Se nos ocurrió ofrecer viajes soñados para gente que no tenía recursos económicos. Debíamos practicar con alguien y fui el conejito de Indias. Sin dudar dije Venecia. En una hora ya tenía tres fotos paseando en góndola, un pañuelo de seda italiano y un disco de Nicola Di Bari. Cuando lo tenía todo para compartir el relato, surgió la culpa. Me fui a confesar porque no soportaba contar una mentira. El cura que me atendió me dijo: «No te preocupes, la biblia no deja de ser un libro de ficción»
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