MIS CALLES DE LA CIUDAD

MIS CALLES DE LA CIUDAD

Patricia Rubin

08/03/2019

Mis primeros años los pase en una casa antigua, alquilada en un primer piso en Pichincha y Belgrano. Vivía con mis padres y mis dos hermanas. Me había enfermado de poliomielitis por lo que estaba en una silla de ruedas desde muy pequeña. Hoy en día recuerdo algunas cosas que pasaron en esos tiempos por ejemplo que las calles me atraían mucho, y me daban miedo, muy pocas veces pude llegar a ellas. Cuando me bajaban las escaleras sentía un ruido ensordecedor por los tranvías y el tráfico en general, pero debía pasar algo singular para que pueda bajar; o me tocaba ir de paseo o a algún médico, también una visita a la casa de abajo, de mis tíos. Todo esto me atraía mucho y no era fácil de conseguir. Arriba estaban solo los sueños, las fantasías, los juegos solitarios, estaba «Batman», «Superman», y el «hombre invisible» y aunque no lo crean, a mi me hubiera gustado ser el hombre invisible, porque en sí, parecía serlo, solo me hubiera gustado serlo de verdad ya que en mi, no reparaba nadie, y eso me dolía más…

Cerquita de mi casa había un «conventillo» en donde vivía Lili, mi amiguita, a veces venía a casa a jugar. Ella y mi prima Lola venían a jugar a veces, Lili era muy sincera y divertida, parecía gustarle jugar conmigo, a Lola sin embargo, me costaba convencerla ,a mi no me permitían estar mucho con Lili, bueno porque era del conventillo, mamá no quería porque era un lugar de mala fama, según ella. Muchas veces en el patio de mi casa, se oían algunas discusiones y gritos, otras veces nos reíamos, porque los niños se ríen de cualquier cosa pero era triste y violento a la vez, porque algunas mujeres se peleaban por un hombre y se amenazaban con un cuchillo, otras veces, decían que fulano o mengano había robado una cosa y por eso lo querían matar; los gritos, a veces en determinadas circunstancias parecían de esas películas argentinas donde ocurría toda clase de cosas, a mi me entretenía en general, a mis hermanas, también…

Años más tarde, me mude a otro barrio, era una planta baja una casa grande en el barrio de Caballito, ahí yo estudié y me recibí de psicóloga. Trabaje y pude llegar a comprarme una silla electrónica de esas que tienen batería y que con un pequeño manubrio podía manejarla y se desplazaba tanto por la casa como por la calle. Mi vida cambio rotundamente me sentía emocionada libre al fin, ya nadie tenía que empujar mi antigua silla, yo sola decidía a dónde ir, mi mundo era distinto yo me acercaba a mis amigos, con una pequeña ayuda viajaba en colectivo o en los trenes de la ciudad, conocí lugares, personas y por momentos fui feliz. Ya las calles de Buenos Aires no fueron un misterio para mí. Aunque también conocí los baches insondables que me obligaban a retroceder, y también las rampas en las que me trababa a cada rato. Pero igual me gustaba todo y me divertí mucho. Recuerdo una pequeña historia en la que yo entraba en una confitería y junto conmigo entró un niño con algunos problemas físicos, como lo trataron mal, yo le dije que le sirvan un café con leche y un sándwich, y que se sentara en la mesa conmigo. Comió todo sin dejar ni una miguita, me dio las gracias y se fue corriendo. Aunque no solucioné su vida, solucioné sus ganas de comer hasta ese momento, me sentí bien. Otras veces charlaba con los niños de la calle en general, ellos me preguntaban porqué yo no caminaba y yo les explicaba con todo detalle. Algunas veces se interesaban en la silla la que les fascinaba, no es para menos , yo misma los primeros tiempos que anduve en ella, me parecía estar en una nave espacial. Entonces, me convertía con los niños en una ingeniera electrónica que le daba todos los detalles de cómo era que andaba.

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