Nos acercamos a Alex Saum, quien es parte muy activa del Berkeley Center for the New Media, creadora de literatura electrónica y profesora de literatura española en la Universidad de Berkeley, para desarrollar un diálogo en torno a la escritura digital y la enseñanza de la creación. Amén de otras obras, Alex ha publicado recientemente un estudio especializado –#Postweb! Crear con la máquina y en la red, Editorial Iberoamericana Vervuert, 2018–, que la ratifica como investigadora de vanguardia en el agitado y permanentemente mutable ámbito de la experimentación literaria online.
El intercambio tendrá esta vez un formato de correspondencia. Iremos difundiéndolo según se vayan recibiendo las intervenciones de cada lado. Alex se ha mostrado interesada en usar las funcionalidades del editor de textos del club para escribir las suyas.
Primera intervención- Ramón Cañelles
Me gustaría, Alex, comenzar nuestro diálogo centrando primero el territorio que me gustaría que recorriese nuestro intercambio. No estoy seguro de si, a grandes rasgos, estaremos de acuerdo en lo sustancial de lo que expondré en esta introducción. De no ser así, ya nos aclararías en tu intervención las discrepancias o matices que deseases establecer.
Cuando, hace unos años, con la vista puesta en el inmenso colectivo de las personas que les gusta escribir –solo en nuestro club de escritura Fuentetaja se dan cita más de 90.000– así como en el numeroso colectivo de docentes de lengua y literatura, nos planteamos en la Fundación Escritura(s) la necesidad de tratar de alimentar el debate de lo que le estaba ocurriendo a la literatura y a los escritores en relación con la espectacular transformación que en todos los ámbitos de la vida cotidiana, social y laboral venía imponiendo el desarrollo en cadena imparable de nuevas herramientas y escenarios digitales, partíamos de dos premisas básicas.
Por una parte, nos parecía cada vez más claro que cualquier escritor que utiliza un ordenador para escribir y hace uso de las funciones que este le ofrece más allá del mero tecleo –nos referimos a ese tecleo equiparable al de una máquina de escribir tradicional analógica–, es decir cuando un escritor hace cosas tan comunes hoy como cortar y pegar un fragmento de texto para cambiarlo de lugar o trasladarlo a otro escrito, cuando rastrea online documentación para su escritura, no digamos ya cuando incluye un hiperenlace o difunde el resultado de su escritura directamente online (por mail, blog, web propia, prensa online, ebook, apps de Facebook, Twitter, Instagram, etc…), ese escritor ya ha pasado a una nueva categoría donde podría ser descrito como un “escritor digital”. Es decir, algo tan común desde hace ya bastantes años como escribir con una pantalla delante, no digamos ya para ser leídos también en una pantalla, suponía a nuestro juicio el claro inicio de un cambio de paradigma. Ante el cual creíamos percibir en el ámbito específico de los profesionales de la práctica literaria, aunque no solo, una resistencia a su aceptación. Como si el objetivo prioritario de la difusión en el papel, que en general prima aún hasta hoy en quienes se ganan la vida con la escritura de creación, estuviese cegando el hecho de que el papel en realidad cada vez tenía menos presencia en el propio origen de la escritura. Y, de hecho, de forma creciente hasta hoy, cada vez menos en su difusión; por ejemplo, entre los escritores y escritoras que escriben ficción o no ficción para la prensa, el desequilibrio entre el porcentaje de lectores en ediciones digitales frente al muy inferior porcentaje de los que leen esos textos en ediciones en papel es arrollador, como ya quedó de sobra expuesto en la operación robot que desencadenamos a partir de un artículo de Marta Sanz en el diario El País en agosto de 2017 —las entrevistas a numerosos escritores y responsables de medios que formaron la operación completa, se encuentran recogidas en la página de este club bajo el título genérico «¿A dónde va la escritura digital?». Esa resistencia, sin embargo, no sería obstáculo para que siguiesen sumándose cada vez más herramientas y usos digitales que es de suponer que han seguido transformando en profundidad ya no solo el método de trabajo del escritor, quizás incluso la forma de pensar su escritura, su propia sustancia.
Las consecuencias de todo eso serían inmensas, sobre todo porque, como demuestra el paso del tiempo, efectivamente no cesan de surgir nuevas posibilidades, usos, hábitos y herramientas de escritura de las que la gente se apropia con una naturalidad y creatividad pasmosas. Y que los escritores poco a poco, mal que bien, quizás en muchos casos sin ser del todo conscientes, incorporan como nuevos hábitos de su oficio.
