A Yurisandra

-Nada niño, que tú me gustas y quiero estar contigo-

El impacto que me produjo aquella declaración me dejó estupefacto y casi sin palabras. Solo atiné a decir un: -¿Ah sí?, bueno…- y responder con un beso, como decíamos entonces “de rosqueta y chupeta”, porque la bella muchacha que acababa de declararme su ¿amor? me ofrecía unos labios tentadores capaces de hacerle temblar las piernas a cualquiera.

La declaración de Yurisandra me marcó para toda la vida pues era la primera vez que una muchacha me declaraba sus intenciones de ser mi novia y además, era bien bonita, debo admitirlo. No recuerdo realmente el tiempo que duró aquella relación, ni por qué terminó. Solamente recuerdo mis recorridos por su casa y mis invitaciones al cine “Lídice”: el pequeño cine de mi barrio San Francisco de Paula.

Mi localidad ha sido privilegiada en algunos aspectos, a pesar de ser una zona bastante alejada del bullicio citadino y que algunos la consideren un “campo”, quizás por el aspecto que aún conservan algunos de sus pintorescos rincones. Además, como mismo te encuentras a jóvenes vestidos con el último grito de la moda, puedes ver algunos en coches o quitrines guiados por caballos a cualquier hora del día. Entre los privilegios que ostenta mi viejo barrio están el haber sido el lugar de residencia durante muchos años del escritor norteamericano Ernest Hemingway y donde se dice que escribió parte de sus últimas obras. Además y donde recibió la visita de grandes personalidades del cine de los años 50 como Spencer Tracy, Ava Gardner, Errol Flynn y otros.

También tenemos un lugar donde residió en su infancia el Comandante Camilo Cienfuegos, quien se dice que visitaba a cada rato después del triunfo revolucionario del 59 antes de desaparecer trágicamente y que hasta una novia tenía por allí.

Construcciones antiguas como la iglesia frente a la cual vivo y las caras de algunos de sus habitantes hacen que parezca que en mi localidad no pasa el tiempo y que San Francisco ha quedado en el olvido para muchos.

Lo que si sé que no han olvidado muchos son las tandas del cine “Lídice” al que íbamos muchas veces al mes porque no teníamos otro o porque queríamos volver a ver las películas que ya habíamos visto en el “Cinecito” de San Rafael o en el “Payret”. Películas que casi siempre llegaban tarde, pero que volvíamos a ver una y otra vez en nuestro cine de barrio.

Allí llevé a varios amores de adolescencia, pero nunca olvido cuando llevé a Yurisandra, la chica que se me declaró frente al aula de Educación Laboral de la Secundaria “Fernando Chenard”. La muchacha de los labios carnosos y tentadores que motivaban al beso y a una excitación difícil de ocultar. De veras no recuerdo cuánto duró lo nuestro, pero esas visitas al cine nunca las dejaré de recordar.

No importaba cuál fuera la película, dos veces la invité a acompañarme a aquella sala oscura que se me hacía mágica cuando iba a ver algún filme y maravillosa cuando iba acompañado de alguna “jevita” ocasional.

Las dos veces que fui con Yurisandra también fueron maravillosas, aunque no recuerde la película que se exhibía, aunque ella insistía en imposibilitarme tocar su intimidad ante mi insistencia de adolescente enardecido que descubría formas y figuras al tacto, soñando con lo que no podían ver los ojos en aquella sala oscura.

La magia de sus besos increíbles me hacía dejar en segundo plano mi naciente cinefilia, alimentada en gran parte por las tandas y las matinés de aquel cine que se me hacía el lugar más acogedor del mundo, por dejarme descubrir todas las maravillas del 7mo arte y también algunos prodigios de la anatomía femenina. Aquel lugar fue dejando de ser acogedor con el paso del tiempo. Fui creciendo y conmigo fue haciéndose grande también el desinterés de otros por rescatar aquel sitio que alimentó la imaginación de una gran parte de mi generación.

El aire acondicionado dejó de funcionar para siempre, el interés cinematográfico de sus usuarios se transformó en un vandalismo que acabó con buena parte de la sala de proyección, las ganas de pasar un buen rato con una pareja se trastocaron en miedo ante el asedio de onanistas camuflados en el público cazando escenas calientes o muchachas solas. De cine ampliamente visitado pasó a ser cada vez menos popular, luego dejó de funcionar como sala cinematográfica y sirvió de sede de un proyecto local de alquiler de películas.

Actualmente está totalmente abandonado con un inmenso candado cerrando su puerta principal en franca muestra de olvido. Hoy paso frente a él y me da mucha lástima ver el estado en que se encuentra: vetusto y triste parece mirar a los que pasan, lamentándose de que ya no volverá a ser lo que un día fue.

Yo también lo lamento y sobre todo me duele que no se haga nada al respecto para que nuevas generaciones lo invadan con la intención de usarlo como lugar para aprender, para divertirse o simplemente para tratar de doblegar a adolescentes apetitosas como Yurisandra, que aunque nunca me dejó tocarla a profundidad me hizo soñar con una película en la que hacíamos el amor por primera vez y para siempre.

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