Solo el capítulo uno

Solo el capítulo uno

Son contadas las cosas que le importan a Marta cuando se empeña en lanzar desde la ventana de su pieza un sin número de burbujas de detergentes, que para alegría de ella —solo de ella—, cruzan la calle de tierra y con un poco más de suerte: de viento, logran sobrepasar el viejo mistol, que desde que porta una memoria sin vergüenza, sin estridencias, tiene el mismo lúgubre y tierno aspecto. Esto y otras cosas la reconfortan, aunque sea en lo que dura el día, la luz del día, es decir, cuando oye las voces de sus padres, que se la pasan discutiendo por cuestiones que no logra entender a pesar de sus muchos esfuerzos, como por ejemplo: aguantar —el mayor tiempo posible— la respiración bajo el agua: introduce la cabeza dentro de un balde y comienza a pensar, primero, en el rostro de su madre, luego, en el de su padre, y hace lo posible por entender qué demonios pasa, aunque sea un poquito muy poco, porque para Marta eso ya es mucho. Incluso hace oraciones a la Virgen cuando está en el jardín oculta entre las plantas más densas. Pero, sus oraciones, no solo a la Virgen están destinadas, también a Matilda, y ella, Marta superponiendo las manos con todas las fuerzas de sus dedos, de rodillas sobre tierra húmeda, entre las espinosas hojas de aloe vera, con la cara al cielo, le ruega a Matilda por sus dones, le suplica, hasta que le viene el sueño o el desmayo. En la noche, la situación es distinta. No hay magia, porque la hora es de los monstruos, y las burbujas no se ven. Es el momento de hacer silencio. Y esto no lo aprendió de sus padres sino de las caricaturas. Pero nada, nada le impide no temblar, no sudar de miedo mientras cuenta hasta cien, esperando que los llantos de su madre cesen, porque al parecer ellos son la causa de tener alrededor de su cama todas las bestias del mundo, que solo esperan el instante en que suelte la almohada, el instante póstumo en el que baje la guardia, y así poder atacarla, o mimarla. Todo es mentira. Estos monstruos, no son ni tontos ni improvisados. Ya probaron la potencia de los brazos de Marta, y no se olvidan ello.

— ¡Marta¡ ¿Qué haces hija? — Natalia ciñe la frente y se lleva una mano al pecho izquierdo. Tiene un ojo morado y el labio inferior cortado.

  • — Nada ma. —Una fuerte brisa entra por una de las ventanas. La casa parece inflarse y el piso hundirse, hundirse más de lo que está. Marta pregunta con la cara colorada—: ¿Por? ¿Ya no hay pan ma?
  • — No es eso. ¡Ya está! Dejá de hacer eso.
  • — ¿Qué cosa ma?
  • — Vos sabes bien. Lo estás haciendo ahora.
  • — ¿Flotar?
  • — ¡Ajá!
  • — Pero recién empiezo.
  • — ¿Te parece chistoso? ¿Y si alguien te ve? Tu padre viene en un rato.
  • — ¿Y si lo mato ma?
  • — Sos muy chistosa vos. ¡Dale! Bajá de la mesa. Que si alguien te ve colgada del techo con esa piola, A MÍ, me llevan presa. Dale, ¡cerrá esa ventana!
  • Antes de hacerlo Marta escupe y le saca la lengua a una pareja de estudiantes que se abrazan en medio de la polvareda y que utilizan el fenómeno encubridor para besarse de lengua, quizá (pobre de ellos) por primera vez.
  • — ¡MA! ¿Por qué lloras?
  • — ¡El viento Marta! Me entró algo en los ojos. ¡Qué tierra de mierda! ¿Por qué no vas a la pieza hasta que esté la comida?
  • — ¡Bueno! ¿Pero y las burbujas?
  • — ¿Qué son las burbujas Marta? Dejá de inventar palabras. ¡Dale!
  • — ¡Bueno ma! Ya voy.
  • Natalia apaga la hornalla de la cocina. Va hasta la ventana, y ve a la pareja de estudiantes que salen del jardín de su casa corriendo y no en dirección a la escuela. No se sorprende. Tenía que pasar.
  • Se lleva otra vez una mano al pecho izquierdo y se queda mirando el polvo que se levanta y las ramas del mistol que se sacuden y tocan el suelo.
  • Siente que la espalda se le comprime y que los músculos se le camuflan de un ardor poco común. Quizá, sea el mejor momento para largarse con Marta, muy lejos de él.
  • Natalia se confunde con el recuerdo gris de su madre, y piensa —mientras es testigo de cómo se desploman sus naranjas, arrastrándose por el jardín hasta chocar contra el portón de caños o con las patas de la tortuga de cemento— que verdaderamente no sabe qué son las burbujas, porque nunca nunca las hizo.
  • La ventana se abre y comienza a golpearse de forma salvaje, trasladando el sonido hasta la cocina, la pieza, donde Marta medita un plan maestro y sin nombre, el jardín, la casa de doña Luisa, y más allá, el monte, donde la pareja de estudiantes se enrosca en saliva y tierra sin intenciones de parar.
  • El viento, es más fuerte.

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