La otra premisa de partida para iniciar un ciclo de reflexiones e intercambios del que este diálogo contigo aún es parte, tenía que ver con las pantallas en sí, a las que desde hace años nosotros nos referimos como “páginas de luz” (sin descuidar que también lo son de sonido). Y al hacerlo tratábamos de recordar que la luz es el material propio de tres artes que históricamente se habían ido desarrollando por caminos independientes a la escritura digamos literaria. Tres artes con fuertes relaciones de parentesco: la pintura primero, la fotografía después y, arte híbrido y altamente tecnológico por definición, el cine –viniendo de la mano no mucho después su hija bastarda, la televisión, esa “caja tonta” de la que tantos intelectuales desconfiaron y que inspiraría más adelante el formato de esos otros objetos críticos para esta historia, los ordenadores; aunque habría que aclarar que la televisión ha sido definida más como un flujo, imposible de detener, lo que la ha excluido de consideraciones que la otorguen el posible valor propio de un arte.
El ordenador, ya se trate de un moderno celular, una tableta o un laptop/portátil, sería más bien y por su parte, y esta es una definición aquí improvisada, un inconmensurable cúmulo ubicuo: un objeto que lo contiene todo desde cualquier sitio, aparentemente también incompatible con una consideración que permitiese hacerlo compatible con la definición de un arte que lo tenga como origen y explicación. La pantalla, a diferencia de la del cine (tan impotente frente a todo esto que ahora desarrollo como la página de papel), al ser en realidad un contenedor potencialmente infinito capaz de atraer contenidos desde orígenes igualmente ilimitados, al menos en apariencia –aunque nadie se haya puesto a medirlo, seguro que hay algún matemático capaz de calcular el número un millón de veces multitrillonario de los orígenes posibles de lo que en potencia puede entregarnos hoy una misma pantalla conectada a internet, sin importar en que lugar se ubicase. Yo te escribo en una pantalla en el despacho de mi casa en Brooklyn, tú desde la tuya en Berkeley al otro lado de Estados Unidos, pero todo parece estar ocurriendo en el mismo sitio visto desde el punto de vista de la pantalla. Todo aparece y desaparece de ella con la misma facilidad. Al contrario que en el papel, en la pantalla el texto se hace etéreo, está pero no es.
De un tiempo a esta parte, tratamos de descifrar cómo afecta todo esto hoy a la escritura, ya sea en el nivel de la expresión y comunicación cotidiana y popular –la conversación telefónica ha sido sustituida de forma fulgurante por un aluvión cotidiano de textos multi-registro en los que se combinan todo tipo de recursos expresivos (texto con palabras, fotos , vídeos, gifs, emoticones, stickers, etc.) del que por ejemplo Whatsapp (tan popular en España, donde lo usa cerca del 90% de la población), no es más que una más de las interfaces a través de las que se canaliza y organiza esta nueva era de hiper-multi-textualidad –, ya sea en la práctica creadora de intencionalidad artística.
En este contexto, la primera cuestión que quisiera abordar contigo es cómo observas tú al gremio tradicional de los escritores frente a las transformaciones que sus herramientas y métodos de trabajo vienen operando en su profesión. Si detectas, y en qué medida, esa suerte de resistencia a aceptar que la naturaleza de la escritura literaria se está viendo transformada por nuevos retos y posibilidades –por medio de la hibridación con otros registros y modos de lenguaje, por ejemplo– y que las fronteras entre los géneros, los registros y los medios de difusión se están viendo tan profundamente transformadas que ya nada podría volver a ser igual. En relación con esto, también me interesaría mucho que nos aclarases si al respecto sientes una diferencia reseñable entre el mundo de los escritores y aficionados a escribir cuyas vidas transcurren en las proximidades del área en que resides –Berkeley, San Francisco, Silicon Valley– y en España.
Segunda intervención- Alex Saum
Antes de responder a tus preguntas, Ramón, me gustaría comenzar con una breve aclaración acerca de la necesidad de hablar sobre la relación entre la escritura y la tecnología (digital o no), que es algo tan complejo como inevitable puesto que para escribir siempre hemos requerido de tecnología. El paso de la oralidad al soporte escrito (sea éste el que sea) así lo implica: escribir es un acto tecnológico, no hay escapatoria. Los soportes, sin embargo, han ido cambiando con el tiempo y con ellos, a su vez, el medio en el que circulan sus textos, así como el resto de tecnologías que se necesitan para su creación y distribución. Todos estos factores (soporte, herramientas de creación, contenido textual, distribución, convenciones de escritura, recepción y lectura, etc.) constituyen el medio literario. «Medio» no significa «aparato» ni «objeto» (ya sea ordenador o libro), por tanto, es algo mucho más amplio que incluye elementos materiales y prácticas y convenciones inmateriales. Es por esto que la escritura jamás funciona de manera aislada de su medio, ni su creación es ex nihilo. Comprender esto es esencial y, si no, recordemos tan sólo brevemente la importancia de la imprenta en la creación del imaginario moderno (moderno en el sentido de la Modernidad), por ejemplo, y la relación inseparable que existe entre la evolución de la imprenta, sus canales de distribución y la forma misma de los géneros literarios que se han venido imprimiendo: entre ellos destacaríamos el paso de los folletines a la consagración de la novela como género impreso paradigmático y, de ahí, su circulación en cuerpo de libro, me imagino.
