Ulises salió con su bufanda, su sombrero y su abrigo a enfrentar las cárceles de agua de la Avenida Ursúa. Debía como todos aquellos proletarios, hijos de la nada y del destino, mojar sus penas para llegar al trabajo. Era como hace cien años, como su abuelo y su padre, el paraguas de los días, el temblor transparente del capitalismo y la esclavitud de los corazones colmados del color de la niebla.

Simplemente tocaba llevar en la espalda el tono de la desesperanza, así se dijo a sí mismo.

Ulises se detuvo un momento en el Hotel Ursúa, debía hacer el mismo pálido ritual de siempre, recibir un café expreso servido amablemente por Homero, su eterno amigo de la infancia a quien ya el cabello se le había llenado del germen blanco, turbio y silencioso de la madurez. Homero lo actualizaba absolutamente en todo lo concerniente a política y fútbol, también había sido su cuñado, también lo consoló con el hombro y la fuente de su sincero abrazo cuando enterraron a Gina y a su primogénito en el cementerio Ursúa, también era quien le prestaba libros esotéricos y su compañero de caminata en el Parque Ursúa.

Simplemente será el único que me extrañará, temporalmente claro, así se dijo a sí mismo.

Ulises de nuevo en la calle y rumbo a la labor, por primera vez en toda su vida sintió que se le iban de las manos la emoción de las horas, que desnudaba por única vez los segundos a cada paso, sintió la pulsión de las sombras cotidianas y la repulsión por los sitios de siempre: El fastidio por la carnicería Ursúa, la desidia por la panadería Ursúa y el desprecio total por el supermercado Ursúa.

Simplemente son las orillas del alma que se rebelan, así se dijo a sí mismo.

Ulises llega al sitio de su humillación, ha dejado de llover y salen las luces de un sol mortecino, que hablan con su difusa sombra y le recuerdan que no hay pisadas más pletóricas de libertad que esas pisadas que conducen hacía uno mismo, hacía el océano de calladas aguas donde naufraga la memoria, el recuerdo de su padre trabajando en el «Banco Ursúa» y Ulises mirándolo con la migración inocente de la infancia, el mismo sempiterno retorno que el viejo Aquiles -su padre- hizo con su abuelo observándolo desde la misma entrada, hace unas décadas. Al respecto, los libros esotéricos de Homero tienen razón: ¡Hay que actuar!

Simplemente son las abismales sílabas, los débiles coros de los oprimidos, las páginas huecas de nuestras vidas resumidas en la mazmorra del tiempo. Todo se soluciona con una mirada hacía mi jefe, el gerente del Banco Ursúa, así se dijo a sí mismo.

Ulises no se quitó su bufanda, tampoco su sombrero, ni mucho menos su abrigo. Por primera vez en quince años no saludó a nadie y se dirigió raudo como alas de ángel, hacia la oficina del Gerente y dueño del Banco Ursúa, el mismísimo Pedro de Ursúa XX, descendiente directo del fundador de la ciudad, el homenajeado y bienquerido conquistador y colonizador Pedro de Ursúa. Era el momento justo de aplicar la dignidad y las artes de expresión aprendidas en los libros de esoterismo de Homero, porque la gloria y la historia son manjar para los atrevidos.

La fuerza con que Ulises pisó, llegó y abrió la puerta del Gerente siempre será recordada por los funcionarios del Banco, él lo sabía. Luego se escucharon murmullos y todo el mundo siguió en lo suyo. Ulises miró fijamente y de manera pétrea a Pedro de Ursúa XX. Le agradeció la confianza por tener acceso a todas las dependencias del lugar incluyendo la bóveda de seguridad. Pero le hizo entender a su jefe la justa medida de vivir en lo oscuro, el diámetro que posee el fracaso y a la vez el irreal misterio de sus vidas; su abuelo cuarenta años al servicio del abuelo Ursúa y su padre Aquiles treinta años en igual forma al mando de su señor padre, dueño del pueblo y dueño de los homenajes al igual que el fundador, y debido a eso se iría para siempre de aquellos dominios infernales y mercantilistas, para convertirse en el Dios del Instante, y ser recordado por siempre, al igual que el primer Pedro de Ursúa.

Dicho esto, no cabe duda que todos recordarán hasta su hora última aquella figura que salió corriendo dentro del banco con su bufanda, su sombrero y su abrigo, derribando como loco todos los escritorios, destruyendo equipos e impresoras, noqueando de un gancho de izquierda al vigilante del banco y cruzando la calle para situarse en el extremo del puente Ursúa, donde sin mediar palabra y sin importar los gritos de sus compañeros de despacho, mantendría en vilo y paralizado a todo el pueblo por tres largas horas hasta el inevitable salto al vacío. Esa cadencia líquida de tiempo, se olvidó totalmente cuando en el fondo del abismo y en la ribera del río Ursúa encontraron el cadáver reventado del Gerente Pedro de Ursúa XX. Y el desconcierto fue aún mayor al encontrar la bóveda del Banco vacía y el circuito de cámaras de seguridad averiado.

Simplemente son los libros esotéricos de Homero, libros mal definidos por él mismo, son en realidad compendios prácticos sobre «Hipnotismo». Lo dicho, todo se solucionó con una mirada hacia mi jefe el Gerente del Banco Ursúa; ambos escapamos, ambos hicimos historia, así se dijo a sí mismo el extraño y genial Ulises.

Se anexa la última vez que vieron a Ulises (esquina derecha de la foto), un año después del robo y el suicidio. Estaba en el carnaval de Río con Homero a quien sólo se le ve parte de la cabeza y unas gafas negras, al lado de su amigo. De momento es la única prueba que tiene la policía local de Ursúa.

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS