La 501, último piso.

Paredes gris cielo, una ventana en el techo inclinado, una lámpara buena contra la oscuridad.

Abre, respira, visualiza el trayecto.

Mira una vez más la postal de Tenerife, la letra torcida de María.

Al menos se molestó, piensa.

Oye un zumbido e imagina la turbina de un avión.

La mosca se posa en el Teide, recorre una a una las esquinas del paisaje.

No duda, acerca una silla para llegar bien; las gafas las apoya en el alféizar.

El insecto lo mira, se sacude

y se va volando.

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