Hago esta breve aclaración para empezar a desentrañar un poco la maraña que existe dentro del medio digital que nos interesa, para hablar con la propiedad necesaria de la llamada «escritura digital». A mi modo de ver, habría que hacer una diferencia importante entre escritura «digitalizada» y escritura «digital» propiamente dicha. Dentro del campo literario y periodístico hay mucho de la primera y, en realidad, es más bien irrelevante. De la segunda, que es la verdaderamente interesante, hay menos desgraciadamente. Pero vayamos por partes.
Hablemos primero de esta escritura que yo voy a llamar «digitalizada», que es toda aquella que utilice herramientas digitales ignorando sus capacidades propias, como si fueran tan sólo simulaciones de la imprenta. Ahí estaría, por ejemplo y de manera más básica, la escritura en procesadores de texto digital, que es lo que me imagino que hacemos la gran mayoría de personas hoy en día. Esto requiere del uso de herramientas de software (el procesador gráfico de texto, llamémoslo Word, entre otras) y de hardware (el teclado y la pantalla entre otros muchos componentes también) que, aunque nos permiten hacer cantidad de cosas únicas al medio de digital, en la mayoría de los casos seguimos utilizando como si fueran reformulaciones de la máquina de escribir. Los procesadores de texto como Word han adoptado convenciones de la imprenta, es decir, nos ofrecen paginación, márgenes, etc., que imitan el texto impreso en una hoja de papel y nosotros hemos seguido escribiendo en ellos con la creencia de que el texto digital que construimos sería fiel a su impresión final en papel. Es verdad que hacemos uso del corta y pega que mencionas y quizás haya quien utilice algunas de las otras funcionalidades que se ofrecen como el buscar y remplazar o qué sé yo, pero la verdad es que la mayoría de los usuarios de herramientas de escritura digitales las utilizan todavía con una mentalidad que pertenece a un momento tecnológico anterior. Creo que el tipo de escritor al que tú te refieres como «digital» al comienzo de tu comentario pertenece más bien a este grupo.
Usar herramientas digitales para escribir no convierte a la escritura en «digital» necesariamente, así como digitalizar un texto impreso para distribuirse en Kindle tampoco lo transforma (leer Fortunata y Jacinta en Kindle no convierte a Galdós en escritor digital, para entendernos). Y me da igual que estemos hablando de herramientas que hoy consideraríamos sencillas como Word o los editores de texto de un blog, o de cosas más complejas como escribir en el móvil (la cuestión de los emoticonos y los gifs la dejamos para otro día, si te parece). Si la escritora utiliza estas herramientas como si fueran tan sólo simulaciones de otras impresas, no creo que podamos hablar de un cambio en la escritura ni del establecimiento de «escritura digital». Repito, hay diferencias, evidentemente, a nivel fenomenológico (e incluso ergonómico, y evidentemente, económico) entre una práctica y otra, pero el producto final literario de muchos escritores de blogs no es muy diferente a lo que escribirían en un cuaderno de notas. Debería haber muchas más diferencias, la verdad, cambios en el ritmo, la estructura narrativa (sin hablar ya del uso de la multimedia y el correcto uso de los hiperenlaces como tú bien apuntas) y muchas otras cosas que son propias de la lógica y práctica digital, pero la mayoría de escritores (viejos y jóvenes, da igual) siguen escribiendo como si pertenecieran a otro momento histórico pre-digital. Y oye, esto es fascinante porque no es para nada nuevo. Creo que la reticencia de los escritores de la que hablas es casi intrínseca a la evolución literaria, que nunca va en sincronía con el desarrollo tecnológico de la época.
