Me alegro. No me siento orgullosa del sentimiento, pero es lo que hay. Mírala, por primera vez parece humana. Parece que esos ojos azul, lago en calma, esconden vida.

Que tenga que pasar esto para que ella demostrara algo de espontaneidad me reafirma. ¡Qué coño! Si es que siempre nos mantuvo a raya y nos miró con esos ojos muertos. ¿A cuento de qué se sentirá tan superior? Uff, quizás de la manicura. Madre mía. No me debería pintar las uñas de rojo. Mejor escondo la mano antes de que Daniel la vea. Tiene razón, la manicura roja no me dura nada. Quizás es por eso que ella me mira por encima del hombro, porque yo limpio mi casa, a veces. Sí, puede ser. O porque soy latina y morena. La xenofobia quizás se oculta detrás de esas canicas frías. Es factible, pero entonces la vasca y el danés ¿qué?

Luis, amigo, deja de recorrer el pasillo de arriba para abajo que lo vas a gastar. Ya la cagaste. Ya se te soltó de la mano. Ahora toca esperar el veredicto del médico. Eso, mejor. Ve y abraza a la rancia de tu mujercita. Si es que hacen buena pareja, joder. Sobre todo desde que fuiste ascendiendo en la escalera laboral. Ella encaja perfecto como maruja de directivo, con esa chaquetita beige y acolchada de Burberry’s.

Ahora, no paro de preguntarme, ¿por qué nunca le hemos gustado? Si tenemos el mismo MBA pijo que su maridito y también trabajamos en multinacionales. Cierto que no somos tan inteligentes como Luis, no me engaño, pero somos mucho más guapos y sin aquel afán desmedido por el reconocimiento exterior. Quizás sea por eso, porque no nos importa mojarnos bajo la lluvia o porque si perdemos un avión a Bruselas, como aquella vez, nos reímos y nos vamos a un bar. No pasa nada. Para eso estudiamos, para no morirnos de angustia por perder setenta pavos de un vuelo Ryanair.

Menos mal que Daniel no me escucha, porque seguro diría que me lo invento, pero no me paso películas, no señor. Yo recuerdo bien clarito cuando ella le dijo a Luis, años atrás, “si no fuera porque son tus amigos”. Sí, ya. Si no fuera por sus amigos no te habrías mojado corriendo por la calle Hermosilla para llegar hasta Príncipe de Vergara, pero nosotros no inventamos la lluvia. Además, es solo agua joder. Esa vez, se confirmaron mis sospechas, aunque lleva años endulzando nuestros encuentros con sonrisitas y silencios.

Igual que el día de la boda. Madre mía. Seguro que ella pensaba que nos hacía un gran favor por invitarnos al casino de Madrid. Como si nosotros, con nuestros trajes de Hermenegildo Zegna y de Jesús del Pozo, no pudiésemos obtener otra forma de entrar en semejante recinto.

Ahí viene un médico ¿Es el pediatra? No, pasa de largo, mierda. La espera no mola y se me está pasando el efecto del vino. Y eso que no escatimamos en botellas durante la comida. Como siempre, se nos fue la mano. Lo del paseo por la calle Hermosilla hasta llegar a Príncipe de Vergara no parecía mala idea. Ahora que estamos más viejos y casados y con niños, no podemos terminar potando detrás de los basureros como en aquellos tiempos, cuando nos mojábamos bajo la lluvia. Ahora, toca caminar y recordar. La amistad de ahora se sostiene en esos recuerdos. Eso y el cariño. Los de ahora somos otros: si hasta parecemos civilizados, todos emparejaditos y con los niños colgando de las manos… hasta que se sueltan.

La niñita que llevaba las arras en la boda iba tan modosita, ahí con su pamelita. Cuánto la habrán entrenado. Pobre cría. El resto todos circunspectos, por norma parecemos gente decente hasta que abre la barra libre. Ese día, estábamos listos para las páginas de sociales del periódico, aunque me parece que nunca salimos. Listos para la pose. Si hay que posar, se posa. Ella, sobre todo. Ella y su traje de boda rancio. Ni siquiera ese día vi brillar los ojos azules, que va. Incluso ese día la vi cómo me miraba por encima del hombro. Yo, con mi vestido de seda salvaje color plata, palabra de honor, y con mis pendientes de platino. Yo, con el cubre cuello de zorro que me dejó mi madre adoptiva. Yo, con Daniel, trader de bonos muy CFA, llegué a la conclusión de que nunca habría nada suficiente para ella, qué cosa.

Ahora sí, parece que éste es el pediatra.

—La niña está bien. No hay daños de ningún tipo. Se ve que el coche frenó a tiempo.

Bueno, tanto como que frenó… el coche la atropelló. Los médicos tienen una forma muy peculiar de evaluar la situación.

Uy, cuidado que viene. Las canicas azules me sonríen. Por Dios, qué me irá a decir…

—Gracias por gritar. Tuviste muy buenos reflejos.

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