La niña de los cigarros

La niña de los cigarros

Tlanemani

13/02/2019

Hoy hace un año bajé de mi lugar de trabajo, me senté a fumar un cigarro que me costó cinco pesos, la vendedora era una niña de unos ocho años quizás, la piel morena, como de quien trabaja bajo el sol, el cabello revuelto como de tres días sin ser cepillado, una chamarra que combinaba con el color de las plantas de sus pies; cuando noté que no llevaba zapatos sentí más frio y me cerré la chamarra hasta arriba.

Encendí el cigarro pensando en esa niña, en dónde estarán sus padres y por qué le llenan una caja de chicles, mazapanes y cigarros cada día para dejarla ahí, en una banqueta de la Ciudad de México; le ponen una cobija desgarrada en el suelo y la sientan junto al negocio de café para que espere a la gente que, como yo, siempre anda en busca de un vendedor de cigarros sueltos, porque no nos atrevemos a comprar una cajetilla completa en nuestro ritual de dejar este vicio poco a poco.

Con el cigarro en los labios veo a Marisol en espera, la bauticé como Marisol, le va el nombre con sus ojos, me la imagino sentada en esta banqueta de la calle Filadelfia y Dakota, mirando a los transeúntes adivinando quién le va comprar un cigarro, esperando a que termine la jornada para ir a su casa; quizás sus padres pasan por ella y luego van por otros cuatro niños más que están en diferentes banquetas de este rumbo, pensándolo bien, ahora creo que no han de ser sus padres; qué padre deja a su hija en una banqueta extraña, en una ciudad que se caracteriza por las desapariciones y robos de niños, de mujeres, y esta criatura es una pequeña niña.

Se consume mi cigarro con mis pensamientos, vuelvo a mirar a Marisol y me acerco para comprar un chicle, más por sacarle platica que por quererlo, le pregunto por su madre y se encoje de hombros incómoda; traigo una paleta en la bolsa de la chamarra, la saco y se la ofrezco y hago como que no pregunté nada, ella la toma como con desconfianza y se la guarda.

Me doy la vuelta y entro en el edificio mirándola aún por las puertas de cristal, no se come la paleta, la guarda en su pantalón manchado de banqueta, de espera, de pisadas desconocidas que no se fijan en la cobija que esta tendida como marcando su espacio, abro la puerta del salón que me asignaron y vuelvo a hundirme en la revisión de proyectos copiados; en la revisión aparecen fotografías de niños más agraciados que Marisol, sentados en una cancha jugando o recortando, niños que van casi todos limpios y que en las descripciones se leen bien cuidados; y siento tristeza, impotencia por ver la suerte que tienen esos niños y la suerte de Marisol.

Termina mi jornada y son casi las siete, bajo rápido para salir primero y, pese a mis intentos de solo fumar una vez al día, busco a Marisol para comprar un par más de cigarros. Enciendo uno y me quedo ahí parada tratando de hacerle compañía invisible, como si pudiera cuidarla mientras llegan por ella, se hace un poco más tarde y nadie llega, yo ya me he fumado todos los cigarros, veo alrededor con recelo; me da miedo y empiezo el paso siguiendo a los últimos compañeros que van saliendo, el hotel queda cerca.

Repetí ese ritual cada día.


Pasó un mes desde la última noche que estuve por ahí, cada día vi a Marisol sentada en la banqueta, a veces se levantaba a bailar cuando tocaba el del cilindro; también me gustaba sentarme cerca para oírlo tocar, darle una moneda por la melodía y comprarle un par de cigarros a la niña.

Estoy de vuelta en el trabajo de encerrarme a revisar proyectos, es de mañana y voy de prisa para comprar un cigarro antes de subir, Marisol ahora tiene compañía, hay una niña muy pequeña sentada a su lado, tres años quizás, de dónde habrá salido esta pequeña, me pregunto. Es un poco delgada, tiene el cabello claro y parece nunca haber estado bajo el sol, no se parece a Marisol, creo que no es su hermana, esta niña tiene cara de miedo, de tristeza, una tristeza nueva, no como Marisol, ella tiene la mirada de tristeza resignada. Me fumo el cigarro y me invento una vida para ellas, una donde están en casa o en la escuela, donde sus padres son los que trabajan.

Hoy es día del tianguis que se pone por la calle Texas, ni me he concentrado en revisar bien nada; se llegó la hora de comida y salgo disparada, busco entre la gente que se concentra en la banqueta a las dos niñas, hoy está muy concurrido esto, veo el grupo de fumadores y sé que ahí cerca deben estar Marisol y su pequeña compañía, me acerco y compro un cigarro, les trato de hacer platica para invitarlas al tianguis por unos sopes, mis compañeros ya se han adelantado al puesto, la pequeña acepta, pero Marisol se niega, dice que no le dan permiso, le insisto pero no acepta y tampoco deja ir a la pequeña, me voy rendida y derrotada, ojalá pudiera hacer algo por ellas.

Tomó mi teléfono y hago una llamada, denuncio dos niñas solas en la calle. Espero.

Llega rápido una unidad, las busca y llegan hasta donde están ellas, pero no hacen nada, me acerco y las señalo, le digo al oficial que son ellas. Él me mira como confundido, me dice que no es nadie, que solo es la niña de los cigarros, mi corazón se hizo pequeño, lloré donde nadie me viera y luego seguí mi día.

Al salir bajé de prisa, pero no hallé a nadie, pregunté al guardia por las niñas, él se limitó a decir:

– No se apure, así pasa, mañana habrá una niña nueva para que no le falten sus cigarros.

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