SEGUNDAZO
Con frecuencia voy a las librerías de usado en el Centro de Bogotá con la paradójica ilusión de encontrar algo “nuevo” que leer. La Novena es la calle de los libros de segunda, pero sin duda, también de tercera y de cuarta. Algunos están en anaqueles o tendidos en tapetes sobre el andén, callando el hecho casi vergonzoso de haber tenido innumerables dueños, como perros con los que nadie ha querido quedarse. A mí me gusta comprarlos pues siempre he sentido que los libros viejos saben más que los nuevos, aunque cuenten historias pasadas de moda o hablen de teorías trasnochadas. Por aquello de la experiencia, creo.
La calle huele a moho, a café y a frituras de origen dudoso. Junto a los libros se venden chucherías, celulares de última tecnología, y también, de origen dudoso. Aunque no hay anuncios, tampoco es un secreto que se consiguen marihuana y drogas más audaces, pero los libros están ahí, impasibles y discretos, ajenos al futuro, dueños absolutos de su humedad persuasiva, de sus palabras ansiosas de llegar a algún destino.
El otro día hojeando un antiguo volumen, me encontré la foto amarillenta de un anciano, sombrero y paraguas, palomas a su alrededor, y la Plaza de Bolívar de fondo. Era mi abuelo muerto hace treinta años, haciendo las veces de separador y mirándome desde la página 53 de una novela de Tolstoi. Esta es la clase de cosas que pasan en mi ciudad.
OPINIONES Y COMENTARIOS