Eran pequeños impulsores anti gravedad individuales, de forma cónica y alargada. Cada ciudadano adulto tenía una.
Para muchos eran de mal agüero, ya que fueron diseñadas con un solo fin: Escapar de la tierra en caso de desastre.
Allá en lo alto, orbitando, un planetoide artificial de mil kilómetros de diámetro, lleno de agujeros de atraque las esperaba.
Y llegó el final de los tiempos. El mundo se quedó sin aire de repente, apenas pude escapar. Pero solo somos diez hombres aquí arriba.
III El viaje que aún no he hecho
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