Lo vi venir al “Pulga” Garay a una cuadra y media del bar “Los Inmortales”, cuando lo descubrí como una especie de mancha flaca de humedad que transitaba silenciosa absorbida por la pared del mercado Central y se mimetizaba con los colores. Ese andar etéreo hendió el aire cuando su brazo derecho estiró la mano que entró y salió con premio del bolso medio abierto de una señora que acababa de sacar un celular, entonces el cuerpo fluyó del muro siguió con un paso apurado que sin ser carrera parecía en cámara lenta porque nada ni nadie se alteró,llegó a la esquina saltó a la calle mientras que con un pase de faja el monedero vacío desapareció en la boca de tormenta, corrió en diagonal para ganarle a los autos autorizados por el verde que debieron respetar los límites de sus motores antes que al hombre y llegó a la mitad de la manzana del bar “Los Inmortales” justo a tiempo para subir a un colectivo que ya carreteaba. Antes de desvanecerse me vio a mi parado en la vereda del bar, siguió otra vez disimulado por los ladrillos y vigilando a los vigilantes, inadvertido se vino.
El “Pulga” hace lo que hace desde siempre y cada vez mejor. Su verdadero nombre es Leonardo en honor a Da Vinci y él, en lo suyo, es un artista. Fue un prometedor wing derecho de los años setenta, malogrado porque le tiraban más los vicios.
Cuando se me acercó, por el jadeo supe que le pesaban los años. Ya no estaba para esos trotes pero las oportunidades y las costumbres no se pierden. Lo deje entrar primero al bar después que pispió que la gorda seguía hablando sola, para permitirle que eligiera la mesa y la silla que quisiera, y como siempre se apropió de la que estaba al lado de la ventana abierta y ocupó el asiento desde donde podía ver la puerta principal y que, un tanto retrasado, lo ocultaba tras el marco. Respiraba mal y nervioso. <<hey. está="" todo="" bien.="" tranquilo.="" y…="" ¿rindió?="" >>. Pregunté. <>. Me dijo.
Leonardo, Leo, el “Pulga” fue mi compañero en la primaria, hasta que por ser el mayor de seis hermanos tuvo que salir a trabajar. Eran épocas en las que cuando el hambre acorralaba todo lo demás debía esperar. No duro mucho en la construcción por su cuerpo chico de pocas fuerzas, pero por ser rápido y estar siempre alerta se ladeó para el hurto. El hurto sano, jamás un arma, ni siquiera una birome. ¿Para que llevaría una birome si el pobre sabía escribir nada más que su nombre?
Sentado frente a mí lo vi resbalar despacito en la silla hasta quedar con la barba a la altura de la mesa y oculto de los demás. Supuse que alguien abrió la puerta grande porque no despegó sus ojos de ella. Me di vuelta y vi que entraban la vieja que hablaba por el celular, el gordo Medina quiosquero y diariero de la esquina y dos policías uno femenino y otro masculino, y se voltearon hacia la mesa nuestra. Rápido le dije al “Pulga” que volara y el, que sabía lo que inventaba y era el mejor tiempista, esperó que el cuarteto se adentrara hasta unos tres metros de donde estábamos nosotros, y fue cuando se zambulló rumbo a la vereda por la ventana abierta, sabiendo que los agentes deberían perder tiempo retrocediendo hasta la puerta mientras que el ya corría y se largaba a cruzar la calle esperando que los conductores frenen. Pero no. La trompa de un ómnibus que no lo vio, lo calzó justo en la espalda cuando el “Pulga” saltó para esquivarlo y voló desarticulado como un muñeco roto, cayendo diez metros más adelante en el medio de la calle que comenzó a teñirse de rojo. Y así murió como vivió, audaz desafiando el transito. La Señora Policía me pidió que la acompañe a declarar y todo lo que le dije fue lo que paso Señor Comisario.
Disculpe mi tristeza pero me siento un poco culpable de lo que le ocurrió a mi amigo, porque si no me hubiera visto se habría ido en el colectivo,… pero también el maricón del gordo Medina se podría haber callado la boca, porque aunque el “Pulga” algunas veces le robó revistas, golosinas, hasta algunos pesos y lo tenía de punto, no era necesario que hiciera el inmenso escándalo que armó y que provocó la muerte del “Pulga”.
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