la idea de saber de qué se trataba. El tranvía estaba vacío, éramos sus únicos pasajeros y aproveche a sentarme en el primer asiento, me gustaba hacerlo de niño y hoy volví a sentir esa necesidad.

La bocina sonó y comenzamos a andar, al grito de:

-Todos a bordo!!! (que emitió su capitán con gran fulgor)

El viejo transporte se puso en marcha mezclándose en el transito actual, ese mismo que antes me había paralizado ahora lo enfrentábamos. El tranvía se desplazaba por sus vías y se entrometía como si fuese un gran gigante a quien todos debían respetar.

Roberto seguía sentado a mi lado sin pronunciar palabra, miraba fijo hacia el frente supervisando las maniobras del conductor. Mi maldita lengua me traicionó y no pude aguantar más, saque tema de conversación:

-Roberto, no?

-Yo soy su vecino, hace unos días llegue del interior para establecerme en esta gran ciudad. Me habían dicho que era grande, ahora lo creo… nadie exageró.

Sin respuesta, ni una mueca. Aguarde un ratito, retome la conversación (o el monólogo)

-Usted parece una persona reservada.

Comenté al pasar pero él nada acotó.

-De donde vengo nunca hubo tren, mucho menos tranvía. Solo lo conocemos por foto. Mi mamá se va a emocionar cuando le diga que viaje en uno de estos.

El silencio continuo, no sabía adónde nos dirigíamos, solo tenía claro que estaba en un transporte público sin público, obsoleto y fuera de la rutina diaria.

Me acomode en la butaca para observar por la ventana, al doblar en la esquina como por arte de magia el transito desapareció. También hubo un cambio en el color de la atmósfera: se veía todo más claro, el ritmo más lento y el sonido de la locomotora era la música de la escena.

Luego de unas cuadras, Roberto se acomodó en el asiento y por fin habló:

-Me contó el encargado que llegaste hace unos días y como regalo de bienvenida quería que conozcas el barrio. De paso, me acompañas a hacer una diligencia.

– Muchas gracias! Me siento honrado. Por favor, cuénteme que es lo que vemos o hacia dónde vamos.

Roberto, alzo su bastón y lo uso cual puntero para describir el paisaje. En cada cuadra había una historia: algunas personales, otras robadas y las que trascendieron de la mano de los famosos que allí vivieron.

Esta vez mi lengua se mantuvo quietita estaba anonadada, no podía emitir sonido. Conocí la historia desde adentro: las varias mudanzas de la veleta de latón que dio nombre al barrio, las esculturas de Perlotti y algunos recuerdos de Roberto.

El resto del viaje continúo en silencio, yo deseaba haber tenido una cámara para registrar todo, por el contrario tuve que conformarme con la memoria de mi retina.

Cuando llegamos al encuentro de cinco esquinas, el motorman disminuyo la velocidad y se detuvo. Miró hacia atrás y le sonrió a Roberto. Él bajo con dificultad, cruzó la calle y se posiciono frente a un buzón rojo, saco de la solapa del saco una carta y la deposito asegurándose que ingrese en forma correcta.

Giro sobre su eje, miro a una muchacha que sonreía tras el vidrio, mientras regresaba al transporte.

Voltee mi cabeza, buscando la mirada del chofer y en ella una explicación:

-La que lee es Rosaura, el amor entre ellos se vio interrumpido hace unos 10 años. Roberto todas las semanas le trae una carta y se la envía por el buzón.

-Esa muchacha esta allí! ¿no la ve como la vemos nosotros?

-Niño, no hay nadie ahí, no estás entendiendo.

-La verdad que no! (dije en tono enojado y baje a enfrentarme con esta tal Rosaura)

Cruce la calle y me dirigí al bar. Ingrese con la furia de no entender que impedía que ellos dos se hablen.

El cascabel de la puerta anuncio mi ingreso, el mozo detrás de la barra me miro asombrado, pero mi cara de desconcierto superó todo.

Ella no estaba, el rostro que se reflejaba tras el vidrio no existía. No lo comprendía, estaba desencajado, peor que cuando había quedado paralizado frente al tránsito más temprano. De pronto una voz susurro:

-El viejo buzón es mágico, ¿quiere un café?

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