Salgo a hacer el mandado, oigo cantar a las aves. Los vecinos aprontan el quehacer. Escucho al afilador, quizás esta vez me de suerte. No voy lejos solo a comprar pan, pero disfruto plenamente del camino. De pronto, me despierto. Estoy en una cama de hospital. He vivido aquí los últimos cuatro meses y medio. Me diagnosticaron algo cuya palabra es impronunciable, ahí supe que no me salvaría. Tengo el cuerpo tullido, atado a esta cama, y yo solo pienso en poder ir al mercado a comprar el pan.

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