Otra definición de uno mismo.

Otra definición de uno mismo.

Juan Gomez

14/02/2019

Construir una definición negativa (de cualquier cosa, de uno mismo inclusive) es como esculpir la materia. Una escultura consiste básicamente en ir removiendo poco a poco el exceso de material para que el artista pueda encontrarse (aproximarse quizás sería más exacto) con eso que queda: su obra de arte terminada.

De igual manera, una definición negativa de uno mismo supone remover, apartar todo eso que no somos para encontrarnos con lo que queda, es decir, nosotros mismos, aunque eso que queda a veces sea un cuarto vacío en vez de una obra de arte.

Porque lo que no somos, lo que no queremos ser, lo que perdimos y nuestras imposibilidades también nos definen.

Si asumimos antes dos premisas, a saber: uno, que tal vez debamos a algún atavismo, o quizás a alguna remota herencia griega, una mirada binaria del mundo; y dos, aquella sentencia que reza que las cosas se conocen mejor por sus contrarios, entonces, quizás, seríamos más convincentes. Lo que sigue es un intento.

Perogrullo afirmaría que no puede haber adentro sin afuera (y a la inversa). A partir de eso, un ejercicio modesto y casero que a propósito se nos ocurre (puro capricho, aunque tal vez muy apropiado contra la vanidad) sería ensayar una definición al revés de uno mismo, es decir, definirnos por lo que no somos en vez de hacerlo por lo que somos.

Pensar en lo que nunca fuimos, en lo que perdimos, lo que no tenemos y en nuestras propias imposibilidades consistiría en una especie de descripción por la ausencia, una forma negativa antes que asertiva de definirnos. Lo que no sabemos (o peor, lo que ni siquiera sabemos que ignoramos), las preguntas que aún nos seguimos haciendo (y las que ya dejamos de formularnos), todo eso también nos hace ser esto que somos ahora.

El camino parece, a priori, más largo. No obstante, pararse del otro lado de la calle es percibir de otra forma los contrastes del mundo. (La luz se aprecia mejor en la oscuridad más profunda, una pequeña mancha negra en una pared blanca, inmaculada, resalta a la vista). Los contrastes a veces son muy útiles para permitirnos ver mejor esa pequeña mancha negra.

Pensemos también, por ejemplo, en una definición negativa de la literatura. ¿Qué escrituras no serían consideradas, propiamente, literatura?

De ahí que más arriba hablamos del ejercicio de esculpir la piedra y llegar a una escultura. Si lo hiciéramos bien quizás consigamos el premio de una obra de arte aceptable. Incluso algunos desmesurados han llegado a pensar que las esculturas siempre habían estado allí, en la piedra, y que solo faltaba el genio del artista que supiera remover con precisión quirúrgica el excedente para descubrir el producto final: la obra. (¿Sucederá lo mismo con la literatura? ¿Las palabras siempre están ahí, a la mano, y solo falta que les demos la combinación precisa?)

Otro caso curioso de una definición por la negativa de uno mismo sería el olvido.

En este sentido, pensar en el olvido es pensar en algo perdido y que, encima, ignoramos por completo que hemos perdido. Lo que olvidamos dejó de ser nuestro, es lo otro que ya no nos pertenece, es lo auténticamente otro.

Olvidar algo, una cosa, alguna experiencia, alguien, es ignorar absolutamente que esa cosa, esa experiencia o ese alguien fueron nuestros o pasaron por nuestras vidas alguna vez. Es ya no saber de su existencia y, por eso, vemos al olvido como una de las formas de la muerte, acaso la más definitiva, peor incluso que la muerte misma. Porque la cosa, esa experiencia, ese alguien que olvidamos es para nosotros como si no hubieran existido nunca. Tal vez deberíamos decir, en vez de “es para nosotros, etc. etc.”, simplemente “no es». Decir lo hemos olvidado es como decir nunca existió, precisamente por eso el olvido sería peor que la muerte misma. Porque morir supone haber vivido previamente, pero haber olvidado es ignorar por completo que algo o alguien alguna vez existió, es como si ese algo o ese alguien nunca hubieran existido.

En cambio la memoria sería lo propio, lo nuestro, lo que está de la línea del límite hacia adentro, hacia nosotros mismos. Decimos a menudo que la memoria es lo que nos constituye, lo que nos hacer ser lo que somos, pero, si vemos a las cosas y a nosotros mismos desde el punto vista de una definición negativa, como aquí ensayamos, entonces el olvido también nos constituye y nos hace ser esto mismo que somos ahora. Lo que hemos olvidado, es decir lo que ni siquiera sabemos que hemos olvidado, también, sin saberlo nosotros, nos constituye, nos define.

Un ejemplo final acaso sirva a los fines prácticos: ensayemos una definición de un hipotético Pedro.

Pedro es aquel que nunca aprendió a bailar el tango. No es dueño (y nunca lo fue) de esas obscenas cantidades de hectáreas sembradas de soja en una pampa muy rica de un país del sur. Pedro perdió hace mucho eso que él sabe bien y que se esfuerza en ocultar. Es el que por fin se convenció de que es imposible alcanzar el horizonte, el que nunca tuvo ambiciones y a estas alturas cree que ya no las tendrá. Pedro es aquel que ignora las causas de las mareas, la teoría de la relatividad y por qué se levanta tan cansado a la mañana. Es el que todavía se pregunta por qué le tocó esta vida que lleva y no otra pero en cambio hace bastante tiempo que ya dejó de preguntarse por la muerte. (La enumeración podría muy bien continuarla un hipotético lector).

A priori uno imagina que si se ensayara una definición por la afirmativa de algo esta definición tendría menor número de elementos que una por la negativa, es decir, sería más corta, o con más economía de palabras. No obstante, nadie nos negará que ambas serán igual de inciertas (no hay certezas en este mundo) y que, también las dos, tendrán la misma potencia descriptiva.

Aunque, desafortunadamente, el problema de los límites sigue subsistiendo. ¿Dónde está el límite entre mi mundo y yo? ¿Hasta dónde lo que soy, lo que pienso, es mío propio, y no soy un producto del mundo que me rodea y en el que vivo? ¿Podré decir, alguna vez, convencido, que hay algo definitivamente mío? Fatalmente, vivimos contaminados de mundo.

Si definir es, entre otras cosas, una cuestión de límites; y si los límites, como los nombres que les damos a las cosas, son igual de arbitrarios y suelen correrse con facilidad, entonces nunca estaremos del todo seguros acerca de qué somos exactamente.

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS