No sé dónde estaba. Hasta que de repente sentí el abrazo de la realidad que me trajo del más fugaz de los viajes, de allá hasta mi cama. Ese maldito repitiéndose todas la noches, acabando en las mañanas. Tan repentino que no me deja traer mucho, solo una mochila llena de angustia. Sin embargo amo hablar de ese pasaje sueño-realidad porque es lo más cercano a la muerte que siento, tan solemne, tan fantástico y real. Tal vez cuando muera estaré ahí para siempre, o tal vez, nunca volveré a verlo.

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