Por otro lado, estaría lo que yo sí considero «escritura digital» que es aquella que utiliza el medio digital de manera verdaderamente significativa. Aquella que, como define la Organización de Literatura Electrónica (ELO en sus siglas en inglés) aprovecha los contextos y capacidades de los ordenadores, aislados o en red, de manera literaria. Hay quien ha llamado a este tipo de escritura «born-digital», es decir, «digital de nacimiento», porque responde plenamente al contexto digital y no podría ser concebida sin la participación del ordenador (y la red, añadiría yo dentro del momento contemporáneo). Este tipo de escritura incluye varios tipos: ejemplos ya casi históricos como las novelas hipertextuales construidas en Storyspace, un programa de escritura creativa en hipervínculos de los años 80; poesía kinética programada en Flash donde las palabras se animan junto con sonido o imágenes, típicas de finales de los 90 y comienzos del 2000; o las millones de obras de poesía automática, permutable o generativa, que se vienen programando desde los años 50 y que hoy pueden encontrarse en cualquier parte de la web. En realidad hay tantos géneros y tipos como en la escritura impresa, estos son sólo algunos ejemplos significativos.
En los últimos años se ha popularizado el uso de medios sociales tipo Facebook y Twitter para escribir de manera creativa y hay quien ha llamado a esto también escritura digital. No es que yo esté plenamente en desacuerdo, pero de nuevo habría que ver cómo se está usando esa plataforma, si desde una tradición impresa o desde el abrazo verdadero al medio digital. Publicar microrrelatos en Twitter, Instagram, o Facebook yo no lo consideraría verdadera escritura digital; esas plataformas son meros canales de distribución de un texto que podría imprimirse sin perder valor poético, retórico o estético en la mayoría de los casos (es más, muchos de estos poemas han terminado impresos en formato libro sacándolos del medio digital sin sufrir mucho poéticamente). En la mayoría de los casos, los «social media» no son más que otra manera más de acercarse a un mercado todavía dominado por la imprenta. Ahora bien, crear un bot en Twitter que genere de manera automática haikus remezclando el contenido de otros tuits que encuentra en la plataforma, sí me parece escritura digital plena, aunque la labor del escritor haya quedado «reducida» (o «ampliada») a la de programador o co-autor. Esto me imagino que puede sonar bastante controversial, así que voy a ir terminando esta larga respuesta (o preámbulo más bien) y te dejo que me pidas aclaraciones otro día.
En definitiva y respondiendo a aquello que me preguntabas acerca de la reticencia del gremio tradicional de escritores frente a las transformaciones de sus herramientas ahora digitales… la verdad es que más que reticencia noto ignorancia. Y no lo digo a mala fe. Me parece que hay poco conocimiento acerca de las posibilidades creativas que las herramientas y plataformas digitales ofrecen y, por tanto, el escritor tradicional mantiene una visión asincrónica con el medio en el que se mueve y continúa, además, tratando de amoldarla a un contexto en el que no termina de encajar. Para cambiar esto habría que llevar a cabo una gran campaña divulgativa primero y de educación después—no bastaría con decir: «mirad aquí estos hermosos permutadores digitales»; sino que habría que educar al lector en la evolución de la permutación como práctica literaria que, por cierto, tiene larga escuela en las vanguardias históricas, etc. Habría, además, que trabajar de manera mucho más amplia con el medio literario, adecuando las convenciones sobre lo que es literatura, cambiando los planes de estudio de literatura contemporánea para incluir ejemplos de verdadera escritura digital, impactar el mercado literario y los premios… un larguísimo etcétera que no veo cambiando de un día para otro porque hay muchísimos obstáculos que salvar e intereses económicos de por medio que no sé cómo resolver. Y que un escritor publique cuentos «digitalizados» en Facebook no va a cambiar nada de esto, creo. Enseñarlo a programar para pensar la literatura digital de otra manera quizás sí sea un comienzo, ¿no te parece?
Y esto, Ramón, para responder a la segunda parte de tu pregunta, ocurre casi igual en Estados Unidos que en España. Casi, pero no igual, claro. En EEUU existen ya festivales de escritura digital, másteres de creación literaria digital (del tipo Master in Fine Arts: MFA, no MA) y, además, se enseña ésta en algunas licenciaturas o programas posgraduados de literatura contemporánea. En España hay algunas iniciativas, algo en las universidades Complutense y la de Barcelona principalmente. También ha habido exposiciones de literatura electrónica en estos lugares y otros y, sin embargo, sigue siendo una práctica bastante marginal, mucho menos extendida que el otro tipo de escritura «digitalizada». El tema es amplio y la respuesta muy compleja y multifacética, como ves.
Podemos seguir hablando de cualquiera de estas cuestiones, pero te dejo aquí estas primeras impresiones para comenzar el diálogo.
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