Dar la vida entera por una causa ignorada, por un fin ignoto,
por un deber ajeno, por un quehacer pasajero.
Gastar día a día nuestra corta vida por un puñado de oro,
por un pago malevo, por un raído estipendio.
Asistir resignadamente donde otras almas como la nuestra
igual aportan su vida, y la truecan por oro
y se confabulan creyendo, que la limosna recibida
es para propios mezquina, y para los otros cuantiosa.
Acaso vale la pena?
Acaso nuestro invaluable tiempo es tan exiguo que debemos entregarlo a nuestro amo antes que disfrutarlo con quien amamos.
Acaso cuando el ocaso llegue y con él llegue el retiro.
Será que en ese instante vendrán a borbotones esos a quien tan bien servimos, y que tan felices hicimos.
Esos a quienes como prostitutas nuestro vigor y sonrisa dimos.
Aquellos señores a quien tanta vida y fidelidad entregamos.
Quizá nuestro nieto reciba, por lógico y merecido remordimiento
todo el amor, el cariño y sobre todo el tiempo,
que a nuestro hijo por derecho divino, deberíamos haber entregado.
Y ya para qué; y ya para qué lo cargo,
y ya para qué sobre mis atrofiadas rodillas cargo la segunda generación
que con el poco tiempo ya que el otoño de la vida muestra,
queda para resarcir el daño que ya no puede ser reparado.
Llegar al lar con la satisfacción del deber cumplido,
con el cansancio lógico de la faena realizada,
y ver a los retoños dormidos con la mujer amada,
rutina diaria que a la vuelta de un suspiro,
se transforman nuestros críos en ajenos al abrigo,
y la mujer en una flor ajada, y con el tiempo ya olvidada.
Acaso vale la pena el poco oro acumulado,
acaso vale la pena el tiempo dado, los deberes cumplidos,
los mandados diligentemente realizados.
Cuando a la hora del retiro un reloj suizo sea el pago
por todo el tiempo robado a esos seres amados
que tanto amor mendigaron.
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