
MI CALLE
Yo vivía en la calle de abajo, lindante con el río. Me encantaba que lloviera. La calle era de tierra y cuando llovía resbalaba, se llenaba de fango y podíamos deslizarnos, patinar sobre el barro, saltar sobre los charcos y salpicar a los demás. Cogíamos carrerilla y nos lanzábamos cuesta bajo haciendo equilibrios con los brazos abiertos hasta el borde del río. Nos caíamos muchas veces. También la señora Maruja que de vuelta del mercado se cayó y nos tronchamos de risa; aunque eso no estaba bien –decía mi madre- pero tenía el culo muy gordo y no se hizo daño –le respondí -. Además, yo me sentía un campeón –así me llamaba mi padre- porque tenía unas botas de goma negras, marca Pirelli, heredadas de mi hermano mayor, gastadas y un poco grandes, pero al año siguiente me vendrían del todo bien -decía mi abuela-. Y cuando llovía mucho, aún mejor, el río se desbordaba, mi calle se inundaba y no había escuela. Entonces me calzaba las botas de goma y me iba al borde del río a buscar ranas y culebras entre las cañas, los juncos y las piedras.
No teníamos nada en la calle de abajo, ni luces, ni árboles, ni porterías, nada, sólo la lluvia y llovía poco.
Los ricos vivían en la calle de arriba que era de cemento y patinaban, pero con ruedas; también tenían porterías de baloncesto –ellos las llamaban canastas- pero, sobre todo, patinaban. Nosotros, ni teníamos patines ni nos dejaban jugar en la calle de arriba. <Es particular> –decían ellos- pero era mentira –me lo dijo mi padre-. Seguro que era por miedo a que les pegáramos, que los echáramos a los charcos, o al río. Porque nosotros éramos más brutos.
Cuando llovía, los ricos no podían patinar y yo me alegraba.
Entre las botas de caña alta y el pantalón corto -que fue de mi otro hermano-, quedaban sólo al aire mis rodillas, porque el pantalón también me venía grande. Supongo que a mi madre ninguna gracia le hacía tener que lavar la ropa llena de barro y a mí meterme en la bañera, aunque ese día no me tocara; pero ni un cachete me llevé por ese motivo.Mi abuela me fregaba con piedra pómez las rodillas y me decía que había disfrutado como un gorrino y era verdad. Los de arriba no creo que se bañaran tampoco todos los días; pero era porque no se ensuciaban y llevaban pantalones largos –decía mi hermano-.
A las mujeres de arriba no les llamaban señoras sino doñas y seguro que ellas no bañaban ni lavaban. Me daba igual, yo era feliz en mi calle, con mis amigos de abajo,los charcos, las botas y mis pantalones cortos.
Ni pensé en pedir a los Reyes unos patines. Yo siempre supe que los reyes eran los papás de los de arriba, porque a mi casa no venían los Reyes Magos, ni los de verdad. Nunca sabré si era porque mis papás no iban a misa o porque no teníamos dinero. Me daba igual, yo sólo deseaba que lloviera y no entendía por qué los de arriba se burlaban de mis pantalones cortos y las botas que tanto me gustaban. Además, para qué me iban a servir los patines en mi calle de tierra, que ni siquiera regaban; porque era la de abajo –decía mi padre-.
Nunca lo dije a nadie, no quería que papá lo supiera, pero lloré, lloré mucho cuando, sin avisar, asfaltaron mi calle y vallaron el río. Cierto es que fue al mismo tiempo que me cargué las botas Pirelli, pero eso lo hubiera podido apañar con esparadrapo.
IV Concurso de Historias de la calle
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