Iba a menudo a la montaña, más carpa, galletas y bebidas. Contemplaba detenidamente la panorámica, el pronunciamiento del sol, el fondo perenne del cielo, luego, como los colores iban degradándose hasta oscurecerse, surgía la luna, mi lámpara nocturna, allí cantaba y jugaba con millones de estrellas, acompañándome la sinfonía de la naturaleza. En la ciudad, la gente vivía cabeza gacha a sus celulares, el sol era el brillo de pantalla, el cielo, el fondo de pantalla caracterizado de cielo, el móvil quedaba como luna llena, para seguidamente parpadear al igual que astros vistiéndose de noche. “Ringtone típico”, ¡qué vida!.

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