Ya había renunciado al mecanismo de buscar pareja, pagar cenas absurdas y seguir conservando, luego de innumerables citas, la esperanza del amor correspondido. Incluso colgué un letrero en las redes sociales y arriba de la placa trasera de mi auto: «fuera de servicio indefinidamente». Pero la valentía me duró un instante, y de manera cobarde me encontré comiendo carpaccio de solomillo con virutas de queso y sopa minestrone, porque a Lucía le encanta la comida italiana y es tan snob, que no me reconozco cuando estoy con ella, supongo que me pasa lo mismo que con otras mujeres, las idealizo tanto al grado de ignorar sus defectos y seguir rogando cuando ya no hay relación alguna.
Ésta noche aún quiere estar conmigo, o lo pretende, eso es un logro. La abrazo en el sofá mientras vemos la tele. ¿Por qué los anuncios de perfumes son tan bizarros? Quiero hacerle el amor, pero ese olor a perro en mi departamento, nos empuja a salir a la calle, que sigue ahí a pesar de todo el desgaste, arena escondida entre las grietas, de las lluvias y los golpes de calor, esa calle que conoció a mis otras citas. Lucía me dice que hay un fantasma en su casa, me cuenta una historia de terror y yo pienso que sus caderas se ajustan a la falda como una canción de Leonard Cohen. Las patrullas nos invaden de repente, interrumpiendo. Están en todos los carriles, se suben a las banquetas y ensordecen la noche con las sirenas encendidas. Parece que han matado un policía, algunos buscan al asesino, otros quieren esconderse. Lucía me abraza, huelo su perfume y escucho su pequeña respiración.
No sé de dónde viene esa niebla que lo cubre todo. Miro a Lucía y pienso que esto puede ser un sueño, o una ilusión. Tal vez sigo metido en mi instagram, dándole corazones a la chica del clima. La niebla me abraza y esconde a Lucía. Supongo que de todas formas voy a perderla un día. Las patrullas se alejan y después vuelven, la gente murmura porque tiene miedo. Si no saben de amor, no saben qué es el miedo, pienso.
Finalmente Lucía toma mi mano y dice lo que quiero escuchar. Me pregunta dónde hay un hotel y pasamos por una farmacia. La beso. Luego caminamos hacia la avenida Ejército Nacional, para buscar refugio en ese cuarto de 350 pesos por cuatro horas con jacuzzi incluido. Nos olvidamos de las patrullas, los muertos, del olor en el apartamento, y la niebla. Tal vez haya futuro para nuestro amor, pienso mientras desabrocho el sostén, o esa calle arbitraria que conoce mis fracasos, la de mis historias fantásticas, me verá volver solitario, con mi letrero a cuestas, y una Lucía para olvidar.
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