¿Sirvió de algo buscar cobijo bajo el minúsculo toldo del Marina?… Por supuesto que no; la maldita llovizna me estaba empapando hasta la raíz del culo.

En las calles no se veía nadie, a excepción del grupo de flyboarders que revoloteaban al frente.

«Bueno, al menos no era la única idiota retozando en medio de este clima de mierda».

Parpadeé una vez: El pronóstico se proyectó sobre mi retina anunciando que la lluvia verde comenzaría en unos veinte minutos.

Parpadeé dos veces más: Mi CIAAsistente se encontraba cerca a la Alcaldía Meridional así que, en menos de diez minutos lo vería aterrizar.

Me subí el cierre de la chaqueta y froté mis manos, mientras mis labios clamaban por un café caliente y una muerte espantosa para él, su madre, y su puto perro… si es que alguna vez conoció uno de verdad.

Me encontraba sumida en mis «súplicas» cuando la sirena ululó por encima de mi cabeza. Ahí estaba el «atembado» al mando de la patrulla, esbozando esa sonrisa de porcelanicrón que tanto me enervaba. La portezuela izquierda comenzó a abrirse.

–¡Buenas noches, detective Michelle! –me dijo cuando la patrulla quedó suspendida junto al bordillo.

Me subí conteniendo las ganas de redecorar su rostro.

–¿Tan buena te parece, cacho cabrón?

El CIA ladeó su cabeza mientras expandía sus labios.

–La verdad, ¡me parece hermosa! –me dijo el idiota, sin dejar de sonreír–. ¡Y con lluvia mucho más!

No sé si fueron las ganas de acabar con el maldito asunto que nos habían asignado, el caso fue, que decidí tomar un poco más de aire para no darles alas a mis manos.

–A ver, «Blancanieves», dame menos miel y más mostaza.

Me miró sin entender, desconcertado.

–Vale, que te lo explico con plastilina: «Que me pases el puto dosier del operativo»… ¡Y aprieta ese culo que el surco no se hace solo!

Mientras su torso giraba 180º para buscar detrás de su asiento, el muy maldito no dejaba de mirarme con suspicacia.

¡Ja!… Eso me causaba gracia. Los juegos de palabras lo confundían mucho.

«Con algo de suerte, un día de estos lograré fundirle ese «remedo» de cerebro que lleva implantado».

–¡Pero qué plan tan maquiavélico! –se escuchó a mi espalda.

«¡Mierda!»

–Si… mucha, en verdad –agregó la voz–. Y la verdad, no sé cómo hace usted para que no se le revuelva con el resto de sus funciones cerebrales.

No pude evitar que mis labios se torcieran en forma de… ¿Una sonrisa?

–Buen día también para usted, asistente psíquico Yomíto23A0045 –le dije, sin apenas volver mi rostro.

La patrulla se elevó. Yomíto deslizó su banca en medio de las nuestras arrebatando el dosier de las manos del CIA.

–Me gustaría que me pusiera al tanto con lo que vamos a hacer. Y que me explique de qué «otra forma» puedo serles útil… ya sabe, algo más acorde con mis verdaderas habilidades.

Esta vez, me tuve que volver hacia ella.

Su boca, era un 50% menor que la mía –bueno, algo es algo–, en contraste con sus ojos violeta que eran casi el triple de grandes.

«¿En qué putas estarían pensando los nipones para creer que un animé de escasos 1,50 cm era algo que nos iba a fascinar acá, en occidente?»

Yomíto sacudió su cabeza. No se iba a dejar provocar.

–Tenemos una cita con un exiliado del frente de liberación Alma-Libre –le solté sin mayor emoción–. Insiste en que tiene información valiosa que nos puede interesar.

–¿Información, valiosa? ¿de un soplón «de poca monta», como dicen ustedes acá, «en occidente»? –recalcó insidiosa, mientras me alargaba el dosier–. Ya me imagino lo que querrá a cambio.

Decidí no contestarle para no echar más leña al fuego. Pocas ganas tenía hoy de hablar, así que, me acomodé contra la ventanilla.

La ciudad se sentía pequeña comparada con la doble torre de concreto que se veía al fondo: EL CANA

Volamos luego, sobre la zona de transición de inmigrantes. Desde la altura a la que nos movíamos se veían las nubes de vapor que flotaban por encima de las calles. Mas abajo, sobre la zona de tolerancia, cientos de bio-hologramas promocionaban los sitios de sexo en vivo, masajes eróticos y encuentros sexuales.

Una hermosa nórdica de piel canela y ojos color platino se mecía detrás de una de las vitrinas. Ella, alzó su vista y –no sé cómo–, se conectó conmigo, lanzándome un beso y un “hola” a mi implante coclear. Una lluvia de sándalo y jazmines caía sobre su cuerpo desde una ducha-dron.

Puede ser… pero más tarde, guapa ­–le contesté con un neuro-texto enviado a su retina.

Ganas no me faltaron de mandar para la mierda a mis dos simpáticos compañeros, pero… El deber, es el puto deber… Pa´que te jodas.

Cinco minutos después comenzamos el descenso sobre una plazoleta; a un costado de la entrada del barrio de los marginados.

¡BOOM!

El primer impacto lanzó la patrulla contra un edificio. No había alcanzado a empuñar mi arma cuando el segundo trastazo partió en dos el habitáculo expulsándonos hacia el vacío.

Después de un tiempo indefinido mis pupilas dejaron de vibrar y, de algún modo, pude levantar mi rostro. De inmediato sentí el fuego sobre un costado. Un par de costillas se asomaban por el boquete que se me había abierto abajo del corazón. Tomé aire un par de veces, o tal vez tres, luego volví mis ojos hacia el frente… Por más que busqué, no vi a Yomíto, ni al puto CIA.

Me levanté, apoyando mi espalda contra una esquina… luego, desenfundé mi arma.

Un hombre vestido de negro me observaba parado junto a un… ¿un Mercedes S550?

«¡Menudo gasto de gasolina!»

En fin… Por alguna razón el dolor había cedido, la angustia también.

El hombre me extendió su mano, sonriente.

«Vaya… Qué bien huele este cabrón»

Decidí caminar hacia él.

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